PARAR PARA SANAR

PARAR PARA SANAR

Por Mirian del Olmo, trabajadora social especialista en mediación y Máster en igualdad de género. Intérprete en lengua de signos y apasionada de la accesibilidad

Hace pocas semanas se conmemoraba el Día de la salud mental, y aunque ya no saldrán apenas titulares sobre el tema hasta la campaña mediática del año que viene, es responsabilidad de todas y cada una poner el foco en cuidar y cuidarnos.

Con datos que bajo la lupa de género son aterradores, la pandemia y los recortes a la sanidad pública solo vinieron a hinchar más rápido el globo de la sociedad del malestar mental. Dejando simplemente unas pinceladas en forma de cifras, que ayuden a poner sobre la mesa que el yugo heteropatriarcal también oprime nuestro estado mental, podemos señalar que el 80% de las mujeres que hemos tenido una enfermedad mental hemos sufrido violencia machista, que el 70% de las personas que sufrimos ansiedad somos mujeres y que un 67% de nosotras hemos sufrido, sufrimos o sufriremos depresión, mientras que en los hombres este porcentaje se sitúa en el 33%. No entraremos en la comparativa de los porcentajes de medicalización con psicofármacos, ni en las de los TCA diagnosticados, ni en otros muchos números que también arrojarían preocupantes resultados.

Y, ¿qué pasa cuando aplicamos la perspectiva de género a este pilar básico de la salud individual y colectiva que atraviesa el tejido sociofamiliar y comunitario? Al medir cómo nos afecta la carga mental doméstica a todas, ninguna que conviva o haya convivido con alguien, sean padres, amigos, hermanos o compañeros de piso, se puede escapar de dicha carga. Desde que se acuñó aquello de la doble jornada laboral con el contexto socioeconómico de la Revolución Industrial y el geopolítico de la Segunda Guerra Mundial, no se nos ha dado tregua, y el trabajo doméstico y el externo nos agotan cada día.

 

El reposo, ¿una utopía?

Cuando el mejor de los tratamientos para toda nuestra fatiga es el REPOSO, las mujeres, tengamos más o menos cargas domésticas o tengamos o no personas dependientes y/o menores a nuestro cargo, solemos sonreír. Mueca de la boca que en palabras se traduce en un “es imposible esto que me manda, mire usted”. Las mujeres tal vez, con más o menos cargo de conciencia, estaremos de baja laboral, pero de baja de los trabajos no remunerados económicamente no solemos encontrarnos.

Recuerdo un meme en que una señora con un pañuelo en la cabeza (guiño a estar en tratamiento de quimioterapia del dibujo) iba andando como cuesta arriba, con una menor cogida de una de sus manos y un carrito de la compra en la otra, mientras al otro lado del meme se podía observar a un señor tumbadito en la cama, con un termómetro en la boca con temperatura muy alta (guiño a estar con gripe). En definitiva, el meme trataba de mostrar cómo incluso las mujeres en tratamiento psiquiátrico no paramos de levar a cabo el sostén doméstico. ¿De ahí la cronificación de tratamientos farmacológicos? Puede ser, llamadme loca...

El summum de encontrarnos mal ya lo cantó Martirio en su “estoy mala, mala de acostarme”, lo cual supone que cuando una mujer se queda en cama es que ya ha llegado al límite de sus fuerzas, a un estado de máxima gravedad. Mi madre en los veintitantos años en los que convivimos no se quedó ni un día en cama, ni con la comida sin hacer, ya lloviera, nevase o estuviera por dentro de tormenta, que me consta que muchos fenómenos climáticos batalló ella en su interior y sin parar.

Es innegable que la carga mental doméstica es un foco de estrés y por ende un multiplicador de las posibilidades a las que estamos expuestas todas a sufrir estrés o cualquier otro síntoma físico o psicológico.

¿Qué está en nuestra mano y en nuestro pequeño gran margen de actuación? Tenemos que apoyarnos, escucharnos y acompañarnos desde el proceso de cada una y desde una mirada que abogue, muestre (más que predique) con el ejemplo y se apoye en conceptos tan básicos a la par que tan utópicos en algunas circunstancias, como la conciliación o la economía feminista. Si algo duele mucho, debemos permitirnos pedir ayuda y parar. Y sobre todo, elegir bien con quién convivimos y con quién nos involucramos en eso tan complejo de compartir techo.

 

Las mujeres somos las auténticas cuidadoras del mundo, pero ese trabajo realizado en el ámbito doméstico continúa estando profundamente invisibilizado: https://perifericas.es/blogs/blog/las-mujeres-cuidadoras-del-mundo

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