WOMAN COMPRESSING O DE CÓMO SE "REPARTEN" LOS ESPACIOS

WOMAN COMPRESSING O DE CÓMO SE "REPARTEN" LOS ESPACIOS

Por Cristina Saiz y Marisol Acosta, agentes y promotoras de igualdad y especialistas en prevención y sensibilización de las violencias sexuales y de género

De sobra conocemos la situación en la que un señor, sin distinción de edad, está sentado en el transporte público con las piernas bien abiertas, dejando libre toda su masculinidad y “concediendo” al resto de personas de su alrededor entre 2 y 3 centímetros de espacio vital, situación a la que se denomina, con el término en inglés, manspreading. En este artículo vamos a exponer la otra cara de la moneda, porque para que ellos puedan expandirse en el espacio, otras personas se ven obligadas a contraerse.

Centrémonos, a modo introductorio, en las palabras expandir y contraer como conceptos clave que nos hacen dilucidar el hecho evidente de ocupar más espacio del debido en detrimento de que otras personas puedan quedar arrinconadas y abocadas a ceder parte de un lugar que, por pura y legítima equidad espacial, les corresponde.

Expuesto lo cual, ¿quién se contrae en un mundo patriarcal?, en un mundo donde lo importante, lo dado por bueno, la norma no escrita es lo masculino, sin duda alguna, la respuesta es “las mujeres”. 

Ambas situaciones hacen referencia a comportamientos que, a priori, pasan inadvertidos si no se les presta atención, pues pertenecen a la esfera de lo que se ha dado en llamar micromachismos, no por su efecto mínimo, que como veremos es mayor y más significativo de lo que se pueda pensar, sino porque forman parte de situaciones sutiles, sibilinas y, por supuesto, ampliamente normalizadas en una sociedad hecha a medida para y por los hombres.

Volviendo sobre la imagen de contraerse, hemos acuñado el término womancompressing y lo hemos definido como la actitud de encogerse o contraerse, tanto en lugares públicos como privados, con el fin de ocupar el mínimo espacio posible, dejando de esta manera lugar para la expansión ajena. Imagínense con nosotras una escena en un autobús, dos personas sentadas en asientos contiguos: uno de ellos abre sus piernas tanto que la otra persona queda arrinconada, oprimida, se siente incómoda, esta persona se ve en la obligación de contraerse para dejarle ese espacio que, pese a reclamar implícitamente, parece no pertenecerle. La persona afectada por esta actitud tiene otra opción para no dejarse arrinconar, usar la fuerza y no ceder ante ese hurto espacial, pero para que esto ocurra primero debemos ser conscientes de estas situaciones, después identificarlas y posteriormente poder actuar de manera activa sobre ellas; por este motivo, nos hemos visto obligadas a conceptuar y contextualizar esta actitud. 

 

Creando un nuevo término

Womancompressing es una denominación que creemos necesaria introducir en el glosario feminista como consecuencia directa del manspreading, pues si unos no ocuparan de más otras no se verían en la necesidad de contraerse, aunque es imposible hablar de womancompressing y limitarnos únicamente al espacio físico, porque cada uno de estos conceptos tiene implicaciones que van mucho más allá.

Lo que no se nombra no existe, y lo que no ocupa un espacio acorde a su envergadura tampoco tiene peso específico real. Esa ha sido la norma para las mujeres, la invisibilización, el no llamar la atención, pasar desapercibidas, permanecer en un discreto segundo plano. En definitiva, quedar relegadas a un puesto residual en pro del varón, quien ostenta un espacio que la sociedad, de manera estructural y consensuada por mayoría más que significativa de varones, le otorga. Esta situación, en diferentes aspectos de la vida, se ha repetido a lo largo de toda la historia, de tal manera que las mujeres hemos aprendido e interiorizado que debemos ceder ese espacio físico como si no nos perteneciera. 

Como vemos, las implicaciones que puede tener la acción de womancompressing son muchas y muy variadas, pues no sólo se trata de encogerse cuando un desconocido se despatarra en el metro. Y es que quienes ocupan los espacios de manera ancestral no están dispuestos a ceder cuotas mínimas de privilegio. Tal es el caso de los denominados acantilados de cristal o, lo que es lo mismo, fingir ceder espacio de calidad y sin riesgos conocidos en situaciones de crisis para que se caigan otras al acantilado y sean ellos quienes retomen el entuerto subyacente (y falsamente desconocido) a modo de salvadores de capa que puño en alto salen victoriosos de la abrupta y burda trampa…

Que levante la mano aquella mujer que, con mayor o menor voluntariedad y en mayor o menor medida, no ha cedido en algún momento de su vida espacios a hijas o hijos, padres o madres, a parejas. Pocas serán las manos que se alcen con contundencia y con la seguridad de haber ocupado un espacio que por derecho le pertenece en completa plenitud y sin sentir usurpaciones o renuncias impuestas. ¡Palabra de mujeres que desean poner su granito de arena para que las generaciones venideras no se vean obligadas a ceder espacios! 

 

Si quieres continuar aprendiendo sobre la reivindicación de la presencia de las mujeres en los espacios públicos, te invitamos a leer este artículo sobre una mirada feminista a los barrios: https://perifericas.es/blogs/blog/una-mirada-feminista-a-los-barrios
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1 comentario

Me ha gustado muchísimo.

Marian Marquez Martin

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