Por Karima Ziali, licenciada en Filosofía y Máster en Investigación antropológica y sus aplicaciones. Actualmente está centrada en escribir su primera novela y colabora con diferentes publicaciones online con artículos centrados en las sociedades musulmanas europeas y la sexualidad dentro de estos contextos
“Reformaos a vosotros mismos y vuestra moral porque vuestra corrupción es la principal causa para el uso del velo”. A principios del siglo XX, la activista para los derechos de la mujer en Egipto, Malak Hifni Nasif, más conocida bajo el pseudónimo de Bahithat al-Badiya, lanzaba esta reflexión en un momento de máxima eclosión del movimiento feminista en este país. Junto a Huda Sha’rawi y Nabawiyya Musa, conformaron una de las primeras corrientes feministas lideradas por mujeres musulmanas (hasta entonces el feminismo egipcio había estado dirigido por cristianas). Su discurso y sus acciones se centraron, primero, en romper con el confinamiento doméstico femenino, y de esta forma abrir nuevos espacios públicos y políticos copados en su totalidad por los hombres, y solo más tarde en cuestionar de lleno los mecanismos que impedían a la mujer definirse como sujetos de pleno derecho.
Para estas tres feministas, como muy viene explica Margot Badran en Feminismo en el Islam, era de suma importancia mostrar que la segregación sexual femenina sobre la cual se edificaba el honor de la familia era una práctica ajena al Islam y por ello carente de legitimidad. Quisieron desmontar el engranaje patriarcal desde dentro, o al menos así lo describe Bahithat al-Badiya: “Si quieres destruir un edifico, ¿acaso no lo destruirías poco a poco y construirías uno mejor sobre sus ruinas?”.
El velo, por su clara manifestación pública, fue comprendido por estas feministas egipcias como un tránsito, un peaje a pagar para poder moverse por la esfera pública. De hecho, en sus múltiples apariciones seguían vistiendo el hiyab, término que por cierto no solo designa el hecho de cubrirse el rostro, sino también la reclusión de la mujer. Más allá de sus propias contradicciones con el uso del velo, las tres feministas entendieron su uso como una estrategia.
En 1923, Houda Sha'arawi, fundadora de la Unión Feminista Egipcia, regresa de una conferencia sobre Feminismo en Europa. A su llegada a la estación central de El Cairo y en medio de una muchedumbre que la recibía llena de alegría, se arrancó el velo como un elemental acto de protesta, pero también como gesto político de suma honestidad consigo misma.
Hiyab para ellas pero sin ellas
Ha pasado casi un siglo desde entonces, pero el hiyab sigue despertando las emocionalidades más dispares. En el ámbito político, desde la derecha hasta la izquierda, los abanicos de discursos, juicios y prejuicios son múltiples, ambiguos, paternalistas, racistas, colonialistas…y una larga lista de epítetos al lado de los cuales nos colocamos o nos desmarcamos. El mundo ha dado muchas vueltas desde esos primeros movimientos feministas egipcios que hunden sus raíces en el siglo XIX, pero muchas de sus diatribas en torno al hiyab siguen estando presentes hoy en día. En El himen y el hiyab. Por qué el mundo árabe necesita una revolución sexual (2018), Mona Eltahawy, periodista egipcio-estadounidense, cuenta en un tono casi de confesión que tardó casi ocho años en quitarse el velo. Despojarse de él, según comenta, fue una tarea ardua llena de vergüenza y de dedos que la señalaban por su decisión.
Si aterrizamos en el contexto europeo, la experiencia de Eltahawy narra también la de muchas mujeres musulmanas o de tradición musulmana que viven en el Viejo Continente. El fundamento inagotable de las ideas ilustradas ha permitido a los franceses legislar sobre esta indumentaria: prohibido ir a la escuela pública con el rostro velado. España duda y se mueve con poca claridad. En Reino Unido el modelo multiculturalista gana adeptos y en las universidades podemos ver rostros sin rostro.
Entre toda esta amalgama política, quedan ellas, nosotras, las que tenemos el hiyab presente de una forma u otra. En una de las últimas manifestaciones del 8M, en pleno Santander, una chica con hiyab sostenía una enorme pancarta con letras moradas en primera fila. No importa la pancarta, importaban ella y su hiyab; ella estaba ahí para decir algo a la multitud: soy musulmana y soy feminista.
Mi abuela, que el viaje más largo que hizo en su vida fue de su casa a la ciudad de Tánger (Marruecos), nunca llevó hiyab, tan solo un pañuelo gastado por el sol para proteger su larga melena rojiza de henna, y que por otro lado indicaba su rango de campesina. Mi madre se apuntó al hiyab a sus cuarenta años en España, en medio del auge populista de los supuestos principios fundacionales del Islam…en Europa. Mi prima rehuyó su uso, pero su familia la presionó hasta tal límite que sobre ella pesaba la culpabilidad de no encontrar marido. Para Halima Aden, la primera modelo que desfiló con hiyab sobre una pasarela europea, el velo era una convicción que la industria de la moda supo aprovechar muy bien. He conocido mujeres para las que su primer gesto al entrar en casa es arrancárselo con un gesto de desagrado, pero también a otras que sienten una desnudez apabullante sin su manto protector.
Hiyabismo como representación del cuerpo
Me han preguntado alguna vez ¿para qué sirve el hiyab en Europa? Tomando de alguna forma las palabras de Fatima Mernissi en Beyond the veil (1975), donde hay hiyab hay no-hiyab, es decir, cuando el foco ilumina algo, otra parte se queda a la sombra. Del mismo modo, la explosión de hiyabismo en Europa en los últimos años en su uso público construye una forma de representar el cuerpo, una forma de visibilizar que paradójicamente se lleva a cabo a través de una prenda que lo esconde.
Con todo, podemos decir que hiyab no es un mero trozo de tela. Es un mundo que reúne una multiplicidad de lógicas, de discursos, de acciones, de emocionalidades y, sobre todo, de personas que tratan de encontrarse en un mundo donde todo está bajo la lupa social. Hiyab es una seña de identidad, una forma de protesta y un lugar desde el que muchas mujeres se sienten libres. Hiyab no es un trozo de tela, es un símbolo del patriarcado, una represión que pesa sobre la cabeza y un lugar desde el que arrebatar la libertad femenina. Por eso, la pluralidad de discursos que aglomera el hiyab, me lleva a hablar de hiyabismo; de discursos que ponen en circulación a las mujeres que lo defienden, que lo cuestionan, que lo rechazan, que lo performan…
Foucault, en su Historia de la Sexualidad (1976), ya arrojó cierta luz sobre cómo acercarnos al cuerpo en tanto que campo donde se escribe la realidad y desde el cual poder comprender los mecanismos del orden social. El hiyabismo hay que entenderlo desde estos parámetros. Y no estamos ante un invento occidental que pretende colonizar la mente de las mujeres musulmanas, tal y como se defiende desde ciertas corrientes fundamentalistas religiosas, sino ante una de las disputas más arraigadas del movimiento feminista de los países musulmanes y quizás, su ineludible punto de partida en tanto que aborda el cuerpo y la sexualidad femeninas.
2 comentarios
Excelente artículo. Nos da una clara noción del hiyab a quienes, estando muy lejos de su uso, nos llena de preguntas y opiniones dicersas. Gracias Karima
Muy bueno el artículo pero el título del debate en que se inscribe merece así mismo un profundo debate. Bravo!