Por María Camacho Gavilán, graduada en Pedagogía y estudiante del Máster en Igualdad y políticas de Género de la Universidad de Valencia
Esta semana tenemos el placer de compartir conocimientos e ideas sobre el lenguaje inclusivo con Teresa Meana Suárez, filóloga, antigua profesora de lengua castellana y activista del movimiento feminista de la Casa de la Dona de Valencia (España).
¿Qué es lo que te movió a ser activista en el movimiento feminista?
Tengo que ver con el feminismo a nivel de piel, desde que era una niña, por mi conciencia de sentirme mujer dentro de una sociedad que te invisibiliza, que te desprecia. Provengo de una familia de derechas y católica, que creía en que las mujeres pudieran estudiar pero donde se consideraba que todas las tareas del hogar se tenían que encargar las niñas. Entonces, mi conciencia se despertó por la sensación de injusticia. De esa injusticia y de la sensación de vulnerabilidad al ir por la calle, los abusos, el maltrato, el no poder protestar, decidir sobre tu sexualidad, maternidad, del hecho de entender que la sexualidad para las mujeres no significaba maternidad, ni genitalidad ni heterosexualidad.
¿Desde cuándo formas parte como activista del movimiento feminista?
En el movimiento feminista como tal, entré en los años 70, cuando estudiaba en la Universidad. La situación de las mujeres era impactante, teníamos un código que era de la época de Napoleón, éramos ante la ley consideradas menores de edad, y enfermas mentales. No podías abrir una cuenta del banco sin la firma de tu marido, y entonces grupos de mujeres empezamos a reunirnos en la facultad. Nos llamábamos comités clandestinos de mujeres, éramos unas 20 y la primera acción fue en el año Internacional de la mujer, 1975. Realizamos unos mil panfletos en una máquina de imprenta caseras y los repartimos en el Instituto Femenino y en una fábrica de camisas donde solo trabajaban mujeres. Tras este hecho, dentro de la Universidad empezamos a reunirnos bajo una cobertura que se llamaba AUPEN, Asociación Universitaria Para el Estudio de los Problemas de la Mujer, donde participábamos feministas discutiendo y hablando de todo tipo de injusticias vividas por las mujeres.
Como filóloga que eres, ¿por qué consideras que es importante que hablemos del lenguaje cuando hablamos de feminismo?
Es importantísimo porque el lenguaje es el instrumento y la herramienta indispensable para caminar hacia la sociedad a la cual queremos llegar, una sociedad igualitaria para todo el mundo. Lo que no se nombra no existe: si no aparecemos en la lengua, no estamos respetando uno de los derechos fundamentales, que es el derecho a la existencia. Si esperamos que cambie la realidad para que cambie la lengua, nunca va a cambiar la realidad. La lengua nos invisibiliza, nos borra de los escenarios, de la historia, pero al mismo tiempo es la propia lengua la que nos hace ser conscientes de la situación, de nuestros logros y de que existimos.
¿Desde tu experiencia de vida, en qué momento comenzaron las transformaciones y la preocupación por el uso del lenguaje no sexista dentro del movimiento feminista?
Empezaron a principios de los 80, cuando salieron los primeros manuales y guías. Se consiguieron lograr múltiples estrategias para que nos nombraran en la lengua. Hubo muchas idas y venidas, al principio no sabíamos cómo hacerlo, solo sabíamos que pretendíamos ser nombradas.
¿Para ti, cómo está representada la invisibilidad de la mujer en la lengua?
Dentro de la lengua y la invisibilidad, nos centraremos en el castellano y las lenguas que provienen del latín. La invisibilidad se enmarca dentro del masculino genérico, pseudo-genérico o falso genérico, ligado a la negativa de feminizar cargos y oficios, diciendo que una mujer es médico o abogado. Un niño siempre es nombrado, no sabe lo que es ocupar un lugar provisional en el idioma.
¿Y más concretamente, cómo se representa la invisibilidad de la mujer racializada en la lengua?
Por un lado, considero que son invisibles como todas las demás mujeres. Por otro lado, hay expresiones en la lengua muy racistas, como por ejemplo, cuando te dicen al llegar a casa sucia “¡Mira cómo vas, que pareces una gitana!”. También, cuando concebimos que todo lo que es negro es malo: gato negro, futuro negro, oveja negra de la familia, lista negra, magia negra, el mercado negro. Hay una palabra que hasta que no llegué a Latinoamérica no percibía su auténtico contenido, la palabra “denigrar”. Algo denigrante es algo malísimo, y viene de nigrare, de rebajar a nivel del “negro”.
¿Qué papel tiene el lenguaje-no sexista decolonial en la transversalidad de género?
Si el lenguaje realmente nombrase a TODAS las mujeres con sus diferencias y fuera transversal, ese día cambiaría la realidad, el lenguaje y la sociedad serían feministas. Por el momento, no lo es, y es un hecho más que contribuye al menosprecio de las mujeres. Todas las mujeres no somos iguales, pero a la vez nos atraviesan todas las opresiones.
En el manual sobre el uso de un lenguaje incluyente, no sexista, elaborado por ti, Por qué las palabras no se las lleva el viento, se habla de salto semántico. ¿Qué es y cómo influye en la discriminación de las mujeres?
El salto semántico es una de las formas a través de las cuales más se nos borra de la lengua. Le debo la definición a Álvaro García Meseguer: es un error lingüístico, es decir, produce fallos en la comunicación. En realidad, consiste en empezar con un supuesto genérico y descubrir que solo está describiendo a varones, como por ejemplo: “La gente se deja influir más por sus mujeres que por las encuestas”. Las lenguas provenientes del latín, como el castellano, están llenas de saltos semánticos. Esta forma lingüística no nos hace partícipe de la historia, de la literatura, de la sociedad y por tanto, de la humanidad.
¿En qué ámbitos e instituciones crees que se ha de trabajar para construir y legitimar el lenguaje con perspectiva de género?
En todos los ámbitos. El lenguaje oficial e institucional de los Estados tendría que visibilizar a las mujeres. En el lenguaje coloquial, en mi caso, cuando doy charlas y conferencias, la finalidad es que el público salga de ellas haciendo un uso consciente de la lengua con enfoque de género. El profesorado, que es uno de los principales agentes de cambio, puede contribuir a cambiar la realidad de la lengua a través de los proyectos y trabajos escolares, utilizando un lenguaje que nombre a todo el alumnado. Una vez que nombras a las mujeres, el proceso es irreversible, y da pie a la reivindicación y conciencia de la necesidad de este uso feminista de la gramática.
¿Piensas que se deberían revisar y reformular los libros de texto y los materiales educativos que se usan en los centros educativos para potenciar este uso del lenguaje feminista?
Naturalmente. Están tardando muchísimo en hacerlo. Tengo que añadir que en los libros de texto no existe la una paridad de representación de mujeres y hombres, pues solo se estudia el 5% de ellas en ciencia, un 4% en Historia y un 1 % en tecnología. A quien no se le reconoce los logros, difícilmente se le va a reconocer valor social. Si salimos del sistema educativo sin saber lo que hicieron las mujeres, saldremos sabiendo la mitad de la historia de la humanidad, ya que la otra mitad la formamos nosotras.
¿Consideras que algún día conseguiremos ganar esta lucha por un lenguaje real y empoderador?
Claro que lo creo, pero pasará mucho tiempo. Tenemos que batallar deconstruyendo lo que nos enseñaron, y volverlo a hacer. Creo que vamos a ganar, pero debemos luchar unidas para desmontar el sistema patriarcal.
Trabajar el lenguaje desde una perspectiva inclusiva es fundamental para recuperar la memoria de las mujeres que nos precedieron: https://perifericas.es/blogs/blog/memoria-feminista-igualdad-de-genero