Por Rebeca Santamarta, comunicadora y protocolista, actualmente en formación en marketing digital. Madre y defensora de una crianza respetuosa, en comunidad y feminista
El tenis español vuelve a ser noticia, y no por sus deportistas, sino por la insistencia en poner como recogepelotas a jóvenes cuya función principal es la de ser modelos de un estilismo escaso y ajustado que acompañe la buena imagen del evento.
¿Cómo fomentar el deporte cuando las carreras de la mujer o competiciones femeninas siguen entregando premios simbólicos o con un sesgo claramente machista, como un robot de cocina en un caso también reciente?
Si la presencia de la mujer en los deportes sigue mostrándose como excepcional o como simple imagen, ¿qué referencia tienen las niñas cuando desean hacer del ejercicio algo más que un momento de ocio?
En una sociedad competitiva y capitalista, las infancias llenan sus horarios de actividades que, según van cumpliendo años, cambian los parques por las aulas. La falta de un hábito hacia el ejercicio en la juventud es una problemática a la que numerosos organismos quieren hacer frente, pues el fomento del deporte a edades tempranas repercutirá y creará personas con estilos de vida más saludables y orientadas a su vez al ejercicio físico en la madurez.
Son muchos los estudios que ven la realidad del deporte en la etapa escolar con una perspectiva de género que muestra que en el caso de las niñas y chicas, la actividad deportiva es abandonada con más frecuencia y antes que en sus compañeros varones.
Una de las razones de esta diferencia es que sigue habiendo una crianza basada en sesgos sexistas, que potencia el deporte en los niños mediante la competitividad, los referentes, los regalos y la idea de que ellos sí necesitan actividad para liberar energía. En el caso de las niñas, la educación implícita viene determinada por fomentar actitudes más pausadas, orientadas al cuidado personal, a la responsabilidad y quietud, educando de esta manera a niñas que no reciben el impulso para hacer actividades físicas sino mensajes orientados a la búsqueda de la belleza y la relevancia de su aspecto personal.
Una situación agravada en la adolescencia
Otra muestra del abandono del deporte femenino se da con el paso a Secundaria. Las chicas priorizan en mayor medida que sus compañeros el estudio sobre el ocio, relegando así sus actividades extraescolares para centrarse en lo académico, todo resultado de esa autoexigencia hacia la propia responsabilidad con sus deberes que también se les inculca desde bien pequeñas.
Por otra parte, los cambios físicos que se producen en la pubertad, así como la imagen que tienen sobre su aspecto, frenan su participación en deportes en los que el vestuario se muestra como un escaparate de sus propios cuerpos: mallas, bikinis, bragas o equipaciones con tejidos elásticos que en ningún caso se asemejan a las de los equipos masculinos y que irán aceptando mientras no se sientan objeto de miradas y burlas.
Numerosas deportistas de élite llevan años denunciando que se sienten sexualizadas por sus propias federaciones y los mismos medios de comunicación, que hacen un uso escandaloso de las cámaras durante las competiciones.
Y si esto sucede con jóvenes preparadas física y mentalmente, ¿cómo no va a ocurrir con las menores que deben competir con indumentarias inapropiadas cuando esto no ocurre con sus compañeros?
La actividad deportiva, dirigida o no, implica un cuidado real por el propio cuerpo y la mente, ayudando a liberar tensiones y preocupaciones. Como sociedad en busca de la igualdad, debemos preservar que nuestras niñas se sientan libres para practicar su deporte favorito fuera de una sexualización y de unos estereotipos que las limiten.
No se busca prohibir las equipaciones en sí mismas, sino aplicar normativas teniendo en cuenta sus necesidades, dándoles la posibilidad de elegir el vestuario con el que más cómodas se puedan sentir para realizar el deporte que les apasiona, pudiendo centrarse en el juego y no en cómo las miran unos espectadores eminentemente masculinos.
El deporte es una herramienta para el crecimiento personal, fomenta la autoestima e implica valores de equipo, competición, tenacidad y responsabilidad que deben inculcarse para que nuestras niñas y jóvenes sepan defender también sus intereses y priorizarse por encima de imposiciones que nada tienen que ver con el propio deporte.
Porque el deporte femenino es real, luchemos por defenderlo y potenciarlo para así normalizar su presencia y que sean destacados sus logros y no su imagen.
La adolescencia, más allá del deporte, es una etapa en la que la hipersexualización de las futuras mujeres se agudiza: https://perifericas.es/blogs/blog/la-hipersexualizacion-de-la-adolescencia