LAS MUJERES COMO BIENES DE INTERCAMBIO EN LA FAMILIA Y EL MATRIMONIO

LAS MUJERES COMO BIENES DE INTERCAMBIO EN LA FAMILIA Y EL MATRIMONIO

Por Molly Erin, estudiante de Psicología en la Universitat de Barcelona, actualmente especializándose en cuestiones de género, con especial atención a la salud menstrual y la sexología 

Abundan las teorías que fijan como origen de las sociedades actuales la circulación en intercambio de toda clase de bienes: alimentos, adornos, rituales, herramientas, poderes…El intercambio de regalos se entiende como una forma de establecer relaciones sociales que, al entretejerse, dan lugar a las jerarquías y complejas estructuras de poder que conforman desde las primeras sociedades hasta las actuales.

Entre familias, la estrategia por excelencia de tejer vínculos es el matrimonio. Las mujeres - que, a raíz de la prohibición del incesto no pueden ser “tomadas” por los miembros de la propia familia - son regaladas entre varones para formar una relación más profunda que la de simple intercambio: la de parentesco. Este vínculo, a diferencia de uno de amistad en que pueden surgir peleas y diferencias, se considera(ba) permanente.

El parentesco es una forma de organización que permite establecer un orden en los grupos que rige. En un sistema en que históricamente las mujeres no heredaban, no transferían su apellido propio a las siguientes generaciones, no se pertenecían a sí mismas, ellas eran - éramos - concebidas como objetos de regalo, incapaces de recibir los beneficios de su propia circulación. Los beneficiarios de este sistema de organización social son, entonces, los varones.

En palabras de Lévi-Strauss: “la relación total de intercambio que constituye el matrimonio no se establece entre un hombre y una mujer, sino entre dos grupos de hombres, y la mujer figura solo como una de los objetos del intercambio, no como uno de los participantes asociados”. 

El intercambio de mujeres como raíz de nuestra opresión es un concepto interesante, ya que se aleja de los argumentos biologicistas y sus grandes fallos teóricos y lógicos. No escasean ejemplos históricos de esta práctica: las mujeres hemos sido entregadas en matrimonio, tomadas en batalla, cambiadas por favores, enviadas como tributos, compradas y vendidas. Y no es, como podríamos pensar, una práctica que se ha extinguido en las sociedades actuales - supuestamente civilizadas - sino que se ha ido refinando y comercializándose.

Además de ser la base de muchas de las desigualdades que aún hoy día experimentamos en nuestra piel, esta práctica histórica ha permitido el establecimiento, como ya hemos comentado, de un sistema de parentesco. He aquí el origen de la familia - entendida heteronormativamente como la unión de un hombre y una mujer - que, a través de la división de los trabajos por género, deviene la unidad mínima económicamente viable.

Para asegurar el establecimiento de un matrimonio heterosexual, entran en acción los múltiples sistemas sociales de imposición de roles de género para fabricar dos categorías opuestas y mutuamente excluyentes: hombre y mujer. A través de la división sexual del trabajo, estas categorías entran en una dependencia recíproca y nace la obligación de formar una familia. ¿Y por qué interesa tanto que las personas formemos familias? Porque esta es la unidad mínima del sistema capitalista.

 

Familia y capitalismo

Recapitulemos. Las primeras sociedades nacen con el tejido de relaciones sociales, construidas sobre el intercambio de bienes. A raíz de la prohibición del incesto, nace la necesidad de los varones de dar sus hijas y hermanas en matrimonio, y las mujeres se convierten (nos convertimos) en “bienes”, u objetos de intercambio, con la finalidad de formar relaciones de parentesco. Mediante las relaciones de parentesco, se crea la unidad familiar, dentro de la cual hay una división sexual del trabajo. ¿Qué tiene esto que ver con el capitalismo?

El capitalismo, según Marx, se diferencia de los demás modos de producción en que su único objetivo es la creación y la expansión de capital. Su razón de ser es la plusvalía, es decir, la diferencia entre todo aquello que la clase trabajadora produce y la cantidad de ese total necesaria para el mantenimiento y reproducción de dicha clase trabajadora. Marx concebía este concepto en términos de los alimentos y otras necesidades básicas en las que les trabajadores invierten su sueldo, pero no tenía en cuenta que tales productos básicos no suelen ser aptos para el consumo inmediato, sino que requieren de un proceso de elaboración. De este proceso, históricamente hemos sido las mujeres las encargadas, y de forma no remunerada, por lo que las labores domésticas que se llevan a cabo dentro de la unidad familiar se convierten en un componente imprescindible para el mantenimiento del sistema capitalista.

Aquello que sonaba tan lejano - ¿intercambio de mujeres? ¡Si estamos en el siglo XXI! - de repente nos resuena de forma más cercana. Por mucho que hoy en día muchas parejas realicen las tareas domésticas de forma igualitaria, y ambas partes deseen la unión, la institución del matrimonio sigue basándose en los mismos principios desde su nacimiento. ¿Por qué, si no, tradicionalmente es el padre el encargado de “entregar” a la novia en los rituales de casamiento?

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