Por Lara Rodríguez Pereira, graduada en Estudios Internacionales y estudiante de Máster en Cooperación al Desarrollo, con enfoque en género, derechos humanos y procesos de desarrollo
“Bienvenidas al rincón de internet donde las mujeres están rechazando cualquier forma de perseguir una carrera y están abrazando su rol como amas de casa, sirviendo así a sus familias a tiempo completo”, publica la influencer de lifestyle Estee Williams para dar la bienvenida a sus seguidoras al movimiento “tradwife” (traditional wife o esposa tradicional).
Últimamente se habla mucho de ellas: mujeres que publican vídeos en redes sociales como Instagram y TikTok encarnando el ideal de ama de casa —cocinando, limpiando o cuidando de sus familias y mostrando siempre un aspecto impecable—. Sus estéticas evocan tiempos pasados que remiten a los años 50, con fórmulas de sumisión y entrega que encierran un profundo trasfondo político y discursos que distan de ser inocuos.
Ya en La mujer del porvenir (1869), de Concepción Arenal, encontrábamos una exageración de la feminidad a través de la exaltación de la figura del “ángel del hogar”, un ideal de corte burgués que redujo durante todo el siglo XIX lo femenino a sus tareas de cuidado del prójimo (bondad, atención…). Avanzando en el tiempo, la exageración de la feminidad se repite en el contexto de la segunda ola feminista, alrededor de los años 50 en Estados Unidos, motivada nuevamente por una reflexión de las mujeres sobre su descontento y malestar sin nombre.
El mal que no tiene nombre
En el contexto de Guerra Fría, el crecimiento económico y el consumo exacerbado se consagran como pilares de un American Dream al alcance de unos pocos. Los barrios residenciales comienzan a aglutinar a las clases medias blancas, heterosexuales y nucleares en suburbios, segregadas de toda minoría. Se vuelve a las relaciones de género previas a la guerra y se recluye en esos barrios a las mujeres, otorgando un valor renovado a lo doméstico. La recién nacida televisión se convierte en aliada y normalizadora del sistema. A esta propaganda se unen las revistas femeninas, las series y la cultura popular. Es de esta manera que en Estados Unidos se producen herramientas de control sobre el cuerpo de las mujeres en un contexto democrático.
Apartadas en “little” boxes, las mujeres de clases acomodadas disfrutan del confort de las viviendas unifamiliares y la propiedad, pasando por un abandono del mercado laboral. En esta vorágine de malls, comida rápida, coches, pequeño electrodoméstico y sociedad de consumo, algunas de ellas comienzan a experimentar un mal que no tiene nombre. Se trata de un vacío e insatisfacción —¿y esto es todo?— que proviene de la circunstancia de haber dejado de lado su propio universo para ocuparse de unas tareas que son una ficción: la maternidad y el matrimonio.
Betty Friedan lo plasmó en su ya clásica obra Mística de la feminidad (1963), con metáforas que aparecen en la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft: “pájaros enjaulados que se desploman”. En este libro también tiende puentes con el ensayo El segundo sexo (1949) de Beauvoir, evocando la idea de encontrar la voz interior y buscar la propia personalidad como manera de poner término a esa mística.
Todo esto, traído al presente, resuena en las demandas, discursos y expectativas de las tradwives, que defienden una división sexual del trabajo y un retorno a una feminidad domesticada. La línea entre realidad y ficción resulta muy fina y, como apunta Liza Mügge, estas mujeres “desempeñan un papel en la normalización de ideas estereotipadas sobre el género que, en ocasiones, son misóginas y discriminatorias”.
Esta cuestión abre muchas otras discusiones. En primer lugar, un interesante componente de clase: ¿quiénes pueden permitirse quedarse en casa y de qué manera? ¿Robots de cocina, grabaciones de vídeos y masas de pan que deben fermentar durante horas? En segundo lugar, se plantea una reflexión más profunda sobre una reacción conservadora ante el sistema actual y la necesidad de repensar un modelo que promete la vuelta a un pasado sin enfrentarse a un mercado laboral precario, y que conecta con una “feminidad natural y única” que apela a la identidad. Y en tercer lugar, Sarah Bracke señala la importancia de la política racial en torno al fenómeno tradwife, ya que las mujeres que defienden estos valores “(...) se alinean muy bien con la feminidad que se promueve en la extrema derecha, (...) (que) está muy centrada en el descenso de las tasas de natalidad en Europa. Existe una convergencia entre la política racista y racial de la derecha —que busca aumentar el número de bebés blancos— y las tradwives y el estilo de vida que ellas proponen (...)".
Aunque el ideal del ángel del hogar y la figura de las tradwives estén separados por años y contextos muy distintos, ambos reflejan cómo ciertos discursos y expectativas sobre lo que debe ser o cómo debe actuar una mujer persisten, reforzando patrones que perpetúan desigualdades y diferencias, sea cual sea la época.
¿Sabes cómo afecta la carga mental a las mujeres tanto en el ámbito familiar como en el profesional? Te lo contamos en este artículo: https://perifericas.es/blogs/blog/la-carga-mental-como-afecta-a-las-mujeres-en-el-ambito-laboral-y-familiar