Por Alejandra Neira, pedagoga especializada en igualdad e inclusión con perspectiva de género, con experiencia en proyectos coeducativos e intervención con mujeres en situación de violencia de género y/o en riesgo de exclusión social
Existe un imaginario social que define cómo debería ser una situación de violencia, delineando características específicas tanto del agresor como de la persona agredida. En este imaginario predominante, la violencia física se erige como el aspecto principal y más visible. No obstante, es fundamental reconocer que la violencia de género no se limita exclusivamente a manifestaciones físicas, y tampoco se presenta de manera aislada. Es decir, la combinación de diferentes tipos de violencia es una realidad más común de lo que se percibe a simple vista.
A lo largo del tiempo, las formas de violencia han experimentado adaptaciones y modificaciones, reflejando la complejidad de las dinámicas sociales. En este proceso de adaptación destaca la necesidad de comprender y abordar no sólo la violencia física, sino también otras formas más sutiles y, a veces, menos evidentes de violencia que pueden persistir en las interacciones cotidianas. En la era de la tecnología, la violencia de género ha encontrado un nuevo terreno de expresión: el ámbito digital. En particular, el control a través de la ubicación se ha convertido en una preocupación creciente dentro de las relaciones de pareja.
La geolocalizacion como herramienta de control
Las innovaciones tecnológicas han mejorado nuestras vidas de diferentes maneras, pero ¿es todo positivo lo que nos han aportado? Lo cierto es que no, pues también han creado nuevas oportunidades para el abuso y el control.
El monitoreo mediante la ubicación, previamente realizado de diversas formas como llamar al teléfono fijo para verificar la presencia de las mujeres en casa, ahora está disponible las 24 horas al día gracias a los dispositivos móviles y las aplicaciones de geolocalización.
¿Cómo se manifiesta este control en el contexto de una relación de pareja? Este tipo de violencia no siempre es evidente a simple vista y se puede integrar en la vida de las mujeres de forma sutil. Comienza con la solicitud aparentemente inocente de compartir la ubicación "por seguridad", pero con el tiempo, puede transformarse en una prisión digital.
La constante supervisión puede generar malestar, ansiedad, miedo y, en última instancia, conducir a la sumisión de la persona controlada. De igual modo, se puede integrar bajo la supuesta idea del amor romántico como un conjunto único de compartirlo todo, o como vía para la expresión directa de los celos en una relación: ”Si no me compartes la ubicación, igual es porque tienes algo que ocultar”. Todas estas muestras de “amor” o “seguridad” se traducen en un control directo, afectando a la privacidad de la persona vigilada. La libertad de movimiento se ve restringida y la autonomía se desvanece, creando un ambiente opresivo que dificulta la toma de decisiones independientes, ya que la mujer se encuentra bajo constante vigilancia y control. Este monitoreo continuo de la ubicación puede generar una sensación de estar atrapada, similar a encontrarse en una jaula digital.
La concienciación y la educación desde edades tempranas son fundamentales para abordar la violencia de género en el ámbito digital. Promover la seguridad en línea, fomentar el consentimiento digital y ofrecer recursos para poner límites son pasos relevantes para prevenir este tipo de violencia. Es necesario reconocer y hablar abiertamente sobre esta forma de control y vigilancia, pues la conciencia es el primer paso hacia el cambio. A través de la educación, la promoción de relaciones saludables e igualitarias y el uso responsable de la tecnología podemos aspirar a construir un mundo donde la intimidad digital no se convierta en un instrumento de opresión, sino en una herramienta de conexión respetuosa. Desafiar las normas que perpetúan la violencia es crucial en este escenario, abogando por un futuro donde la tecnología sea un puente hacia la información y conexión, y no una cadena invisible que someta a la vulnerabilidad y a la violencia.
Las redes sociales se han convertido en los últimos años en un caldo de cultivo perfecto para la violencia de género digital: https://perifericas.es/blogs/blog/redes-sociales-y-violencia-de-genero