EL GIRLBOSS: ¿FEMINISMO REAL O TRAMPA DEL CAPITALISMO?

EL GIRLBOSS: ¿FEMINISMO REAL O TRAMPA DEL CAPITALISMO?

Por Estefanía Ros Cordón, criminóloga y consultora especializada en prevención de la violencia, compliance e igualdad de género. Es la fundadora de Ethikos & Compliance, desde donde asesora a entidades en la protección de menores y la gestión del riesgo en entornos educativos y empresariales

En los últimos años, el término “girlboss” se ha popularizado como sinónimo de mujer empoderada, ambiciosa, decidida y exitosa, especialmente en el mundo empresarial. En redes sociales, campañas de marketing y libros de autoayuda, el concepto se ha presentado como la versión moderna de la liberación femenina. Pero ¿realmente este discurso representa un avance para el feminismo o estamos ante una sofisticada apropiación capitalista del lenguaje de la igualdad?

El término fue acuñado por Sophia Amoruso, en su autobiografía GIRLBOSS (2014), donde esta mujer estadounidense narra su ascenso desde vendedora online hasta convertirse en directora ejecutiva de una empresa millonaria. Su historia capturó la imaginación de muchas jóvenes que veían en ella un modelo a seguir: una mujer que había logrado triunfar en un sistema dominado por hombres, sin renunciar a su estilo ni a su feminidad.

Rápidamente, el término trascendió el libro y se convirtió en un arquetipo: mujeres que “lo consiguen todo”, que trabajan duro, lideran empresas, visten bien, se cuidan, son independientes económicamente y, por supuesto, lo comparten todo en Instagram. Se vendió como una forma de empoderamiento moderno. Pero el auge del término vino acompañado de una crítica creciente: ¿hasta qué punto es feminista un modelo de éxito individualista, consumista y centrado en adaptarse al sistema?

Una de las principales críticas al discurso “girlboss” es que representa una forma de cooptación capitalista del feminismo, es decir, en lugar de cuestionar el sistema económico y social que genera desigualdad, lo reproduce, vendiendo como liberación lo que no es más que una reconfiguración del mismo modelo patriarcal. La diferencia es que ahora las mujeres pueden aspirar a ser jefas, pero siguiendo las mismas reglas del juego.

La filósofa Nancy Fraser lleva años alertando sobre cómo el neoliberalismo ha instrumentalizado la causa feminista para sus propios fines. Según ella, el sistema capitalista ha absorbido parcialmente las demandas feministas (especialmente aquellas relacionadas con la meritocracia o el acceso individual al poder), pero ha desmantelado todo el contenido transformador del movimiento. Lo que queda es un feminismo de escaparate, que promueve el empoderamiento personal sin justicia estructural.

 

¿Empoderamiento o autoexplotación?

Así, y bajo el disfraz de libertad, muchos de estos discursos acaban promoviendo un modelo de autoexplotación. La “mujer empoderada” trabaja más horas, se forma constantemente, cuida su imagen, emprende, lidera, innova y, además, sigue siendo responsable del trabajo doméstico y de cuidados en la mayoría de los casos. Se espera de ella que “pueda con todo”, pero el sistema no cambia para facilitarle las cosas: solo se le exige más.

Esto conecta directamente con el concepto de "neoliberalismo rosa": un enfoque que individualiza los problemas sociales, despolitiza el feminismo y lo convierte en un producto vendible. Ser feminista ya no implica necesariamente cuestionar el patriarcado o militar por los derechos colectivos: basta con consumir ciertas marcas, leer ciertos libros y compartir ciertos posts.

¿Y qué hay de malo en querer ser jefa? El problema no es que las mujeres aspiren al liderazgo o al éxito profesional, el problema es cuando se presenta como feminista un modelo que deja fuera a la mayoría, especialmente a aquellas que no encajan en los cánones de belleza, clase social o productividad del sistema.

El discurso “girlboss” se centra en casos individuales y excepcionales, dejando de lado las luchas colectivas, la solidaridad entre mujeres y la crítica estructural. Ser jefa puede ser un acto de empoderamiento, pero solo si viene acompañado de prácticas feministas reales,  como crear entornos laborales igualitarios, promover la conciliación, compartir el poder, visibilizar las desigualdades y luchar contra ellas. De lo contrario, el poder se convierte en una simple herramienta de reproducción de privilegios.

Frente al feminismo "cool", "instagramable" y vendible, muchas autoras y activistas proponen volver a un feminismo de base, interseccional y anticapitalista, que entienda que el empoderamiento no se mide por el número de seguidoras, ni por la facturación anual, sino por la capacidad de transformar las estructuras de opresión que afectan a millones de mujeres en el mundo. Un feminismo que no se limite a poner mujeres en los mismos lugares de poder que antes ocupaban los hombres, sino que cuestione la lógica misma del poder, de la explotación y del éxito. Que no solo se pregunte cómo podemos escalar dentro del sistema, sino si ese sistema merece la pena ser escalado. Porque el feminismo no debería ser una herramienta del marketing, sino una herramienta de transformación radical.

En este otro post reflexionábamos sobre el la instrumentalización del feminismo como producto comercial: https://perifericas.es/blogs/blog/el-morado-como-producto  

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