Por María Jesús Chaparro Egaña, madre, socióloga y feminista. Investigadora y consultora en igualdad de género
¿Quién no recuerda en la infancia a la madre, tía, abuela o madre de una amiga preocupándose del frío, del calor o de la comida? Las mujeres son las que cuidan, de eso no hay duda: la evidencia científica lo respalda y lo identifica como un elemento que puede promover la desigualdad de género cuando nosotras somos relegadas al espacio privado y ellos al público, como tantas veces sigue sucediendo. Para abordar esas desigualdades es importante comprender que el cuidado tiene que dejar ser algo privado y doméstico y pasar a ser algo social, porque sus consecuencias son sociales.
Son las mujeres, quienes, en su vida, experimentan el cuidado como un proceso al cual no renuncian, independiente de los ciclos de su existencia. En ese sentido, el lugar donde viven si habitan en una ciuda, los barrios, son un elemento importante para generar mejores condiciones para cuidar y cuidarse, ya que es ahí donde tejen redes y alianzas.
No obstante, y pese a esa necesidad, históricamente los barrios no han sido pensados desde las necesidades de las mujeres, por tratarse de espacios públicos, dejándose sólo el hogar, en tanto que espacio privado, como el lugar por norma para que ellas puedan estar. En ese sentido, Simon de Beauvoir explica que parte del “yo femenino” se desarrolla entre cuatro paredes, adscritas a una pequeña soberanía que es la del hogar, donde no podemos ser solidarias, hacer redes y tener contención.
Por todo ello, en los barrios no se han fomentado generalmente los espacios de uso público como una forma para que las mujeres de desplieguen, se expresen, habiten. Esto hace necesario re-pensar la ciudad y los propios barrios desde el feminismo, generar espacios inclusivos que respondan a las necesidades de las mujeres y que aborden desigualdades, que fomenten el encuentro y el cuidado desde lo social. Que entiendan, en definitiva, las diferencias en los usos del espacio público desde el ser hombre o mujer, y que ayuden a comprender cómo ese espacio público puede ser un elemento de privilegio u opresión.
El foco de la mirada feminista en los barrios pasa por fomentar la posibilidad de ser disfrutados y de facilitar la igualdad de oportunidades para todas las personas, especialmente las mujeres, quienes tradicionalmente como hemos visto se han visto excluidas de transitar libremente y en soledad por plazas y calle.
Para lograr lo anterior, es vital generar espacios de participación donde la mirada de las mujeres sea protagonista y aplicar al desarrollo del barrio una mirada que vaya mas allá de la economía, y que sea expresión de las necesidades de sus habitantes.
Espacios seguros y para cuidarse
Los barrios feministas promueven el uso de los espacios públicos, donde las mujeres puedan estar, cuidar y cuidarse; promueven también las distancias cortas, que exista equipamiento que permita resolver las necesidades de la vida cotidiana, que entregue oportunidades de participación ciudadana y que sobre todo se generen espacios seguros para la vida en la calle, donde se tejan redes, comunidades y donde exista percepción de seguridad. Piensa, por ejemplo, en esas calles poco iluminadas por donde no te atreves a pasar por la noche o en las entradas de portales con recovecos diversos. Sin duda, no han sido creadas desde el punto de vista de un urbanismo con perspectiva de género.
Promover barrios feministas no solo genera espacios para las mujeres -comprendiendo sus necesidades de comunidad y red-, sino que también mueve los límites simbólicos de la participación del espacio público, y genera condiciones para una mayor incidencia femenina en la vida urbana, para que ellas puedan idear, impulsar y gestionar procesos para mejorar sus vidas y las de los demás, ya que ese cuidado que portan lo vuelcan en dichos barrios.
El libro Urbanismo feminista te puede interesar si deseas ahondar en las cuestiones abordadas en este artículo. Lo reseñamos en un post anterior: https://perifericas.es/blogs/blog/hoy-leemos-urbanismo-feminista