Por Karima Ziali, licenciada en Filosofía y Máster en Investigación antropológica y sus aplicaciones. Actualmente está centrada en escribir su primera novela y colabora con diferentes publicaciones online con artículos centrados en las sociedades musulmanas europeas y la sexualidad dentro de estos contextos
A lo largo de los años 80 y 90 se establecieron en España un número considerable de familias de origen marroquí. Por norma general, los hombres llegaban primero y se asentaban de forma provisional en casa de algún amigo o familiar. Más tarde, cuando lograban regularizar su situación, traían a sus mujeres y a su prole a través de las reagrupaciones familiares. Desde los estudios sociológicos, las hijas y los hijos de estas familias reciben el desafortunado nombre de “inmigrantes de segunda generación”, a través del cual se sigue aludiendo a un contexto con el que muchas veces no se sienten identificadas.
La juventud española de origen marroquí ha suscitado mucho interés desde los estudios académicos. Prueba de ello es la prolífica literatura que encontramos publicada desde las ciencias sociales y que se ha centrado en las formas de construir su identidad (o identidades). Cuando el foco recaía sobre las jóvenes, el objeto de estudio versaba especialmente sobre dos aspectos: los roles de género y, de forma exponencial, las estrategias de vida que desplegaban dentro de sus contextos familiares.
Debemos entender por estrategias de vida todas aquellas acciones que tratan de negociar, superar, contestar unas determinadas relaciones de dominio. Esto ya presupone entre otras cosas una tensión interna entre las familias y las jóvenes, algo que además queda asociado al binomio tradición-modernidad.
Dicha manera de acercarse a las experiencias oscurece las distintas realidades que se cruzan en las vidas de estas chicas; realidades a las cuales dan significado de múltiples formas. Tal y como afirma Najat el Hachmi, es habitual hablar de la inmigración como si fuera un ente inamovible, fijo y estable, en lugar de entender que hablamos de subjetividades que sienten, padecen y sobre todo que leen y relatan al “otro” que tienen enfrente.
La crítica interna de las ciencias sociales, especialmente desde la Antropología, ha permitido cuestionar estas perspectivas reduccionistas, que muchas veces han tratado de hacer encajar unas experiencias dentro de unos parámetros socioculturales preestablecidos, en lugar de hacerlas emerger desde el análisis interpretativo de las ambigüedades y las complejidades que surgen en el relato de las estrategias de vida.
Repensar la antropología a partir de las estrategias de vida de las jóvenes españolas de origen marroquí
La antropóloga Lila Abu-Lughod señaló la necesidad de que, dentro de la disciplina que había hecho de la Cultura su campo de investigación, feministas y halfies (personas cuya identidad cultural o nacional es mixta debido a la migración, a la educación en el extranjero o al parentesco), debían tener un papel central. El motivo, alegaba ella, era que permitían hacer emerger el insuperable problema entre “yo” y “otro” que seguía perenemente enquistado en esta ciencia. La voz de feministas y halfies hacía que el gran discurso sobre la Cultura en mayúsculas quedara cuestionado. Esto suponía un giro metodológico dentro de la Antropología, ya no podíamos acercarnos a las múltiples realidades socioculturales como si pudieran reducirse a Una, como tampoco podíamos seguir hablando de los “otros” como si no pudieran ser “yoes”. La Antropología, por pretender ser una ciencia, había caído en la constante objetivación de sus sujetos de estudio.
Cuando empecé a leer antropología, y sobre todo trabajos en los que “hablaban” jóvenes españolas de origen marroquí acerca de sus estrategias de vida, traté de hallarme por todos los medios en esos trabajos. Hice un esfuerzo por entender que el análisis antropológico quería indagar en el significado de aquello que decían hacer: usar el hiyab, quitárselo; mantener relaciones (fueran o no sexuales) con chicos a escondidas de sus familias, afirmarse como lesbianas, falsear su identidad, reafirmarla, practicar el Islam, hacerlo a medias tintas, beber alcohol, no ayunar, inventar coartadas para salir de casa… Todo un mundo que solo se podía entender porque ocurría en relación a otros mundos: familia, amigos, ideas, deseos, pensamientos, pretensiones, fantasías…. Es en las relaciones, decía uno de mis profesores de antropología, donde podemos encontrar lo que podemos llamar la “verdad” de las acciones, de modo que analizar una acción como estrategia de vida significa hacerlo en relación con algo y nunca de forma aislada, como si tuviera sentido pleno por sí misma.
En las estrategias se encuentra la “verdad”, porque se llevan a cabo con relación a la posición que ocupan, al espacio en el que tratan de dejar su huella, al lugar en el que quieren construirse como un “yo” por sí mismas. Todo cuanto he leído sobre estas mujeres reside en mí porque sus experiencias son mías y no tanto porque yo también sea española de origen marroquí, sino porque sus relatos se implican con su necesidad de definirse a pesar de que desde fuera existen fuerzas que desdibujan esta intención; este ímpetu los convierte en algo genuinamente humano.
A veces, desde la Antropología perdemos de vista que nunca se trata de hablar por los demás, sino que aquello que dicen los demás debe ser valorado e interpretado desde ese contexto subjetivo que debemos entender. Si no, la disciplina se pierde en esencializaciones, en la necesidad de naturalizar procesos que, bien al contrario, se forman y se deforman constantemente, tomando múltiples significados. Quizás así se pueda ir más allá de la imagen de la mujer española que, por sus orígenes marroquíes, restará confinada en una percepción sociocultural de dominada y sumisa.
Más allá de las polaridades de dominadores-dominadas, de rupturistas-continuadoras, de conservadores-progresistas…descubrir lo que ocurre en medio de ambos extremos nos permite interpelar el verdadero significado de las acciones. Desde esta perspectiva, la visión debe volverse transversal e interseccional; quizás así se pueda superar aquello que Edward Said tildó de “Orientalismo”. Construir una idea fija de lo que es Oriente y sus gentes se ha tornado una actitud deplorable que no deja espacio para que quienes siempre han sido las “otras” puedan empezar a hablar por si mismas.
La mediación intercultural con perspectiva de género es clave en este tipo de contextos: https://perifericas.es/products/mediacion-intercultural-desde-el-genero