Por Rebeca Santamarta, comunicadora y protocolista, actualmente en formación en marketing digital. Madre y defensora de una crianza respetuosa, en comunidad y feminista
El movimiento feminista tiene más de 300 años de historia, años de luchas, de logros y objetivos que parten de un principio: la búsqueda de la igualdad de la mujer y el hombre. Este movimiento sin embargo ha estado corrompido por ideas y fuerzas políticas que lo consideran una amenaza y una moda pasajera.
El feminismo busca la justicia aunque sigue sin alcanzarla definitivamente porque hay muchos intereses en su contra. Además de esta batalla contra el entorno, el movimiento ha de luchar contra el conflicto interno que muchas veces se da en las propias mujeres. El feminismo desde su esencia contraviene todo lo aprendido en una sociedad patriarcal, que se extiende por todo el mundo y que en mayor o menor medida, limita a la mujer en relación con el hombre.
La mujer feminista
Podríamos cuestionarnos si la feminista nace o se hace, porque podemos ser criadas en un entorno puramente feminista pero la sociedad va a configurar un desarrollo único para cada persona con unos valores y principios que pueden ser amplia o insignificantemente machistas pero que nos modelarán de cara a nuestro crecimiento.
La mujer llega al feminismo tras una experiencia, aprendizaje o estudio, cuando siente que algo le hace click dentro y comienza a percibir con otra mirada todo aquello que veía normal hasta ese momento. Todo lo que le gustaba, lo que le apasionaba, se vuelve gris y necesita ocultarlo al ser consciente que era parte de la maquinaria de una sociedad que, aunque se crea que ha avanzado hasta la igualdad real, en el fondo conserva trazas más o menos evidentes de una ideología patriarcal que la ha llevado, con los ojos vendados, por una senda que ya no quiere continuar recorriendo: su pasado ya no es compatible con su nueva manera de ver la vida.
Esta ruptura nos lleva a darnos cuenta de lo que tenemos que trabajar para lograr la igualdad. Hasta que no llegamos a entender cómo nos afecta en lo personal la lucha por la liberación, estas contradicciones nos acompañarán siempre porque todo pasa por un momento de deconstrucción integral que llevará un tiempo asumir y entender.
Cuando empezamos a ver el mundo bajo el prisma de las gafas violetas comenzamos a cuestionarnos si nuestras decisiones han sido realmente tomadas en libertad o hemos estado especialmente condicionadas por un entorno patriarcal a través de los roles establecidos y los mensajes que este emite clara y subliminalmente.
Todo es entonces analizado, desde la forma de vestir hasta las relaciones personales, estudios realizados, intereses culturales y de ocio. Esta crítica a nuestra persona no es solo interna, sino que se produce también desde el exterior y cuestiona cualquier decisión que se toma bajo la base del feminismo, sobre todo cuando públicamente cambiamos nuestra forma de relacionarnos con el mundo.
Feminismo público y privado
Esta liberación personal se vuelve también política cuando afecta a nuestra familia, cuando nos toca a nosotras ser las que criamos haciéndolo desde la perspectiva de la igualdad y buscando que el cambio sea más profundo para incorporar a las nuevas generaciones. El conflicto interno regresa porque es difícil abstraerse de la cultura y economía que siguen reforzando unos estereotipos de género que no podemos impedir que lleguen a nuestras casas a través de la escuela, la televisión y otras personas. La influencia del entorno y la sociedad sigue siendo tan fuerte que es complicado abstraerse y lograr que nuestros y nuestras menores no reciban esos mensajes sobre colores, juguetes, gustos o entretenimiento que se les asignan según su sexo. Enfrentarnos a la familia o al centro educativo es nuevamente una lucha contra lo establecido.
Por otra parte, la situación económica es lo que devuelve a la realidad a muchas feministas empoderadas, devolviéndolas a roles por los que quizás no han luchado. Si bien la maternidad puede ser un deseo propio de muchas mujeres, el sistema capitalista no premia ni facilita la conciliación, el mantenimiento de un puesto de trabajo, obligando a reducciones de jornadas que no suponen más que el empobrecimiento de la mujer sobre el hombre. La diferencia salarial, el trabajo feminizado con menores sueldos, la poca protección a las madres o las bajas laborales obligan a muchas mujeres a renunciar a sus sueños y a su lucha a favor de la supervivencia en el día a día.
Y cuando damos el paso para mostrar nuestro feminismo, el camino no es fácil. El activismo feminista supone que nos expongamos a la crítica y al juicio a nivel global y, en un tiempo de tantas reticencias hacia esta lucha, el coste a nivel personal es demasiado alto. Una lucha agotadora para aquellas mujeres que lo hacen públicamente bajo su nombre completo y también como profesionales, siendo objetivo en ocasiones de duras campañas de acoso e incluso amenazas que comprometen su vida privada más allá de su oficio. Así, fuerte es el movimiento pero, en ocasiones, bajo seudónimos o máscaras que no permitan el reconocimiento ni el linchamiento.