querella mujeres

LA QUERELLA DE LAS MUJERES

Por Alba Peñasco, graduada en Filología Hispánica, Máster en Profesorado de Educación Secundaria y experta en género y coeducación

<<La obra de un escritor se lee y se juzga sin tener en cuenta su sexo; la obra de una mujer se lee y se juzga teniendo presente su condición de mujer>>

El éxito de obras como aquella en la que podemos encontrar esta cita, Las mujeres que escriben también son peligrosas (2017), o su antecesora Las mujeres que leen son peligrosas (2006), ambas bestsellers de Stefan Bollmann, demuestra la existencia de un creciente interés por parte del público lector en conocer y revisar la relación entre mujeres y literatura. Una relación larga y compleja marcada por numerosos obstáculos que ya fueron puestos sobre la mesa durante lo que se conoce como “la querella de las mujeres”.

La querella de las mujeres o Querelle des femmes se suele describir como un debate filológico y literario, cuyo fondo fue más específicamente de corte filosófico y político, que se originó en Europa en el siglo XIV y en el que numerosas escritoras y eruditas defendieron, frente a los ataques y desprecios recibidos por parte de hombres del mundo de la cultura, el derecho de las mujeres a acceder a la educación y a la política, al mismo tiempo que reivindicaban su capacidad intelectual, equiparable a la masculina, para dedicarse a actividades como la escritura.

Se dice que este debate tuvo lugar hasta el siglo XVIII en la Revolución Francesa y que más adelante se trasladó a otras latitudes y con otros motivos específicos acordes al momento histórico, pero bajo otras denominaciones, como The woman question (la cuestión de las mujeres) durante el siglo XIX en Estados Unidos, Reino Unido, Rusia o Canadá. Sin embargo, sería equivocado afirmar que dicho debate ha sido superado seiscientos años después.

Precursora de todo el movimiento fue Christine de Pizan, considerada por muchos como la primera mujer que podemos considerar escritora profesional, puesto que pudo mantenerse y mantener a su familia gracias a su oficio en las letras. Al mismo tiempo, esta autora es identificada como referente dentro del feminismo occidental por su papel defensor de la mujer en esta Querella de las mujeres que ella misma inició en respuesta a la misoginia vertida por Jean de Meung en el Roman de la Rose (1225-1280) con citas como «Todas ustedes son, fueron o serán putas por acción o por intención».

Con La ciudad de las damas (1405) Christine de Pizan da los primeros pasos en este debate por la defensa de la igualdad intelectual entre ambos sexos. En la obra, comienza lamentándose primero por su condición de mujer influenciada por el desprecio masculino para más adelante empoderarse y empoderar a sus lectoras gracias a la aparición de las tres damas, Razón, Derechura y Justicia, que le encomendarán construir una ciudad habitada únicamente por mujeres. En su ciudad la autora va alojando a todas las figuras femeninas anteriores que ella considera ilustres, construyendo así una suerte de primera genealogía dentro del feminismo, al haber realizado un ejercicio de retrospección y reconocimiento del papel de numerosas mujeres mitológicas y reales.

 

Construir genealogías para pervivir

A partir de ahí podemos comenzar a trazar una serie de lazos entre las distintas mujeres y eruditas de la época cuyas relaciones sociales se articulan como el hilo conductor de su otredad frente a los autores masculinos. El conjunto de mujeres del Renacimiento que forman parte de esta querella se caracteriza por un componente fuertemente genealógico y de sororidad, marcado por las alianzas, la admiración y la concesión de autoridad a otras mujeres. Así, en esta época podemos encontrar mujeres citando a otras mujeres, recomendando sus lecturas, ejerciendo el mecenazgo femenino, intercambiando cartas, experiencias y compartiendo amistad. Mientras ellas se autoafirmaban como nosotras o nosotras mujeres, sus homólogos masculinos las ridiculizaban, ignoraban o despreciaban.

Y es que las mujeres siempre hemos partido con desventaja. En la historia de la literatura nos situaron un paso por detrás negándonos la educación y el acceso a las lecturas hasta el Renacimiento y restringiéndolas a las élites sociales y económicas de ahí en adelante, por lo que no pudimos nunca igualarnos frente a los hombres, ni ellos nos lo permitieron. Acuñaron la etiqueta femenina como sinónimo de banal, pobre o inferior, pese a que géneros eminentemente dominados por mujeres como la novela rosa o el folletín alcanzaban el éxito entre el público.

En el prólogo de Las mujeres que escriben también son peligrosas (2017), Esther Tusquets hace referencia a la peligrosidad del oficio escritor cuando este es ejercido por una mujer. Y no es de extrañar, ya que muchas de ellas a lo largo de la historia han tenido que ser autodidactas y no han gozado jamás del apoyo y la protección de que disfrutaban los autores masculinos. Es muy fácil promocionarse y avanzar en una carrera literaria cuando se es al mismo tiempo creador y crítico. El juez estético ha sido siempre un varón heterosexual blanco que ha diseñado un canon a su medida y a la de todos los de su condición. Las mujeres, por nuestra parte, aún libramos esta batalla que Christine de Pizan inició con la Querella de las mujeres.


En nuestros cursos online te invitamos a descubrir a mujeres que, como las de este post, rompieron esquemas y lucharon por sus derechos: https://perifericas.es/collections/cursos

Regresar al blog

Deja un comentario

Ten en cuenta que los comentarios deben aprobarse antes de que se publiquen.