Por Georgiana Livia Cruceanu, socióloga en proceso de especialización en metodología de la investigación en ciencias sociales y en investigación aplicada en estudios feministas, de género y ciudadanía.
Catherine Walsh, profesora y coordinadora del doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos y de la Cátedra de Estudios Afro-Andinos de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador), comprende lo decolonial como aquello que “encuentra su razón en los esfuerzos de confrontar desde ‘lo propio’ y desde lógicas ‘otros’ a la deshumanización, el racismo y la racialización, y la negación y destrucción de los campos - otros del saber”. Invita a prácticas desobedientes, a reconocer privilegios y revisar críticamente los paradigmas dominantes instaurados desde una hegemonía eurocéntrica (también descrita como occidental e imperial).
La decolonialidad no pretende imponerse como “lo verdadero”, sino que se presenta como una opción igualmente válida y necesaria para las ciencias sociales. Es decir, esta aproximación no significa negar o deslegitimar los avances y aportaciones del mundo occidental; más bien incita a revisar o repensar críticamente nuestra propia historia (la del mal llamado Primer Mundo), ampliar horizontes y reconocer no solo los privilegios sino también los sistemas de representación que no necesariamente se han correspondido con la realidad de otros colectivos. Es precisamente lo que se conoce como “crisis de representación” lo que estableció la toma de conciencia crítica que impide que los sesgos de género, etnia y clase sigan siendo invisibles en la ciencias humanas y sociales. Discursos y sistemas de saber y racionalidad occidentales que han servido - y siguen sirviendo - para justificar prácticas coloniales y neocoloniales.
Invisibilidad inexcusable
Las primeras manifestaciones del giro decolonial se sitúan en el siglo XVI pero no llegaron a compartir espacio de discusión con pensadores como Maquiavelo, Hobbes o Locke. Waman Poma y Cugoano abrieron la puerta al pensamiento y formas de vida-otras pero chocaron con un mundo no dispuesto ni preparado para permitir la pluriversalidad. Se podría pensar que en pleno siglo XXI el proceso de deconstrucción es dinámico, pero la comunidad científica se ha resistido a reconocer que la supuesta “objetividad” del conocimiento científico estuviese impregnada de sesgos personales, reforzados por imperativos de autoridad, que ponen de manifiesto el androcentrismo, etnocentrismo, racismo y clasismo que además contribuyen a reproducir desigualdades. En el Foro Social Mundial, espacio de debate democrático, se anuncia que “otro mundo es posible” pero ¿cómo?
La idea básica del método decolonial es considerar a la población objeto de estudio como sujetos y agentes de transformación a través de la toma de conciencia y de la participación activa. Idea compartida por los feminismos decoloniales, los cuales además añaden el componente ético que cualquier investigación ha de incluir. Al ser considerada tradicionalmente la ciencia como objetiva y neutral, no se pensaba que el investigador/a o el mismo proceso de investigación pudiesen tener algún impacto en la población que se estudia. A partir de este “objeto” se formulaba el conocimiento en términos generalizados y normalmente habiendo abarcado solamente el discurso y las prácticas de los hombres, pues las mujeres y los grupos minoritarios tenían un papel secundario en la sociedad. Carmen Gregorio Gil, profesora de la Universidad de Granada, señala al respecto que “los modelos de dominación (...) del propio contexto sociocultural del que formaban parte los y las investigadoras se refleja en los marcos interpretativos”.
En resumen, el enfoque decolonial pone énfasis en dejar espacio a quienes necesitan ser escuchados/as y en reconocer el lugar desde donde estamos teorizando. Igualmente, hay que señalar un error frecuente, que consiste en asociar la producción intelectual “otra” a la producción indígena y afro, sin mencionar las producciones llegadas de otros contextos y procedentes de los grupos ubicados en lo que podríamos llamar “el Cuarto Mundo de Occidente”, en palabras de Araceli Serrano, profesora en la Universidad Complutense de Madrid. A pesar de la urgencia de decolonizar las ciencias sociales, son pocas las investigaciones que incorporan este enfoque. Un ejemplo de ellas, este potente artículo de Alexander Ortiz Ocaña y María Isabel Arias López, con el significativo título de “Hacer decolonial: desobedecer a la metodología de la investigación”.