Por Rebeca Santamarta, comunicadora y protocolista, actualmente en formación en marketing digital. Madre y defensora de una crianza respetuosa, en comunidad y feminista
Incorporar la perspectiva de género en nuestro día a día implica reconocer que es importante identificar que las cuestiones no afectan de igual manera a mujeres y hombres, que las causas y consecuencias han de leerse de manera diferente, pues se parte de experiencias distintas.
Esta variación es claramente palpable si analizamos la adicción a los juegos de azar, ya partiendo de cómo se presenta esta forma de “ocio” que coloca siempre a la mujer como observadora y objeto, con una gran sexualización como método de venta. La mujer en el juego es otro trofeo si acudimos a la publicidad y a la imagen generalizada que se ofrece: posturas, vestimentas y actitudes que no reflejan la realidad que se esconde detrás del juego y que es la de mujeres prostituidas por el lujo, el dinero y el poder. En cambio, el hombre será siempre el actor principal, el que obtiene éxito y ganancias, premios y jóvenes para satisfacer sus deseos.
La problemática del juego en ellas va más allá de esta visión cuando son las jugadoras. Mientras que es una adicción en la que solo un 30% de quienes la padecen son mujeres, la realidad es que la entrada al juego viene por otros cauces distintos al hombre y no son el ocio, la riqueza o la ambición. Si analizamos el perfil de la persona ludópata, normalmente pensamos en varones que, comenzando como una diversión, acaban atrapados en la espiral de la adicción, de la que conseguirán salir solo con apoyo social y recursos.
Sin embargo, detrás de una mujer que ha caído en las garras de la ludopatía se suelen encontrar la depresión, la ansiedad, el abandono, la introversión... Es decir, el juego es la vía de escape de otros problemas subyacentes La mujer comienza su contacto con el juego más tarde, ya en la treintena, cuando quizás afloran esos problemas porque ya no hay familia que dependa tanto de ella o porque sus circunstancias vitales cambiaron. La entrada en el juego es tardía, pero su progresión es más rápida y silenciosa, porque en ocasiones esconde también situaciones de abuso y violencia.
La mujer adicta al juego además acarrea el estigma social, no siendo considerada como una enferma sino como viciosa y derrochadora, lo que hace que sea más precavida y se esconda mejor. La pandemia y el aumento del juego on line han sido potenciadores de esta adicción, porque permiten que sea llevada más en secreto y lejos del escrutinio público.
La mujer que no se cuida
Además de la situación de soledad en la que se encuentra la ludópata, se suma que no sea capaz de acudir a profesionales salvo cuando ya está en fases muy avanzadas. Este comportamiento es bastante habitual: cuidando, una mujer sabe ser acompañante motivadora, ser apoyo y sostén, suele ser la primera que acude a solicitar atención cuando se trata de familiares o personas cercanas, pero la última en acudir para sí misma, ya que la búsqueda de ayuda es difícil porque la prioridad nunca está en una misma y el apoyo del entorno suele ser nulo.
Cuando es la mujer la que precisa ser cuidada, llegan la indiferencia, el vacío y la exclusión social, por lo que reclamar ayuda especializada es ya ese último recurso, siendo entonces, en muchas ocasiones, ella misma quien da el paso y acude sola a solicitar auxilio. Son mujeres fuertes que vencen sus propios fantasmas y los de la sociedad para conseguir salir de este laberinto.
Si estas características específicas de las mujeres con adicción al juego ya son preocupantes, lo es más advertir que esta enfermedad solo agrava la situación de soledad y depresión que se encuentran en el origen de la ludopatía, además del empobrecimiento consiguiente originado por el juego, que las pueden llevar a acabar cayendo en redes de prostitución, a la violencia sexual, al acoso o a las calles a partir de su propia vulnerabilidad, lo que las hace víctimas de un sistema que las puede abocar aún más a su propia destrucción. Su silencio para evitar el rechazo acabará por ser cómplice del abuso y la indefensión a la que se enfrentan.
Las asociaciones que luchan contra esta enfermedad llevan años poniendo el foco en la diferenciación sexual de las personas a quienes ayudan y en sus programas de prevención. Una labor que es cada vez más necesaria en estos tiempos en los que además la edad de comienzo de la adicción ha bajado por culpa de las nuevas tecnologías, casas de apuestas y ofertas de ocio constantes.
Como sociedad debemos centrarnos en asumir que hacen falta leyes más duras y también una concienciación social que trate las adicciones como problemas que en esta sociedad patriarcal afectan de una manera muy específica y dura a las mujeres como víctimas del juego y del rechazo social.