Por Alejandra Neira, pedagoga especializada en igualdad e inclusión con perspectiva de género, con experiencia en proyectos coeducativos e intervención con mujeres en situación de violencia de género y/o en riesgo de exclusión social
Sin duda, lo que te voy a contar seguramente te suene bastante familiar. Una amiga te pide si puedes hacerle unos recados. Siendo sincera, a ti no te va nada bien; llevas una semana muy ajetreada, tienes trabajo pendiente, tienes que poner lavadoras y, si te queda tiempo, socializar un poco. Te planteas la hipótesis de cómo decirle que no: ¿Y si le digo que no me va bien, pero le parece mal? Seguro que ella también está muy liada. ¿Y si le digo que sí, si total es un momento lo que voy a tardar? Pero la verdad es que no te encuentras bien y tienes muchas cosas que hacer. Finalmente, le dices que no.
En ese momento suena un timbre: "din don", y aparece la culpa. La culpa es un elemento profundamente arraigado en nosotras, una herramienta de control social que afecta nuestras decisiones y bienestar. La culpa se manifiesta cuando sentimos que hemos fallado a la hora de cumplir con las expectativas que las demás personas tienen de nosotras, o las expectativas que creemos que las demás tienen. Nos hace dudar de nuestras decisiones y, muchas veces, nos lleva a actuar en contra de nuestro propio bienestar para evitar ese sentimiento desagradable.
Siguiendo lo establecido por el psicólogo Martín Ángel Solier, la culpa puede definirse como ese sentimiento que nos informa de que algo que hemos hecho o dejado de hacer nos genera incomodidad porque suponemos que ha causado dolor. El mismo autor establece que ese dolor que generamos es inaceptable y lo valoramos según nuestro sistema de valores. En esta sociedad, que es patriarcal y machista, nuestro sistema de valores está impregnado por las relaciones de poder y el género, entre otras variables. Por tanto, la culpa está estrechamente relacionada con esta socialización diferenciada que se da desde la edad temprana.
La socialización de género y la culpa
La socialización de género desempeña un papel crucial en cómo se experimenta la culpa. Desde una edad temprana, a las niñas se les enseña a ser complacientes, a priorizar las necesidades de las demás personas y a evitar los conflictos. Este condicionamiento cultural lleva a las mujeres a desarrollar una tendencia a sentir culpa cuando no cumplen con estas expectativas, a no ser "lo suficientemente buenas" o tan buenas como se espera de ellas. Este sentimiento se arraiga profundamente y de una forma u otra se convierte en una herramienta de control social.
Se espera que seamos cuidadoras, que pongamos las necesidades de los demás por encima de las nuestras, que siempre estemos disponibles. Cuando rompemos con estas expectativas, la culpa entra en juego para recordarnos que estamos fallando en nuestro "deber" o en lo que se espera de nosotras.
Podemos sentir culpa en diferentes ámbitos, no solo en las relaciones personales, sino también en el trabajo. Por ejemplo, podemos sentir culpa por no estar disponibles o por no aceptar tareas laborales adicionales. Esto puede interseccionar con otros factores como el síndrome de la impostora. Es decir, si no acepto esta tarea adicional que no me corresponde, se darán cuenta de que no soy lo suficientemente buena o no merezco este trabajo. En otros ámbitos, como las relaciones familiares, podemos sentir culpa por no ser la madre o la hija perfecta, por poner límites, por priorizar nuestro bienestar, o simplemente por decir "no". Sin duda, un cóctel molotov que es difícil de desactivar.
Si te interesa seguir leyendo sobre la socialización de género, echa un vistazo a este artículo: https://perifericas.es/blogs/blog/mi-socializacion-de-genero-y-yo-una-relacion-en-construccion