Por Constanza Taccari, psicóloga, especialista en formación y orientación laboral y consultora en igualdad, diversidad e inclusión. Como orientadora laboral, acompaña a mujeres migrantes en su inserción y desarrollo profesional en España
Pese a los grandes esfuerzos de distintos movimientos de mujeres alrededor del mundo, la problemática de la violencia de genero sigue existiendo, e incluso adopta nuevas formas en cada época y contexto. Ejemplo de esto son las violencias que hoy encontramos en entornos digitales, como el ciberacoso (envío de mensajes intimidatorios o amenazantes), el sexteo (envío de fotos o mensajes de contenido explícito sin consentimiento de la destinataria) o el doxing (publicación de información privada de la víctima). Si bien las modalidades pueden cambiar, la base sobre la que sostienen las violencias contra las mujeres sigue siendo la misma: una estructura patriarcal que nos educa (y mal-educa) en función de estereotipos y roles de género, y que reproduce desigualdades incansablemente.
Lo que llamamos “iceberg de la violencia” es precisamente esto: un gráfico que representa dicha estructura, de manera tal que podemos observar claramente cómo, en su parte oculta, se encuentran las llamadas “micro-violencias” que sufrimos a diario: comentarios y bromas sexistas, pequeñas humillaciones cotidianas, ridiculizaciones, micromachismos... En su parte superior y visible se ubican las violencias más crudas y extremas: amenazas, golpes, insultos, violaciones y feminicidios. Lo que esta imagen nos enseña es que no debemos olvidar que aquello que nos horroriza (como una noticia de otra mujer que ha sido asesinada en manos de su pareja o expareja) se sostiene gracias a esas otras violencias, que en muchos casos naturalizamos o minimizamos, pero que son las semillas a partir de las cuales nace todo lo demás.
Historias que se traducen en datos
Podemos afirmar que, afortunadamente, la disponibilidad de datos e información concreta sobre violencia contra las mujeres ha aumentado considerablemente en los últimos años. Hoy sabemos que no se trata de casos aislados: los números nos explican que lo que parece personal es, en verdad, un problema colectivo, porque nunca puede ser individual algo que nos sucede a todas. Y es que las mujeres, en mayor o menor medida, contamos con experiencias de violencias que han atravesado algún momento de nuestras vidas. Algunas dejan marcas visibles, otras no, pero son igualmente dolorosas. Algunas se presentan de forma sutil, casi imperceptible, y otras son claramente identificables.
Las estadísticas nos hablan de un problema que parece estar lejos de ser erradicado: en España, este año ya han sido asesinadas 52 mujeres a manos de la violencia machista. Además, el 11% de las que tienen 16 años o más han sufrido a lo largo de su vida algún tipo de violencia física o sexual por parte de sus parejas o exparejas (porcentaje que equivale a 2,2 millones). En los casos en los que los agresores son otros hombres (sin vinculación sentimental con la víctima) la cifra llega al 24,4% (es decir, 4,9 millones de mujeres). Este panorama nos habla de que estamos frente a un problema que atenta directamente contra los derechos humanos, y que es necesario reconocer como tal para actuar en consecuencia.
Si seguimos profundizando en el análisis de los datos actuales, encontramos que las mujeres víctimas de violencias machistas tardan aproximadamente ocho años y ocho meses (de media) en comunicar la situación que están viviendo. Entre los motivos más frecuentes que explican esas tardanzas encontramos el miedo a la reacción del agresor (50%), la creencia de que eran situaciones que podían resolver ellas solas (45%), el no reconocimiento de sí mismas como víctimas (36%), el sentimiento de culpa y/o responsabilidad por la situación (32%) y la pena por el agresor (29%).
Tener en cuenta los motivos expuestos es una de las claves a la hora de desarrollar estrategias eficaces para acabar con las violencias contra las mujeres. Los datos son el reflejo de nuestra realidad, y es necesario apoyarnos en ellos para conseguir verdaderos avances en este duro camino. El recrudecimiento de las violencias en todo el mundo y el aumento de casos de violencia sexual en adolescentes (que cada vez se presentan en edades más tempranas) son razones más que suficientes para no bajar la guardia, permanecer atentas y no dar pasos hacia atrás.
Porque el camino es largo, pero es todo nuestro.
En este otro artículo del blog reflexionamos sobre la violencia de género en las redes sociales, un fenómeno por desgracia cada vez más presente en nuestra sociedad: https://perifericas.es/blogs/blog/redes-sociales-y-violencia-de-genero
1 comentario
yo creo que las chicas, las personas con discapacidades ,las personas de color de piel diferente y etc tienen los mismos derechos que l@a demas.