Por Lara Rodríguez Pereira, graduada en Estudios Internacionales y estudiante de Máster en Cooperación al Desarrollo, con enfoque en género, derechos humanos y procesos de desarrollo
Es común escuchar a organismos internacionales y agendas globales insistir en modelos donde nadie se quede atrás. Sin embargo, en la práctica, la cooperación internacional —y las dinámicas globales en general— siguen funcionando bajo normas y asimetrías de las que no logran escapar. Lo esperanzador es que empiezan a abrirse camino ciertos enfoques teóricos ricos y sugerentes, con verdadera voluntad de cambiar las cosas. Uno de ellos es la llamada cooperación transformadora no normativa, que coloca en el centro las cuestiones de diversidad sexual y de género.
Fernando Altamira Basterretxea, referente en la materia, señala que existe un vacío estructural que ha invisibilizado a muchas personas en las políticas y proyectos de cooperación, así como cuestiones clave como las sexualidades o los cuerpos no normativos. En una entrevista en Mar de Fueguitos, Altamira enfatiza: “La cooperación transformadora no normativa no consiste en meter a una persona LGTBIQ+ en un proyecto, sino en cambiar las reglas del juego.” Hablamos, por tanto, de un cruce de caminos entre feminismo, interseccionalidad y cooperación capaz de transformar tanto las estructuras como la cultura organizacional. Este enfoque apunta directamente a la “tríada” neoliberal, etnocéntrica y heteronormativa que sostiene un sistema excluyente y que se reproduce entre resistencias y miedos.
En su artículo “Nos faltaban muchas personas. La Cooperación Transformadora no Normativa y la Diversidad sexual y de género”, el mismo autor subraya la necesidad de un marco teórico propio que permita integrar de forma transversal la diversidad sexual y de género en la práctica y en los proyectos de cooperación. Como él mismo destaca: “(La cooperación) incorpora aquellas vidas que responden a las normas impuestas… Sin embargo, expulsa al resto de cuerpos y vidas que no se ajustan a dichas normas.”
Transformando estructuras para incluirnos a todas
Para quienes trabajamos en cooperación, todo lo anterior implica repensar y superar prejuicios personales, no limitarse a incorporar “nuevos temas”, sino plantear una transformación de las bases mismas del sector, incluida la cultura organizacional. Es un error frecuente incluir mujeres en proyectos sin reflexionar a quiénes, cómo y por qué se incluyen, presentándolo automáticamente como un proyecto feminista, lo cual puede resultar deficiente e incluso contraproducente.
Un ejemplo para aterrizar todo ello en la práctica cotidiana podría ser diseñar un programa que, entre sus actividades, construye escuelas en una comunidad rural. En su diseño, se habla de “igualdad de género” porque se garantiza que tanto niñas como niños puedan asistir. Sin embargo, ¿qué ocurre con una niña trans? ¿O con un niño gay que ya ha vivido experiencias de acoso? ¿O con una persona no binaria que no encaja en la división rígida entre “niño/niña”? Cuando estas realidades no se contemplan, no solo se excluye a ciertas personas, sino que se las expone a situaciones de violencia. Por eso no basta con sumar categorías en un formulario o hablar de inclusión en abstracto: se trata de transformar las estructuras que sostienen los proyectos, empezando por la cultura escolar y educativa, y reconocer la pluralidad de cuerpos, deseos e identidades. Solo así la transformación pasa de las palabras a los hechos.
Altamira pone de relieve la dimensión política de todo ello: considerar a las personas como sujetos y no como objetos de investigación, y repensar las metodologías para que no terminen reforzando la norma que precisamente se pretende transformar.
Si quieres entender por qué la transversalización de género en los proyectos de cooperación es tan necesaria, te invitamos a leer esta entrada de nuestro blog: https://perifericas.es/blogs/blog/la-perspectiva-de-genero-en-la-cooperacion-al-desarrollo