Por María Camacho Gavilán, graduada en Pedagogía y estudiante del Máster en Igualdad y políticas de Género de la Universidad de Valencia
Las mujeres partimos de una situación de desventaja respecto al hombre en nuestra estructura social. El binarismo de género, la segregación horizontal, el difícil acceso a los trabajos masculinizados, y por lo tanto con mejores condiciones laborales, así como la segregación vertical, que establece barreras jerárquicas y de opresión para el acceso a cargos y a una mayor representación femenina en puestos dirigentes, y por lo tanto, de mayor calidad y responsabilidad pública, son algunas de las causas de esa situación.
Los desplazamientos en transporte público poseen nombre de mujer
La diferenciación del mercado laboral también influye en el acceso al uso de un automóvil. El transporte público guarda una fuerte relación con los desplazamientos femeninos, puesto que las personas que trabajan en el servicio doméstico, mayoritariamente mujeres, emplean fundamentalmente este medio para moverse. Por otro lado, en los polígonos industriales y las zonas periféricas de la ciudad se localizan trabajos masculinizados, lo que hace que la movilidad en estos ámbitos sea principalmente masculina y en vehículo privado.
Todo ello tiene una consecuencia clara: la mujer es mayoría en el transporte público y los desplazamientos a pie. Minutos a pie a través de descampados, “puntos negros”, zonas con poca visibilidad, mala iluminación y ninguna presencia de seguridad urbana. Minutos de "tensión" y "paranoia" que todas hemos vivido.
La falta de adaptación de los sistemas públicos a nuestra situación de vulnerabilidad diaria nos lleva a sufrir en numerosas ocasiones acoso machista dentro del bus o del metro, hechos que muestran la necesidad de construir un transporte más seguro para mujeres.
Pero no solo nos enfrentamos a situaciones de desventaja en el transporte: en la señalización urbana también está presente la discriminación hacia las mujeres.
¿Tiene género el espacio urbano?
La señalización urbana es un medio a través del cual se puede favorecer una concepción y un uso más democráticos del espacio que comparte la ciudadanía. La señalización del espacio urbano forma parte de procesos complementarios de reflejo-construcción de la realidad que vivimos. A través de ella podemos entender y conocer cuáles son las reglas que hay que seguir para habitar dicho espacio e informarnos acerca del uso a que está destinado. Las señales son, en definitiva, una forma de lenguaje organizador del espacio urbano.
Tomando esta doble premisa, el espacio y su lenguaje reflejan y construyen la realidad cotidiana de las personas que lo habitan.
Personalmente, considero que el uso de la perspectiva de género como modelo de análisis implica considerar la categoría género como un elemento esencial para entender las formas de organización del espacio urbano: las mujeres y los hombres hacen un uso y tienen una experiencia y unas formas de relación diferentes con el espacio, condicionada por los roles sociales que se les asignan, las responsabilidades que se les atribuyen, sus formas de repartir el tiempo, las actividades que realizan, y también sus posibilidades de acceso a la toma de decisiones sobre el propio espacio que habitan, así como también sobre el control de sus recursos.
La realidad es la siguiente: el espacio urbano, bajo una apariencia de neutralidad, está concebido, ordenado y regulado desde un orden social que denominamos androcéntrico, del cual es transmisor y agente activo de reproducción.
Es evidente que vivimos en un espacio que no se adapta a nuestras necesidades y al uso que de él hacemos cotidianamente. La configuración y señalización del espacio de lo “privado” se realiza de una forma que no anima a los hombres a asumir sus responsabilidades en la realización de las tareas de mantenimiento del hogar y responsabilidades de cuidado. Os presento un ejemplo claro: las vías urbanas están llenas de señales que representan al hombre como peatón, conductor, usuario de edificios públicos. Por el contrario, las mujeres aparecen con frecuencia o a veces en exclusividad en la señalización referida a espacios donde se realizan las actividades “privadas” o relacionadas con el ámbito de lo doméstico/del cuidado.
La integración de la perspectiva de género implica una nueva mirada a la realidad cotidiana, una vuelta intencional que permita analizar la señalización desde la óptica de la igualdad, desvelando los elementos perpetuadores de la desigualdad que contiene, para así actuar frente a ella.
Con este artículo pretendo reclamar el uso de políticas públicas que se adapten a las necesidades de las mujeres, considerando distintas alternativas que pueden plantearse de cara al diseño, estructura y la señalización de los espacios metropolitanos como un elemento que puede contribuir a la igualdad, transformando el espacio urbano de forma más incluyente, diversa, actual y real.
¿Quieres estar al día de las publicaciones que vamos sacando semanalmente en el blog? Suscríbete al boletín mensual en https://perifericas.es y no te pierdas ningún contenido