ELLAS CUENTAN LA HISTORIA DE RUSIA

ELLAS CUENTAN LA HISTORIA DE RUSIA

Por Karima Ziali, licenciada en Filosofía y Máster en Investigación antropológica y sus aplicaciones. Actualmente está centrada en escribir su primera novela y colabora con diferentes publicaciones online con artículos centrados en las sociedades musulmanas europeas y la sexualidad dentro de estos contextos

El 25 de diciembre de 1999, no sé si de forma significativa o por puro azar, Gorbachov anuncia la disolución de la URSS. Se cierra el telón sobre el gran teatro del mundo comunista. Los focos se apagan sobre un escenario lleno de claroscuros que se mantuvo en pie alrededor de 70 años. Primero los zares, luego la derrota del ejército alemán en una de las batallas más cruentas que todavía algunas pocas memorias pueden recordar. La URSS tomaba posición en el mundo, quería ser el balcón por el que asomarse al futuro.

La primera vez que supe algo sobre la Unión Soviética fue en un libro de historia. Recuerdo que intenté situarla en un mapa donde ya no existía; en su lugar había una gran extensión de territorio llamado Rusia y a su alrededor, piezas de puzle desencajadas de su matriz. En clase nos contaron que la batalla de Stalingrado fue el inicio del fin de Hitler; fotos de hombres fornidos con abrigos y botas que inspiraban frío de artillería, nos devolvían el testimonio de algo que nunca traspasa el papel del libro de texto. Años más tarde, entendí que la historia no estaba allí, ni en memorizar las fechas, ni en las batallas oficiales ni en las líneas del tiempo que ordenaban etapas ausentes de vida.

 

Contar desde la experiencia

Svetlana Alexievich cuenta que al escribir La guerra no tiene rostro de mujer (1985) recorrió pueblos y ciudades de la URSS para entrevistarse con mujeres que habían estado en el frente. El trabajo lo realizó entre 1980 y 1982, pero hasta que no empezó a desmoronarse el sueño comunista, la obra permaneció oculta por la censura. ¿Acaso iba a presentar una versión de la historia que no fuera la oficial?

La atendían de una forma muy ceremoniosa, en la calidez del hogar, donde por norma general los hombres se sentaban con ella en la mesa y empezaban con un relato entre el delirio y el recuerdo de unos hechos que les engrandecían con solo evocarlos. Alexievich entonces insistía en el hecho de que estaba escribiendo un libro sobre mujeres en la Segunda Guerra Mundial y que su interés era hablar con ellas. Entonces, aquellas que esperaban en silencio tomaban el protagonismo de la escena mientras los hombres se retiraban. Algunos, sin embargo, escuchaban a escondidas relatos que se habían guardado en la sombra, irrumpiendo en la sala cuando lo detalles tomaban unos derroteros que no eran de su gusto.

Cuando ellas relataban todo tomaba otra tonalidad. Su obra recoge la guerra de las mujeres, donde los gestos, las palabras, quizás un color o un olor, se convertían en el hilo de Ariadna desde el cual empezar a destramar la historia. Lo humano adquiere una presencia poética, de una envergadura espléndida, dramática, única, por lo vivaz de las entrañas desde las cuales se toma el pulso a una Historia que no les pertenece.

Ellas viven, pero quien cuenta es otro; ellas sufren, pero quien grita es otro. Ellas querían ir a la guerra mucho antes de que la Historia empezara a darse cuenta de que querían ir a la guerra. La mayoría de las jóvenes entrevistadas por Alexievich contaban con 15 o 16 años cuando estalló; querían estar ahí, en el lugar donde parecía disputarse el destino del mundo como partisanas, zapadoras, artilleras… A la vuelta narran el silencio, el invisible que pesó sobre ellas como plomo de ceniza. Nada. De ellas apenas unas palabras, apenas unas piedras talladas para esgrimir su valor en alguna plaza. Se perdió de vista la lucha compartida, porque en una guerra la humanidad se encuentra para su desencuentro y ahí discutir sobre falda o pantalón te convierte en un escudo perforado.

Dejar que las mujeres hablen hace que otra historia surja. Las debilidades se exponen sin vacilar y entonces surge la fortaleza y el valor que guardan estas mujeres: descubrirse, mostrarse como un cuerpo solitario en el frente sin temer que una bala les cruce la carne.

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Descubrí a Alexievich porque Irina, una amiga de Peter (así se conoce popularmente la ciudad de San Petersburgo), me habló de ella. Recuerdo que, delante de dos tazas de té, habló y yo no dejé de escuchar. Ella vivió otra historia; la Perestroika la encontró siendo madre primeriza de un niño al que, me confiesa, a veces no sabía cómo alimentar. Me abruma pensar que algo así se pueda vivir, pero en seguida nos reímos cuando me cuenta que disponía de una cartilla que le racionaba incluso la adquisición de bragas. Su posición sobre lo que llevó a la Federación Rusa de entonces a una inflación brutal y al colapso de su economía es muy clara: ya no había nada en lo que creer. El comunismo había sido como un pegamento que empezó a deshacerse por el calor de la corrupción y de los intereses que no estaban movidos por la ideología original. Y sin ideología, me dice Irina, no hay nada o hay lo que ve ahora en Rusia: un individualismo brutal sin los valores que ella legitima sobre la alegría de antaño.

El té por cierto lo compró en Peter, donde en esos difíciles años 90 vendía helados en la calle, que obtenía a buen precio en la frontera ucraniana. Me resulta difícil imaginar a esta mujer, con su estilo y sus titulaciones universitarias, ofrecer helados en unos cubos a todo paseante que pusiera un pie en la calle. Me dice que fue una época muy dura a la que a veces le cuesta volver...

Traer al presente la memoria hace que quien escuche participe de sus imágenes, de sus representaciones, y si una se deja llevar por quien relata, puede acceder al complejo portal de sus emociones. Pero escuchar a quien está fuera de la historia, sobre quien no se cuenta, hace que la narración adquiera un halo de fortaleza y fragilidad. La historia contada por Irina, al igual que las contadas por las mujeres de Alexievich, concentran esta paradoja en su seno y ello las convierte en universales.

La lucha por sus derechos sigue estando muy presente en la vida cotidiana de las mujeres rusas: https://perifericas.es/blogs/blog/yulia-tsvetkova-defender-el-feminismo-y-el-colectivo-lgtbi-en-rusia
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