Por Rocío Fernández Treviño, Diplomada en Género en desarrollo con más de 11 años de experiencia profesional en este ámbito. Además, cuenta con un máster en Malestares de Género y un título de experta en Prevención y Detección de la Violencia de Género
La socialización de género marca cada paso de nuestra vida, pues ya desde el vientre materno y como decía Simone de Beauvoir, hasta la forma de cantarnos se hace diferente si eres niño o niña. Por ello, se torna fundamental el hacer un recorrido de la misma desde el feminismo.
Todas las mujeres nacen, crecen y se desarrollan en una sociedad como la nuestra, patriarcal, lo que ha marcado de forma muy determinada tanto a aquellas que nos precedieron y educaron como a nosotras mismas. La construcción de la identidad femenina se ha realizado desde esta forma de entender el mundo y las expectativas sociales, que se establecen sobre los hombros de las mujeres, desde que nacemos, y que son la causa de muchas de las dificultades con las que nos tenemos que enfrentar en la cotidianeidad y a lo largo de las diferentes etapas de la vida. En este sentido, creo que solo entendiendo nuestra propia construcción como mujeres patriarcales seremos capaces de cuestionarnos, primero a nosotras mismas, para después ser capaces de entender y ayudar a cuestionar a otras favoreciendo su empoderamiento personal en vez de su adaptación resignada al sistema.
Resulta imprescindible hacer una parada en el proceso de socialización en el que se ven inmersas las mujeres para entender los estereotipos de género y las situaciones de constructos sociales en la que se ven inmersas, y que generan situaciones de vulnerabilidad, y como veremos más adelante, también de culpa.
Deconstruyendo los estereotipos de género: entre la lucha y la culpa
Los estereotipos de género hacen referencia al conjunto de ideas preestablecidas que una sociedad comparte sobre las características de las personas en función de su sexo. Se trata de un sistema de creencias y suposiciones compartidas acerca de los grupos de “hombres” y de “mujeres” en general o de las características de masculinidad o de feminidad desarrolladas por unos y otras.
Los componentes de los estereotipos de género, que además suelen estar bastantes consensuados, serían: rasgos, roles, ocupaciones, características físicas y orientación sexual. Diversos estudios muestran que consistentemente las personas tienen diferentes creencias acerca de las características típicas de hombres y de mujeres (tal y como comentan Diekman y Eagly), y que estos estereotipos se presentan de manera diferente de acuerdo a las diferentes sociedades y culturas.
A la categoría mujer se asocian "rasgos expresivos" como son el cuidado y la sensibilidad para las relaciones personales, la pasividad y la sumisión; a la categoría hombre se vinculan "rasgos instrumentales" como la asertividad, el control, el espíritu de competencia, la independencia y la objetividad. Ellos son asociados con lo productivo y las mujeres con lo reproductivo. Además, los estereotipos de género son percibidos como una categoría natural que es asimilada desde la infancia como algo casi incuestionable. Esas representaciones actúan como esquemas de percepción y de valoración que filtran de forma reduccionista la realidad y permiten al sujeto confirmar sus creencias, a modo de profecías autocumplidas. Los estereotipos de género, en definitiva, resultan totalmente construidos socialmente, pero nos atraviesan y nos recorren desde el primer día de nuestra vida.
Conocerlos nos permite actuar para deconstruirlos, y así aprender a detectarlos para trabajar sobre ellos. Y es que las mujeres y las niñas aprendemos cómo tenemos y debemos de comportarnos de acuerdo a una socialización de género que determina nuestro rol en la sociedad y nos coloca en una dicotomía de poderes entre hombres y mujeres. Desmontar estos estereotipos se hace necesario y vital, pero lleva implícito un proceso de culpa en el que todas estamos inmersas. Conseguir desproveerte de todo resquicio de ella es una lucha permanente en el imaginario colectivo de las mujeres. Cuando cuidamos y no trabajamos, sentimos que estamos faltando a una parte de la sociedad; cuando renunciamos a la crianza, es que somos seres egoístas o nos estamos alejando de nuestro verdadero papel; cuando estamos en una profesión socialmente masculinizada, nos sentimos fuera de lugar, y así en multitud de ámbitos de nuestra vida. La socialización nos recorre y nos señala desde pequeñas, y reconocerla, visualizarla y deconstruirla es la clave contra todos los mandatos de género que la acompañan.
Es importante, como una vez escuché a Marian Moreno, que no tengamos miedo a abrir la caja de Pandora de nuestra socialización y no nos convirtamos en las amas de llaves del patriarcado. Asusta lidiar con lo que han sido los constructos sociales de toda una vida, pero el vértigo es mucho mayor si somos conscientes de cómo muchos de nuestros malestares de género son producto de creencias infundadas y creadas que nos hacen permanecer en compartimentos estancos.
La publicidad es uno de los ámbitos donde más sigue cuestionando erosionar los estereotipos de género. Sobre ello reflexionamos en un artículo anterior del blog: https://perifericas.es/blogs/blog/publicidad-estereotipos-genero