LA TIRANÍA DE LA MUJER QUE SIEMPRE SONRÍE

LA TIRANÍA DE LA MUJER QUE SIEMPRE SONRÍE

Por Rebeca Santamarta, comunicadora y protocolista, actualmente en formación en marketing digital. Madre y defensora de una crianza respetuosa, en comunidad y feminista 

Cuando una persona se dirige a un auditorio o a un grupo reducido, lo que más importa son su expresión facial y su lenguaje no verbal, por encima de lo que quiere decir. Esta circunstancia, en la sociedad de la comunicación y de la inmediatez, obliga a tener un cuidado extremo en cada detalle que se vaya a mostrar de manera pública.

Tal tiranía de la imagen, acentuada por la respuesta cruda que dan las redes sociales frente al peso o al aspecto físico de las personas, es especialmente cruel con las mujeres, a las que se analiza en cada aspecto de su proyección desde la posición de quien busca la crítica hiriente. Solo aquellas que ya cuentan con un respaldo consensuado o universal por adaptarse a los cánones de belleza imperantes en cada momento parecen librarse de esta evaluación tan crítica, aunque no por ello son ajenas a ese murmullo que intuye el ataque.

Ya desde pequeñas, las niñas comienzan a ocultar su voz y su opinión en favor de sus compañeros, que se sobrevaloran y se perciben más seguros a la hora de mostrarse en público. Esta vergüenza aprendida y aceptada continúa a lo largo de los años, haciendo que en comparación con los hombres, las mujeres se vean menos capaces de expresarse abiertamente ante un grupo especialmente numeroso.

El síndrome de la impostora es una de sus manifestaciones más claras, y se visibiliza diariamente, cuando no nos considerarnos expertas en la materia que dominamos, pues sobre todo se trata de un problema de seguridad ante la no aceptación de una posible crítica que no se refiera a lo que estamos comunicando sino a cómo lo estamos haciendo.

La presión por la imagen nos lleva a abusar, desde la primera adolescencia, de cremas, maquillajes y productos que no son inocuos para la piel pero que llegan a generar un problema de dependencia del que es muy difícil salir. Sara Sálamo lo explicaba en la última ceremonia de los Premios Goya del Cine Español, a los que acudió sin maquillar para reivindicar su lucha contra la imposición de la perfección de la imagen.

 

No más en un segundo plano

La mujer ha de lucir siempre perfecta, en su aspecto y con una sonrisa. A menudo, su discurso no interesa, pues antes de hablar ya se habrán posicionado a su lado o en contra por su actitud o disposición. Sigue habiendo una oda a la mujer complaciente, que sonríe, que no alza la voz, que se mantiene en un segundo plano, porque muy bien valorada debe estar una mujer para no recibir críticas voraces por su sola presencia en un escenario, y más aún cuando no es de su dominio.

El feminismo está ahí, de nuevo, para defender a cuanta mujer quiera estar donde no estaba previsto que se presentase. En esta línea ha surgido también el movimiento #nosinmujeres, que critica y llama la atención a esos eventos que no tienen a ninguna mujer como ponente. Las justificaciones de sus promotores de que no hay mujeres en cierto sector dispuestas a tomar la palabra o formadas en ese ámbito carecen de sentido en la actualidad y no pueden ser aceptadas por más tiempo.

La mujer que sonríe, la mujer amable y silenciosa ha dado lugar a la mujer que sabe lo que quiere y que dispone de formación, conocimientos y experiencia para ser validada por lo que merece.

Es tiempo de dotar de confianza a las jóvenes y niñas que vendrán, de ofrecerles recursos para superar esa cultura patriarcal que nos lleva a querer situarnos todavía un paso atrás.

No podemos aceptar que solo seamos vistas según nuestro cuerpo, admiradas en la juventud, ninguneadas en la madurez y descuidadas en la vejez.

 

El síndrome de la impostora continúa siendo un claro lastre para el desarrollo del talento femenino: https://perifericas.es/blogs/blog/el-sindrome-de-la-impostora-y-sus-lastres-para-el-talento-femenino

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