Por Laura Pavón Benítez, Antropóloga Social y Cultural y doctoranda en el Programa de Ciencias Sociales de la Universidad de Granada.
En la actualidad, las mujeres con problemas de adicción a las drogas siguen encontrando mayores barreras de acceso y mantenimiento en los recursos especializados en drogodependencias que los hombres, así como en el momento de su posible recuperación. Del mismo modo, recae sobre las mismas un mayor rechazo y penalización social que refuerza su aislamiento y conlleva la ausencia o la demora en la solicitud de los servicios de tratamiento.
¿Qué razones encontramos para explicar estos mayores obstáculos?
La visión androcéntrica ha prevalecido en la investigación y en el diseño de la prevención y atención a las adicciones, debido a la consideración de que es un problema eminentemente de hombres. Es por ello que los recursos se centran en sus necesidades, así como en los riesgos asociados a la ilegalidad de las sustancias, conllevando que las mujeres y sus experiencias con las drogas hayan permanecido ocultas y los recursos estén poco o nada adaptados a sus realidades. Gran peso de esta lógica suele recaer en la afirmación de que el número de hombres con drogodependencias es mucho mayor al número de mujeres, pero el problema está en que muchos de los consumos problemáticos por parte de las mismas permanecen invisibilizados. Los psicofármacos, el tabaco o el alcohol son las principales drogas consumidas por mujeres en España y es precisamente el carácter legal de estas lo que hace que no se vea como un factor de riesgo de adicción. Se pueden conseguir fácilmente y no suponen una disrupción social, puesto que son consumos que están normalizados. No obstante, es importante que tengamos en cuenta las consecuencias que tienen, al igual que otras drogas ilegales, para la Salud Pública. A todas las personas les resulta difícil reconocerse como “drogodependiente”, pero a las mujeres se les presenta una doble penalización social. Cuando transgreden el rol que se les ha asignado socioculturalmente mediante la práctica de conductas de riesgo, como el consumo de drogas, más asociado a la masculinidad hegemónica, se producen toda una serie de sanciones sociales adicionales. Esto se traduce en una mayor falta de apoyos dentro del entorno más cercano y hace que en muchas ocasiones opten por ocultar el problema, por miedo a ser estigmatizadas.
¿Por qué se hace necesaria la inclusión de perspectiva de género en drogodependencias?
A pesar de que los comportamientos relacionados con las drogas continúan interpretándose en muchas ocasiones en clave masculina, asumiendo que las mujeres carecen de necesidades específicas, existen numerosas investigaciones que bajo la perspectiva de género han evidenciado no solo las diferencias que presentan ante el uso/abuso de sustancias psicoactivas, sino también las desigualdades que se ocultan tras las mismas y son perjudiciales para las mujeres. Las drogas que se eligen no son las mismas en hombres que en mujeres; tampoco lo son las razones que llevan al inicio y mantenimiento en los consumos, así como las consecuencias e impacto derivados de estos. La equidad de género en los procesos de salud y atención se vuelve imprescindible, con objeto de que las personas seamos tratadas por igual cuando tengamos las mismas necesidades y de forma cualitativamente diferente en caso de que no lo sean, por una cuestión de justicia social. La perspectiva de género en drogodependencias saca a la luz los sesgos y desigualdades que infrarrepresentan o invisibilizan las experiencias y subjetividades de las mujeres, que encuentran su raíz en el sistema androcéntrico de relaciones jerárquicas y dominantes. En este sentido, el feminismo juega un papel fundamental como teoría crítica y movimiento social revolucionario.
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