Por Katherine M. Tirano, antropóloga social, editora y teatrera migrante de origen colombiano. Activista de DDHH focalizada en el trabajo con mujeres migrantes, exilias y refugiadas en procesos de construcción de memoria histórica.
Fotografía cortesía de Marcos Roddie (manifestación antirracista en Madrid, 13 de noviembre de 2021)
El público empieza a enmudecer para escuchar unas voces que tímidamente suben las escaleras de una tarima, van de la mano de sus madres, de las organizadoras, de amigas. Con mucho desparpajo sus palabras son certeras, sencillas. Denuncian las violencias que ya en sus cuerpos sienten, que ya en las discusiones de los/as adultos/as escuchan: ellas y ellos ya saben de qué se está hablando cuando se habla de racismo.
Vemos subir a un grupo de niñas y niños de diferentes edades y orígenes a esa tarima. Son las nueve de la noche del sábado 13 de noviembre en medio de la Puerta del Sol, en Madrid. Tras más de un año con la pandemia a cuestas y a una semana del Black Friday la plaza está abarrotada de gente, bolsas van y bolsas vienen. Desde hace meses se viene gestando la V Manifestación Antirracista en la ciudad. Pasó por los barrios, se hicieron conciertos y llegado el día en honor y memoria del asesinato de Lucrecia Pérez Matos se alza la concentración.
El asesinato de Lucrecia Pérez Matos en 1992 es el primer asesinato reconocido por motivos racistas Madrid. No es el único. A lo largo de la noche se enuncian los nombres de mujeres y hombres que han visto apagar sus vidas a causa del odio, del racismo, de la ignorancia. Al coro de “No les olvidamos” y “Madrid será la tumba del racismo” personas migrantes, racializadas, mujeres y hombres, niños y niñas, y personas con diversas identidades de género y orientación sexual -LGBTI-, se encuentran denunciando lo que es un hecho por todas/os conocido y por muchas/os negado, ocultado: España es un país racista y tiene una gran deuda colonial aún por resarcir. Hace cinco años que la Asamblea Antirracista de Madrid organiza la manifestación en la que participan diversos colectivos de personas migrantes y racializadas, así como personas a título individual, que encuentran en este espacio un lugar de confianza y empatía donde sus experiencias y la necesidad de cambiar una sociedad que continuamente les excluye les une. El manifiesto que se lee a grito herido en la plaza es largo y contiene las claves para comprender lo que desde hace años se viene reivindicando: políticas públicas que dignifiquen la vida de todas las personas migrantes y racializadas, y una necesidad vital por subvertir las estructuras sociales opresivas y excluyentes.
Pero, ¿qué puede significar que hayan unas/os niñas/os en ese escenario denunciando la violencia y el odio ejercido sobre ellas/os, sobre sus madres y padres, amigas cercanas? En una conversación con Mónica Gortayre – miembro de la Asamblea Antirracista y otros colectivos de personas migrantes y racializadas de la ciudad – la palabra cuidados aparece varias veces: “Estos cuerpos nos hacen ver que los cuidados están presentes y que tienen que ocupar un lugar primordial, la manifestación se convierte así, en lugar de encuentro también para las familias”. Cuando hablamos de cuidados estamos diciendo que hay que poner la vida en el centro, como eje vertebrador de la posibilidad de sabernos dignas y como argumento máximo del ejercicio de una ciudadanía crítica y profundamente consciente de su lugar en el mundo y en la transformación social. Más allá de lo enternecedor que resulta ver a estas personas pequeñas subidas en un escenario, sus palabras, sus carteles, sus pequeños cuerpos nos recuerdan que es sobre sus vidas de lo que estamos hablando, del mundo que queremos construir para que puedan desarrollar sus existencias plenamente.
¿Liderazgos feministas sin parte del movimiento feminista?
En el escenario, así como en toda la manifestación que recorrió el centro de la ciudad desde Plaza Cibeles hasta Sol, deteniendo la vida efervescente y dinámica de la Gran Vía, se encuentran personas diversas en tonos de piel, en estéticas, en identidades y en edades, que componen un cuerpo colectivo del cual muchas mujeres son el rostro principal, la voz cantante. Gran parte de la manifestación y de la organización en la asamblea está siendo liderada por mujeres y personas LGBTI que bien, como migrantes o hijas de migrantes nacidas en España, vienen ejerciendo liderazgos dentro de estos espacios de reflexión y denuncia, lugares de encuentro donde se pone sobre la mesa – la calle, la plaza – aquello que llamamos liderazgos feministas: “Se pone en práctica una manera empática, horizontal, dialogante y que tiende a la equidad en relación a la toma de decisiones y el uso de la palabra”, comenta Gortayre. En este sentido, podemos encontrar que se está apostando por protagonismos diferentes y que cuestionan las formas clásicas de organización y liderazgo – profundamente patriarcales y racistas – así como por encontrar nuevas maneras de ocupar el espacio público mediante el arte y la música o las performances, e incluso, poniendo en altavoz en medio de la emblemática plaza otras lenguas que también hacen parte de los murmullos de la ciudad y que poco a poco van tomando su lugar.
Sin embargo, no es una manifestación multitudinaria, no hay gran cobertura de prensa y no está – como en otras ocasiones – el movimiento feminista en la ciudad. Ese mismo que sale cada 8M y 25N y desborda la calle de cánticos y denuncias, que se siente poderoso y capaz de generar los grandes cambios de este siglo. Y es que, en palabras de Gortayre: “A la hora de participar de las acciones y actividades antirracistas el 8M no nos sigue. De hecho, el lema de este año se pensó para que interpelara a todo el mundo – Manifestación Antirracista contra las violencias racistas y los discursos de odio, pero aún así no vinieron”. Dar un paso al lado no significa desaparecer, significa acompañar, y el feminismo hegemónico, blanco y acomodado no termina de hacerse eco del mirar hacia dentro y revisar el racismo estructural que también lo atraviesa. Es una tarea pendiente.
Desde otros lugares se siguen trabajando estrategias conjuntas que buscan poner en común las agendas de diferentes colectivos e identidades que, excluidas de los grandes movimientos, poco a poco se van encontrando en las calles, en las universidades, en medio de otras manifestaciones y constituyendo un lugar de enunciación propio. La profesora de la Universidad Complutense de Madrid, Laura Calle – Antropóloga social y activista migrante – nos comenta cómo esto que llamamos (a veces con la boca chiquita) Movimiento Antirracista se viene nutriendo de las experiencias y saberes de las personas migrantes, que desde hace una década por lo menos, empiezan a saberse sujetos políticos y ejercen una ciudadanía que cuestiona el lugar de enunciación del antirracismo ligado más al movimiento antifascista español, liderado por organizaciones españolas que trabajaban con personas migrantes pero que, una vez más, hablaban en calidad de intermediarios, de “altavoces”. Son las personas migrantes y racializadas (afrodescendientes, africanas, moras/musulmanas, romanís-Gitanas, de Abya Yala, indígenas, caribeñas y asiáticas), las que están desarrollando un discurso enriquecido desde esas experiencias y saberes propios que anteriormente no se encontraban, “como por ejemplo toda esta cuestión de la perspectiva descolonial, que era una cosa completamente ausente y es algo que las personas migrantes hemos puesto en el mapa del discurso político”, comenta Calle. La exigencia de la garantía de derechos plenos para estos sectores de la sociedad que demuestran cada día que es su trabajo y que son sus cuerpos los que sostienen la vida del mal llamado Estado de Bienestar no es una cuestión de permisos ni de caridad, sino de responsabilidad y justicia social.
Al bajar del escenario las peques, los aplausos y los gritos al son del ¡Resistencia, Resistencia! se confunden entre la alegría y la esperanza que supone tomar la plaza, levantar los puños, darse abrazos, saberse capaces de transformar el mundo.