Por Karima Ziali, licenciada en Filosofía y Máster en Investigación antropológica y sus aplicaciones. Actualmente está centrada en escribir su primera novela y colabora con diferentes publicaciones online con artículos centrados en las sociedades musulmanas europeas y la sexualidad dentro de estos contextos
Desde los más vulgares y familiares coño, chocho, chichi, pasando por los más onomatopéyicos moñoñongo, cucurucha, hasta los apelativos más significativos “la cuevita del amor”, “cuchara” y gozona; la vagina se ha pronunciado de tantas maneras como imaginarios acerca de ella existen. Y eso que solo estamos haciendo referencia a los sustantivos que circulan en la lengua de Cervantes…
En todo caso, el lenguaje es un reflejo de cómo representamos el mundo. En ello ahondó mucho Judith Butler en una de sus obras de referencia Lenguaje, poder e identidad (1997). Su tesis es que el lenguaje, por ser un acto que produce un efecto (por tener carácter performativo), es una forma de construir identidad, una forma de hacerse a una misma. En esta función del lenguaje hallaremos tanto la manera de reproducir los discursos y las relaciones de poder como la forma de subvertirlos. De este modo, cómo llamamos a la vagina reconstruye todo un mundo simbólico que refleja nuestra forma de relacionarnos con la sexualidad femenina.
Un lenguaje para representar nuestra vagina
Hace años, escuché a una mujer hablar de “ahí abajo”. Por supuesto entendí lo que quería decir, pero el significado pleno no se capta hasta que una atiende a la totalidad del lenguaje, en el que se implican gestos, tonos, silencios, etc… Esta mujer añadió además un gesto con el dedo índice que señalaba hacia el suelo.
Siguiendo con Butler, “ahí abajo” trae al presente de la conversación, o sea, re-presenta, a la vagina. Pero lo hace de una forma distante, velada, como si ese lugar no existiera más que en la lejanía de ese apelativo y de ese gesto: la vagina para esta mujer ocupaba un espacio poco tangible, poco real y difícil de situar en relación con su cuerpo. Si el lenguaje entonces debe ayudarnos a retomar el origen de esa forma de nominar nuestro epicentro de placer y de vida en un sentido amplio, si nos ha de ayudar a hacer un trabajo genealógico, entonces ese mismo trabajo nos ayudará a reconsiderar nuestra relación con nuestra vagina y claro está con nuestro cuerpo.
Eve Ensler, en sus famosos y mediáticos Monólogos de la Vagina, en el que por cierto uno de ellos está dedicado a enumerar los nombres de la vagina, logró hablar de muchas historias que se escondían detrás de ella. Esta obra ha sido interpretada en diferentes países, en alguno de los cuales se han tenido que reinterpretar los términos. La palabra “vagina” por supuesto incomoda, y verla en un enrome rótulo anunciando las historias más íntimas y reveladoras de sus protagonistas se convierte en una tarea compleja.
En Marruecos, Maha Sano, inspirada en esta obra, realizó “Dialy”, donde recogía los testimonios de muchas mujeres a través de los talleres “Expresión femenina” del Teatro Aquarium de Rabat. “Dialy” significa “mío” en dariya (árabe dialectal marroquí), ya que no existe propiamente desde esta lengua una palabra para hacer referencia a la vagina. Se recurre generalmente al término árabe clásico ālfaraji. Para reconquistar el cuerpo, para hacerlo “mío” tal y como dice Sano, hay que visibilizar el tabú que envuelve a las vaginas.
Además de la censura directa sobre la palabra, existe otra forma más sutil de silenciar a la vagina. Las metáforas forman parte de una larga tradición de eufemismos bien sonantes que a la postre tienen un objetivo más claro: reducir una realidad, empequeñecerla en la dimensión del lenguaje, para luego dominarla en la realidad más fácilmente. Domesticar la naturaleza para poder cargarla simbólicamente. Por cierto, que “natura” era un término que los latinos eruditos utilizaban en lugar de cunnus (de aquí viene la palabra coño) por considerarlo demasiado vulgar.
Allá por el siglo XV, en la obra de Pierre de Bourdeille Las damas galantes, donde un hombre enseñaba a las damas cómo ser damas, este se refiere a la vagina con un confuso “eso” y un significativo “caos”. Es la muestra de una larga tradición de asociaciones entre mujer y mal, donde Pandora se llevó la peor parte y después por supuesto Eva, a la cual se le suma además del origen de los pecados monoteístas, la estupidez de dejarse convencer por una serpiente.
En China, las metáforas sobre la vagina se entremezclan con una poética de lo más dulce (o edulcorada, según como se mire) y significativa: “el lugar donde uno se gesta” y “la princesa de las flores”, son algunas de las expresiones usadas. Algo que nos recuerda también a términos ibéricos como “flor” o “coliflor”.
En la obra de referencia erótica universal, el Kama-Sutra, encontramos el nombre de ioni, que se utiliza sobre todo para designar a la vulva, pues hace hincapié en la cavidad donde el hombre encuentra placer. Finalmente, si de obras eróticas se trata, El jardín perfumado de al-Nefzawi, merece especial mención: “Entre estas caderas, Alá creó el escenario de la lucha del amor; cuando este escenario se halla lleno de carne abundante, parece la cabeza de un león”. Escrita por orden del visir Al-Zawawi, para mejorar sus artes amatorias, la obra está repleta de una terminología que a más de uno le puede causar cierto estupor.
La sexóloga Isabella Magdala, en Tu vagina habla (2019), trata de poner el foco en la necesidad de construir una imagen real de la genitalidad femenina, lejos de estereotipos como los que presenta la pornografía, que dificulta disfrutar del sexo en tu totalidad. La sexualidad no solamente es un campo repleto de mecanismos de control, es un lugar donde descubrirse a una misma desde el placer y de este modo, desmontar todas las categorías simbólicas externas a nuestro principio de deseo consciente.
En el itinerario sanitario abordamos la sexualidad femenina desde un enfoque de género y empoderador: https://perifericas.es/pages/itinerario-sanitario