Por Carmen V. Valiña, doctora en Historia Contemporánea y licenciada en Humanidades y Periodismo. Creadora y directora de PeriFéricas
La victoria franquista en la Guerra Civil española trajo consigo consecuencias especialmente graves para las mujeres que habían simpatizado con el régimen de la II República. Y no solo para aquellas significadas por su adscripción ideológica, sino también para todas las que se habían atrevido a romper con el ideal femenino del ángel del hogar, dedicado a su familia y a su casa, las que por entonces se denominaron "modernas": mujeres que habían comenzado a crear sus propias trayectorias profesionales y personales, que se vestían de manera "provocadora" para la época, que salían al espacio público, trabajaban fuera de casa o, incluso, podían estudiar ya en la universidad. Eran todavía pocas en la España de los años treinta, pero estaban abriendo un camino de feminización de la sociedad del momento. Evidentemente, en el nuevo contexto conservador de la España franquista este tipo de mujeres no tenían cabida.
El ostracismo al que se vieron sometidas limitó sus posibilidades profesionales y públicas, eliminando los derechos conseguidos durante los años anteriores. Las "modernas" que habían simpatizado con la II República fueron doblemente silenciadas, por su doble condición de vencidas y de mujeres. El exilio, geográfico o interior, fue para muchas de ellas el único camino posible. Debieron despedirse de sus vidas anteriores, y lo que en un principio parecía una situación transitoria, que quizás podría revertirse tras la victoria de los aliados en la II Guerra Mundial, terminó por convertirse en cotidianeidad durante casi cuarenta años. Se convirtieron en paradigma, en definitiva, de un modelo femenino que debía ser aniquilado (a veces incluso literalmente).
El fin de sus trayectorias profesionales
El franquismo relegó nuevamente a las mujeres al ámbito doméstico, tras la etapa de libertad de los primeros años del siglo XX. Las que durante esas décadas anteriores habían conseguido alcanzar cierta posición profesional fueron o bien directamente expulsadas de sus trabajos o bien, en el caso de las funcionarias, relegadas a escalafones inferiores si se probaba (o inventaba) cualquier tipo de vinculación con el régimen republicano.
Un ejemplo muy claro se puso de manifiesto en el ámbito de las bibliotecas, que habían funcionado como puntal de la política cultural anterior, además de ser uno de los sectores más intensivamente feminizados durante la II República. En archivos y bibliotecas trabajaron muchas mujeres que consideraban que esos espacios debían constribuir al progreso y la justicia social. Las bibliotecas fueron sin duda parte esencial del proyecto cultural de la II República, funcionando además como "laboratorios" de un nuevo modelo de mujer: con estudios, comprometida con el nuevo régimen y avanzadilla de su proyecto de buscar el progreso de España a través de la educación y la formación.
Esa ampliación de las posibilidades profesionales femeninas durante la II República había comenzado unos años atrás, y se había afianzado en 1910, con un hito clave para las españolas de principios del siglo XX: la posibilidad de estudiar en la universidad. Dicha opción, aunque minoritaria en un principio, sin duda incrementó las aspiraciones profesionales de unas jóvenes que ahora podrían desarrollarse hasta límites no vislumbrados por sus madres y abuelas. Los cambios que trajo consigo el siglo XX, con el aumento del sector servicios y el incremento de una clase media en la que la esposa ya no podía vivir únicamente de las rentas del marido, amplió también sus opciones profesionales, las cuales demandaban ahora una educación que tenía que ser algo más que de adorno y debía capacitarlas para la vida pública. En los años treinta veremos ya en España a un creciente número de matronas,institutrices, enfermeras, taquígrafas o mecanógrafas. Todas ellas eran consideradas profesiones "aceptables" para las mujeres de acuerdo al ideal patriarcal todavía imperante.
En todo caso, y más allá de las ideas patriarcales dominantes, estas mujeres "modernas" pasaron a entender la cultura y la formación como herramientas para su inserción profesional y para su independencia. Por primera vez en la historia de España, durante la II República no quedaban excluidas del momento histórico que se estaba viviendo: formaban parte de él.
Obviamente, una identificación profesional y personal tan directa con el régimen republicano trajo luego consecuencias para dichas profesionales. Por retomar el ámbito de la cultura, en los casos más graves, como el de la bibliotecaria de la Universidad Central de Madrid, Juana Capdevielle, su compromiso la condujo a la muerte; en otros que he estudiado, como los de las también bibliotecarias Luisa Cuesta y María de los Ángeles Tobío, al exilio y la depuración profesional.
El fin de la II República y la honda herida de la guerra y la postguerra implicaron pues, para todas ellas, mucho más que el cierre de una etapa: supusieron la desaparición de la inmensa parte de sus sueños y aspiraciones, tanto profesionales como personales. Unos sueños que nunca más volverían a recuperar, y el inicio de una España de pesadilla en la que las mujeres modernas no tenían ya asignado ningún papel protagonista.
En nuestro itinerario humanístico la historia de las mujeres juega un papel fundamental: https://perifericas.es/pages/itinerario-humanstico