Por Alba Peñasco, graduada en Filología Hispánica, Máster en Profesorado de Educación Secundaria y experta en género y coeducación
El dadaísmo berlinés fue testigo de la gran carrera de Hannah Höch, pionera del collage, bisexual declarada e incansable arte-activista que denunció con su obra la misoginia y el racismo de la Alemania de Weimar. Esta gran vanguardista, que firmó su obra más conocida, “El cuchillo de cocina dadá saja el vientre cervecero de la última época cultural Weimar de Alemania” (1919) en vez de con su nombre, con un mapa de los países en los que las mujeres podían votar, fue apartada de muchos espacios por otros vanguardistas por el simple hecho de ser mujer, hasta el punto de que inicialmente se le prohibió participar en la Primera Feria Internacional de Dadá en Berlín (1920).
Paralelamente a esta historia, en 1917 Marcel Duchamp, reconocido como uno de los dadaístas por excelencia, escribía una carta a su hermana Suzanne donde reconocía haber recibido por parte de una amiga con pseudónimo masculino, Richard Mutt (R. Mutt), un urinario a modo de escultura, haciendo clara referencia a la más tarde famosísima obra del ready-made (objeto encontrado) “La fuente”. Hasta 1982 no se dieron a conocer estos importantísimos escritos donde se confirma, finalmente, la atribución por parte de Duchamp de esta reputada obra del dadaísmo, cuya auténtica autoría se ha demostrado que pertenece a la artista y performer conocida como Baronesa Dadá, Elsa von Freytag-Loringhoven, que falleció en 1927 casi en la indigencia y a la que durante décadas la historia del arte ha olvidado mientras Duchamp cosechó parte de sus méritos una vez ella ya no estaba en este mundo.
Un olvido sistemático también patente en la España de los años 20
La comúnmente conocida como Generación del 27, aunque actualmente carezcamos de un consenso al respecto de su denominación como generación literaria, es contenido de obligatorio abordaje en todas las programaciones didácticas del sistema educativo español. La prolífica nómina de este conjunto de artistas del vanguardismo español se viene acompañando habitualmente en los libros de texto para la ESO y Bachillerato, así como en manuales especializados, de una imagen que todos reconocemos: la del homenaje al poeta Luís de Góngora en el Ateneo de Sevilla en 1927.
En esta instantánea podemos ver a famosas personalidades protagonistas de los ismos ibéricos como Federico García Lorca, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Rafael Alberti o Dámaso Alonso. Sin embargo, no aparece ni una de las numerosas y talentosas poetas, actrices, ilustradoras o pintoras que formaban parte del movimiento.
Nos referimos a mujeres como Concha Méndez, María Teresa León, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcín, Maruja Mallo, María Zambrano, Margarita Gil Roësset o Rosa Chacel, cuyas aportaciones al legado intelectual y artístico español son absolutamente valiosas, pero que la historia y el canon han ido dejando de lado, como si no hubiesen sido tan protagonistas de la modernización cultural española como sus compañeros masculinos. Puede que no fuesen invitadas al homenaje al poeta Góngora donde se tomó aquella famosa fotografía, pero sí participaron activa y prolíficamente de la particular Vanguardia artística en España.
De hecho, no ha sido hasta el año 2015, que gracias a Tània Balló, Manuel Jiménez y Serrana Torres estas mujeres, como grupo y parte de la nómina de la Generación del 27, han sido reivindicadas como "las sinsombrero" en un trabajo crossmedia homónimo. En el documental que forma parte de este podemos visualizar un corte de una entrevista a Maruja Mallo donde cuenta la anécdota que da nombre al proyecto en la que un día, paseando por la Puerta del Sol junto a Margarita Manso, ambas decidieron quitarse el sombrero, accesorio de uso cotidiano para hombres y mujeres que se identificaba con cierto estatus social, motivo por el cual fueron apedreadas e insultadas.
La invisibilización sistemática de las figuras femeninas en las distintas artes no puede explicarse a través de una estrategia concreta, ya que a cada una de estas mujeres se las ha tratado por parte de la crítica o las instituciones de forma distinta, pero es innegable que a todas ellas se les ha restado importancia a través de numerosos mecanismos.
Hannah Höch formaba parte del grupo dadá de Berlín, es un hecho. Igual que la Baronesa Elsa era reconocida en Nueva York como “la única persona del mundo que se viste Dadá, ama Dadá y vive Dadá”, y sin embargo, es muy posible que todavía hoy no aparezcan en muchos libros de texto. La figura de Margarita Gil Roësset, ilustradora cuyos dibujos seguramente inspiraron El principito (1943), gran escultora y fantástica poeta cuya obra literaria ha sido recientemente reivindicada a través de la edición de sus textos que hizo Juan Ramón Jiménez, empieza a recuperar su voz, pero todavía es casi imposible encontrar referencias a ella que no la acompañen de “la poeta que murió por amor”, como si ese hubiese sido el mayor logro de su corta carrera artística.
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