EL MULTICULTURALISMO: ¿UN MODELO ÚTIL PARA LA SORORIDAD ENTRE TODAS LAS MUJERES?

EL MULTICULTURALISMO: ¿UN MODELO ÚTIL PARA LA SORORIDAD ENTRE TODAS LAS MUJERES?

Por Carmen V. Valiña, doctora en Historia contemporánea y creadora de PeriFéricas. Puedes consultar aquí su web profesional: http://www.carmenvvalina.es/

A menudo escuchamos el concepto de “multiculturalismo” como solución a los problemas de integración en las sociedades de acogida de individuos que proceden de culturas o religiones diferentes a las nuestras. Pero en los últimos tiempos son cada vez más quienes advierten de los peligros y las dificultades de aplicación de dicho multiculturalismo y, en el caso que nos ocupa, de la tensión entre feminismo y multiculturalismo (entendido como derechos grupales para las minorías culturales). El problema en estos casos surgiría cuando nos enfrentamos a culturas que permiten o incluso favorecen la discriminación sexista. En dichas condiciones, los derechos de grupo son claramente antifeministas y limitan la capacidad de las mujeres. ¿Cómo actuar en estos casos? ¿Qué sentido tiene aquí el multiculturalismo? Mirado desde el prisma de las mujeres inmigrantes, hay que tener en cuenta que, cuando se admite el “todo vale” en las sociedades de acogida se pueden estar violando los derechos individuales de los más débiles en pos de la defensa cultural, si hablamos de culturas en las que existan discriminaciones evidentes (pongamos por caso que se permite la mutilación genital o no se castiga a las víctimas de violación porque eso es lo que se hace en las sociedades de origen del grupo inmigrante). ¿Por qué esas mujeres deberían estar menos protegidas frente al menoscabo de sus derechos que las que han nacido en el país? De ahí que sean habituales las voces de quienes defienden la necesidad de llegar a un punto intermedio entre ambos planteamientos, de manera que las diferencias puedan ser reconocidas pero al mismo tiempo se mantenga un elemento crítico que ejerza control sobre posibles situaciones que fomenten la desigualdad. Mary Nash, historiadora irlandesa que ha desarrollado buena parte de su carrera académica en España, apunta a la necesidad de buscar una postura de encuentro que permita entender e integrar la diferencia. En su obra Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos, intenta demostrar la capacidad de mujeres indias y africanas como sujetos históricos, con poder de acción para establecer estrategias de resistencia y luchar por cambiar la situación de desigualdad en la que viven. Nash plantea que esa lucha debe hacerse desde su contexto y sus necesidades. Occidente puede colaborar en ella, pero no puede imponer su modelo de feminismo como la única medida de avance para todo el mundo. Por su parte, la teórica de origen hindú Chandra Chalpade Mohanty critica el universalismo etnocéntrico que sigue predominando en los análisis feministas occidentales, en los que cree que se ha creado un estereotipo de mujer del Tercer Mundo basado en la opresión sexual, la pobreza, la ignorancia y el sometimiento a las tradiciones y a la religión, así como víctima de la violencia masculina. Frente a ella se posicionaría la mujer del Primer Mundo, moderna, educada, con control de su sexualidad y libertad para tomar sus decisiones. Se reproduce por tanto, décadas después del fin formal del colonialismo, una repetición de las categorías femeninas que las metrópolis europeas habían creado para con sus colonias. Al definir otras realidades como menos válidas se las somete a un status inferior y se impone el desarrollo “a la occidental” como única medida. El fracaso de esa supuesta modernización en países como Iraq o Afganistán debería ser ejemplo más que suficiente para demostrar que el calco de estructuras y modelos no es válido.  

El interculturalismo como alternativa para favorecer los nexos y el mestizaje

Mercedes Jabardo, que ha trabajado extensamente sobre el tema de los feminismos negros, apunta la necesidad de sustituir las aproximaciones neorracistas y excluyentes frente a la realidad de otras mujeres por un discurso intercultural, que conecte género e inmigración: frente al esencialismo, las identidades múltiples; frente a discursos culturalistas, identidades diaspóricas o trasnacionales. Usa el término “interculturalismo”, que hace referencia a los nexos, vínculos y mestizaje, frente a “multiculturalismo”, que considera que contribuye a crear categorías fijas y excluyentes. Lo que parece claro es que, si se trata de abogar por un punto de entendimiento y por una lucha común entre mujeres procedentes de orígenes raciales, religiosos y nacionales muy diversos (cada vez más en contacto en un mundo tecnificado y en buena medida globalizado) habrá que incidir en lo que une más que en lo que separa. Esta creciente interconexión significa, también, aceptar que la supuesta homogeneidad y cohesión de la cultura occidental son ficciones que funcionan tanto hacia fuera (para posicionarse frente el otro y crear alteridades) como hacia dentro, invisibilizando las profundas heterogeneidades que por ejemplo recorren la sociedad europea. El feminismo occidental tiene que aceptar que en muchas de sus prácticas y discursos sigue cultivando categorías e ideas de corte neocolonial, que siguen generando un patriarcado occidental, de nuevo cuño pero no por ello menos poderoso, sobre el resto de las culturas.  

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