VIAJERAS Y ESCRITORAS: UN BINOMIO QUE ROMPE BARRERAS

VIAJERAS Y ESCRITORAS: UN BINOMIO QUE ROMPE BARRERAS

Por Carmen V. Valiña, doctora en Historia Contemporánea y directora de PeriFéricas. Puedes conocer más sobre ella en su web profesional, http://www.carmenvvalina.es/  

¿Cuándo comienzan a viajar las mujeres por sí solas, entendiendo el viaje como una experiencia vital y no únicamente como un medio de acompañar a maridos, padres o hermanos? Pues desde fechas muy tempranas. La bibliografía nos muestra que ya en la Antigüedad, la monja Egeria, un personaje del que pocos datos se conocen, recorrió inmensas extensiones de territorio con fines fundamentalmente religiosos. La existencia de mujeres viajeras, por tanto, no es algo nuevo, pero sí lo es su incremento numérico y, sobre todo, sus ansias por recorrer el mundo disfrutando del concepto actual de los viajes: placer y curiosidad. Es a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando, fundamentalmente en el mundo anglosajón, vemos a mujeres que visitan el mundo guiándose por ese perfil. Las viajeras que recorrieron el mundo entre 1850 y 1914 no superaron únicamente barreras geográficas. También, y quizás de manera mucho más importante e incluso dura, rompieron con el papel en sociedad que se les había atribuido por el mero hecho de ser mujeres. Su viaje fue en ese sentido un doble viaje, externo pero también interno, pues les sirvió como elemento de autoafirmación: les permitió comprobar sus fortalezas y ser reconocidas, tanto en la sociedad a la que viajan, donde son respetadas, como en su sociedad de origen, que recibe sus textos y las tiene en consideración como autoras y expertas en la sociedad de la que hablan, como emisoras de conocimientos útiles (o textos que dejan volar la imaginación, según los casos). Tenemos ejemplos de viajeras que huyeron de matrimonios obligados, del cuidado de familiares que no dejaban espacio para su crecimiento profesional o de una sociedad pacata que no comprendí sus ansias de libertad. Sus representaciones y narrativas de otros países, a menudo parte del mundo que sus Estados de origen tenían como colonia, constituían testimonios y modelos de autoridad para construir la relación con el “Otro”, la alteridad frente al colonizado (de ahí, por ejemplo, en el caso de las españolas en Marruecos, su interés por plasmar la supuesta discriminación de los marroquíes hacia sus mujeres, ensalzando el papel de España como potencia “civilizadora” y “liberadora” para el elemento femenino local). Tenemos, por tanto, a un grupo de mujeres pioneras en sus sociedades de origen, que tuvieron que huir de entornos asfixiantes para su libertad, pero que paradójicamente señalaron las limitaciones a la libertad femenina en otros contextos colonizados sin hacer referencia a las suyas propias. Independientemente de este tipo de posicionamientos, las mujeres viajeras rompían, simplemente por desplazarse fuera de sus hogares, con toda una serie de preconceptos asociados en su época al sexo femenino. El ideario burgués fue elaborando durante todo el siglo XIX un “imaginario colectivo”, un modelo social y un discurso dominante basados en la exclusión de la mujer de la esfera pública, reservada únicamente para el hombre. Esa dualidad artificial se tradujo en un modelo de mujer ideal, presentada como el “ángel del hogar” y relegada a la función de esposa y madre. Ese estereotipo se creó en la Inglaterra victoriana, pero sin duda se aplicaba también para el caso español, y suponía que se considerase como “no femenino”, y por tanto socialmente penalizable todo aquello que fuese más allá de los límites del espacio doméstico. Viajar, sin duda, era una de esas actividades. Al complementar sus viajes con la escritura, las viajeras que también fueron escritoras subieron todavía un peldaño más en su reconocimiento como personas públicas activas. El acto de escribir no es inocente y como, ha apuntado Cristina Enríquez de Salamanca, al representarse como seres femeninos a través de su escritura, voces como Isabelle Eberhardt, Freya Stark o, en la españa de principios del siglo XX, Carmen de Burgos y Aurora Bertrana, reivindicaron la existencia de la mujer como sujeto.  

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