Por Lara Rodríguez Pereira, graduada en Estudios Internacionales y estudiante de Máster en Cooperación al Desarrollo, con enfoque en género, derechos humanos y procesos de desarrollo
En Bosnia, entre 1992 y 1995, miles de mujeres fueron violadas durante la guerra – 40.000 en total. En Ruanda, en 1994, la violencia sexual fue utilizada como arma durante el genocidio, con 250.000 - 500.000 mujeres violadas. En la República Democrática del Congo, entre 1998 y 2013, fueron unas 200.000.
Estas cifras dejan claro que, en un contexto de violencia extrema como es el de la guerra, los cuerpos femeninos también se convierten en un campo de batalla. Los casos paradigmáticos de Bosnia Herzegovina y Ruanda consiguieron tipificar como crimen de guerra la violencia sexual por la Corte Penal Internacional en 1998.
Las guerras pasan y atraviesan los cuerpos de las mujeres, cuerpos que se convierten en objetivos a la vez que en símbolos. Ellas siguen simbolizando un campo de batalla donde se desata la agresión masculina: sus cuerpos son una recompensa, una humillación, un símbolo de emasculación o un genocidio social de bajo coste, entre otras muchas significaciones. Según Margot Wallstrom, ex Representante Especial del Secretario General de la ONU sobre la violencia sexual en los conflictos, “la violencia sexual contra las mujeres es considerado un método muy eficiente de la guerra moderna. Atacan a mujeres y violan porque realmente destruye la sociedad o la aldea. Destruyen el tejido de la sociedad. Implantan el miedo y el terror. Destruyen generaciones”.
Pedagogías de la crueldad
Rita Laura Segato estudia los conflictos bélicos desde una óptica que se aleja de la idea de colateralidad de la violencia perpetrada contra las mujeres, dado que esta se despliega de forma sistemática y estratégica contra sus cuerpos. Segato mantiene que desde la segunda mitad del siglo XX, los conflictos bélicos se caracterizan por “su destrucción con exceso de crueldad, su expoliación hasta el último vestigio de vida, su tortura hasta la muerte. La rapiña que se desata sobre lo femenino se manifiesta tanto en formas de destrucción corporal sin precedentes como en las formas de trata y comercialización de lo que estos cuerpos puedan ofrecer, hasta el último límite, y con ello su vulnerabilidad se ve incrementada”.
Segato también introduce el concepto de la “pedagogía de la crueldad” como un recrudecimiento de la violencia contra los cuerpos de los civiles y concretamente, de las mujeres, a través de un mandato de la masculinidad y su ocupación depredadora. Además, afirma, “la repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de la crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora”.
¿Cómo se representan los cuerpos en el contexto bélico y de qué manera se legitima la violencia que se ejerce sobre ellos? El significado simbólico del cuerpo de la mujer está vinculado a la idea de ser soporte de la vida, debido a su función indispensable en la reproducción. Por ello, se utiliza como medio para propagar la población del bando agresor y para destruir el “honor” de la mujer, lo que a su vez fragmenta y debilita a las comunidades. En el contexto bélico, según María Jimena López, las ideas sobre el cuerpo de la mujer se esencializan en tres formas clave: como arma de guerra, como objeto de afectos y sentimientos, y como objeto de disfrute.
Una manera de adentrarnos en esta temática es a través del documental La guerra contra las mujeres (2013), en el que Hernán Zin documenta y da voz a once mujeres de tres continentes que comparten sus testimonios de violencia sexual. En él se denuncia cómo la violación ha sido utilizada como arma de guerra contra ellas, y se resalta la necesidad de que el mundo escuche sus historias en lugar de mirar hacia otro lado. La película aborda cuestiones como la responsabilidad de la comunidad internacional, la impunidad y la justicia, así como los procesos de apoyo psicológico y el trabajo de profesionales que tratan las secuelas físicas y emocionales de las sobrevivientes. También visibiliza a los hijos nacidos como resultado de estas violaciones en distintos lugares del mundo. Se explora además el posconflicto: cómo las mujeres siguen con sus vidas, enfrentan las secuelas y alzan la voz a través de sus testimonios. Una de estas mujeres es Florence Ayot, de Uganda, que comparte estas dramáticas palabras: “Mi vida es miserable. Lo que viví en la selva es inhumano, denigrante. Ahora que he vuelto, mi vida no deja de empeorar. Nadie me quiere ayudar. El gobierno no lo ha hecho. A veces pienso que debería morirme o volver a la selva.”
Si quieres aprender más sobre el rol indispensable de las mujeres en los procesos de construcción de paz, te encantará este post de nuestro blog: https://perifericas.es/blogs/blog/mujeres-guerra-y-construccion-de-paz-desafiando-estereotipos