Por Antía Fernández, doctoranda en Literatura comparada y Máster en Estudios Literarios
Corría el año 2016 cuando las jóvenes argentinas Marina Menegazzo y María José Coni eran brutalmente asesinadas en la costa de Ecuador mientras realizaban un viaje. Ciertos medios de comunicación rotularon la noticia como el asesinato de dos mujeres “que viajaban solas”. La respuesta del feminismo no se hizo esperar. No viajaban solas, viajaban juntas. Y aunque alguna de ellas lo hubiera hecho, aunque alguna de ellas viajase sola, ¿qué? No hace tantos años de aquello, de aquella ocasión en la que el feminismo alzó de nuevo la voz para recordarnos cómo, también a la hora de viajar, el sujeto masculino se convierte en presencia y el femenino en ausencia, y cómo, para nosotras, el viajar “solas”, es decir, sin una presencia masculina que nos “proteja” de los peligros que puedan surgir, siempre nos será presentado como algo arriesgado y peligroso.
Estos días en los que ultimo con Elseisdoble los últimos detalles de mi libro Parias, kellys, rebeldes. Mi periplo por una Grecia cansada (en el que plasmo mi personal viaje y mirada a la Grecia contemporánea) vuelvo a reflexionar sobre el papel que ocupamos las mujeres tanto con respecto al viaje como con respecto a la escritura.
El viajar y el escribir tienen al menos una cosa en común: han sido campos históricamente vetados para nosotras. Y, en realidad, por la misma causa: el temor masculino a la expansión de nuestros límites. Unos, los del viaje, físicos. Otros, los de la escritura, mentales. Así se recoge también en el habla popular, en refranes y expresiones. En aquello de “la pata quebrada” o de “mujer que sabe latín no tiene marido ni buen fin”, por ejemplo. Ambos conceptos, y la relación que guardan tanto entre ellos como con el sujeto femenino, fueron magistralmente analizados por Almudena Hernando en su libro La fantasía de la individualidad (publicado por Traficantes de sueños en 2018), uno de esos ensayos que te cambian la manera de concebir el mundo.
Egeria, una pionera viajera desde la Gallaecia
Mientras comenzaba la escritura de Parias, kellys, rebeldes me di cuenta de que todos los referentes de escritura de viajes que yo tenía eran masculinos. Los hermanos Durrell, Patrick Leigh Fermor, Jacques Lacarrière, Javier Reverte…: todos los libros sobre Grecia que yo conocía, que había leído en mi adolescencia y primera madurez, todos aquellos libros que me habían ayudado a crear una imagen del país antes de conocerlo tenían firma masculina. El país que yo había creado en mi mente era un país creado exclusivamente por hombres. Y, quizás justamente por eso, el país que yo posteriormente conocí difería tanto de aquella imagen impostada.
Sin embargo, y pese a todas las prohibiciones y dificultades, las mujeres han viajado, y han escrito. Al menos, algunas de ellas. De hecho, curiosa y paradójicamente, una de las primeras narraciones no ficcionales de viaje que conservamos en la península fue escrita por una mujer. Muchos siglos antes de que viajeros legendarios como Marco Polo nos hablaran de sus aventuras por países exóticos, Egeria, una curiosa y religiosa mujer de la Gallaecia de la época se lanzó a un largo periplo por los lugares Santos. Era el siglo IV. Y Egeria, al menos durante tres años, se recorrió lugares como Egipto, Palestina, Siria, Mesopotamia, Asia Menor y Constantinopla. Y durante ese tiempo, cada tanto, les mandaba cartas a las hermanas del convento desde el que había iniciado viaje, contándoles sus aventuras y los lugares que conocía. Es así como su relato ha llegado hasta nuestros días, publicado en España por la editorial La Línea del Horizonte. A través de ese práctica tan personal, tan femenina y tan íntima como la de la correspondencia. No es algo casual que el primer relato de viaje que tenemos de una mujer nos haya sido legado a través de misivas. Pero esa es otra historia, y será otra la ocasión para hablar de la relación entre la escritura producida por mujeres y géneros considerados históricamente menores como las cartas o los diarios.
Ser viajera y escritora ha supuesto, a lo largo de los siglos, romper multitud de barreras sociales: https://perifericas.es/blogs/blog/viajeras-y-escritoras-un-binomio-que-rompe-barreras