Por Carmen V. Valiña, doctora en Historia Contemporánea y licenciada en Humanidades y Periodismo. Creadora y directora de PeriFéricas
Sobra decir que durante siglos la Historia, esa que estudiamos y se escribe con mayúsculas, ha obviado a las mujeres, las ha considerado una nota a pie de página, una mención curiosa a la que no era necesario prestar una excesiva atención. Parte del trabajo de quienes hacemos historia y nos consideramos feministas consiste en recuperar sus testimonios, sus memorias y sus nombres.
¿Por qué las mujeres no han aparecido hasta tiempos muy recientes en la narración de los hechos históricos? Si te pedimos que pienses en un puñado de pintoras, escritoras o políticas de antes del siglo XX o incluso de la actualidad seguramente te cueste nombrarlas pero, ¿sucedería lo mismo si hablásemos de varones en estas mismas disciplinas?
Para el caso concreto del arte, la historiadora norteamericana Linda Nochlin, en su artículo de 1971 “¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas” ?, considerado el texto fundacional de la crítica artística feminista, partía justamente de dicha cuestión. Dejaba claro en su texto que “ser artista mujer y no hombre es una variable en la creación de la obra de arte, como ser americano, ser pobre o haber nacido en 1900”.
En este sentido, conviene dejar claro desde un principio que la idea de que los discursos históricos son neutros no es sino una falacia. Dicha pretensión de supuesta universalidad esconde una construcción en la que el sujeto es inevitablemente un varón, blanco, occidental, que construye con su mirada una posición de poder sobre el “Otro” (generalmente Otra, una mujer). Dicho de otro modo, se ha aceptado el punto de vista del hombre-blanco-occidental como el punto de vista unívoco en la historia, aun cuando dicho punto de vista es, evidentemente, sesgado y deja fuera del análisis no solo a las mujeres, sino también a la población indígena, afroamericana, de clase baja… El relato histórico, por tanto, conviene ser revisado a la luz de sus omisiones: en él, múltiples colectivos, y de manera muy clara las mujeres, no solo no han tenido voz sino que, a consecuencia de ello, han sido privadas de reconocimiento.
La ya mencionada Linda Nochlin consideraba que si no han existido equivalentes femeninos de Rembrandt, Miguel Ángel o Picasso no es porque las mujeres carezcan naturalmente de talento, sino porque a lo largo de la historia todo un conjunto de factores institucionales y sociales impidieron el desarrollo de ese talento. Yendo más allá, cualquier ámbito de la sociedad se inscribe en un marco institucional definido por los sistemas de enseñanza, los discursos críticos dominantes, el papel de los sexos en el espacio público y privado... Miles de mujeres, a lo largo de los siglos, sin duda habrán tenido que renunciar a sus intereses y han debido ocultar sus potencialidades porque simplemente no se las consideraba capaces.
La sesgada representación de "lo femenino"
El hecho de que fuesen varones quienes narraban condujo también a las construcciones de un ideal femenino tan inalcanzable como prescriptor. Las imágenes son entonces producto de la percepción y al mismo tiempo un instrumento que la construye. Esas imágenes no son fieles a la realidad femenina de cada una de las épocas donde surgen, sino producto de un imaginario que mezcla creencias, prejuicios, mitos, ideas y realidades que conforman un lente a través del cual se concibe la realidad y se crea. Tenemos, así, la figura de la madre abnegada o la buena esposa en contraposición a la de la mala mujer, aquella que vive libremente su sexualidad o decide no contraer matrimonio.
Es por ello que en la historia de género se concede desde un principio una enorme importancia al análisis de las representaciones y discursos de las propias mujeres, pues aun cuando sean muy minoritarias, fueron de las pocas posibilidades que tuvieron para escapar de la invisibilidad a la que se les obligaba y de las pocas que tenemos hoy para encontrarlas. Por eso es fundamental su rescate, porque solo cuando ellas mismas se representaron adquirieron una voz propia que durante siglos les fue negada, más allá del rol tradicional como objeto de deseo o personificación alegórica de la virtud o del vicio que había credo la mirada masculina.
Cuando intentamos recuperar sus nombres tenemos que hacerlo también siendo conscientes de que la historia no solo es androcéntrica, sino también profundamente eurocéntrica. Debemos, por tanto, ser muy cuidadosas a la hora de incluir a mujeres procedentes de otros contextos, pues de lo contrario caeremos nuevamente en el error de crear historias sesgadas y reduccionistas, construidas, consciente o inconscientemente, desde posiciones de poder. Al fin y al cabo, las esferas culturales dominantes son territorios privilegiados de enunciación, por lo que todo lo que quede fuera de ellas, por consiguiente, no puede enunciarse en sus propios términos.
En este post reflexionamos sobre otras maneras de hacer historia de manera que las mujeres queden visibilizadas en ella: https://perifericas.es/blogs/blog/como-hacer-una-historia-de-genero