LA SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA: UNA MIRADA DESDE LOS ECOFEMINISMOS

LA SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA: UNA MIRADA DESDE LOS ECOFEMINISMOS

Por Lara Rodríguez Pereira, graduada en Estudios Internacionales y estudiante de Máster en Cooperación al Desarrollo, con enfoque en género, derechos humanos y procesos de desarrollo

El modelo económico actual sostiene el consumo de los países del Norte Global  a través de cadenas de producción también globales que deslocalizan, por ejemplo, la manufactura hacia los países del Sur Global —fundamentalmente América Latina, África Subsahariana o Asia Meridional y Sudeste Asiático-—, explotando tanto los recursos naturales como a las personas de estos territorios. La globalización capitalista, en su concentración de riqueza y liberación e intensificación de flujos, no ha hecho sino reproducir hondas desigualdades estructurales en el sistema mundo. Hablamos tanto de condiciones laborales deplorables como de  vulneraciones de derechos humanos y una grave degradación medioambiental.

Esto es tan solo un ejemplo de las dinámicas a las cuales, dentro de este marco de capitalismo globalizado, el ecofeminismo permite atender, mostrando cómo la acumulación de capital se vuelve incompatible con la sostenibilidad de la vida, al ignorar los límites físicos del planeta y vulnerar derechos humanos en las cadenas de producción globales, tal y como explican pensadoras como Vandana Shiva o Yayo Herrero. En palabras de Herrero: “no hay economía ni tecnología ni política ni sociedad sin naturaleza”.

 

¿Qué denuncian los ecofeminismos?

Los ecofeminismos integran la ecología con el feminismo al proponer que la violencia ejercida sobre los territorios y sobre los cuerpos de las mujeres está interrelacionada y parte de un mismo eje de dominación y violencia. Identifican las raíces patriarcales y capitalistas que atentan contra la sostenibilidad de la vida, al ignorar que somos seres eco e interdependientes. Es decir, señalan cómo se entrelazan la interdependencia entre el sistema socioeconómico, la sociedad y el bienestar, y cómo este entramado tiene un impacto directo sobre el medio ambiente. Además, resaltan la normalización de una falsa dicotomía hombre-naturaleza, que los concibe como entes desconectados que de alguna forma son capaces de existir en planos paralelos.

Reconocer que somos “personas encarnadas en cuerpos vulnerables insertas en un planeta con límites físicos”, como dice Herrero, implica adoptar una relación armónica que respete los ritmos de la vida. La interdependencia y la ecodependencia son los principios sobre los que se sostiene la vida, pero estos se tambalean. Por un lado, la interdependencia dentro del territorio, que a menudo se expresa a través de relaciones de desigualdad y opresión; y por otro, la visión de un territorio que debería estar libre de esas desigualdades. Además, los bienes naturales, saqueados por empresas para obtener rédito económico, generan impactos finales que recaen sobre los cuerpos y las comunidades. Este sistema, incompatible con la sostenibilidad de la vida, ha declarado la guerra a esta al promover la acumulación de capital y desestimar las vidas humanas y naturales, lo que se entiende como el conflicto capital-vida.

Ligado a ello, es crucial señalar el papel de los cuidados, que recaen mayoritariamente sobre las mujeres y son los que permiten sostener la vida en un sistema que, paradójicamente, promueve su destrucción. Por ejemplo, la lucha contra los proyectos extractivos se convierte, simultáneamente, en una defensa del territorio y de la vida misma. La injusticia recae de manera conjunta sobre la tierra y el cuerpo.

En definitiva, esta cultura “globalizada” le ha planteado la guerra a la vida, generando nuevas situaciones de exclusión y diferenciación, y perpetuando la precariedad, las vulneraciones de derechos humanos y las desigualdades. A ello se suma la dimensión física de esta guerra; por ejemplo, los materiales empleados en la fabricación con altos costes medioambientales, no siempre contemplados por el consumidor final, como sucede con el impacto del comercio electrónico global. Se prima la satisfacción de necesidades artificiales que afectan a los seres humanos, a la vez que se destruye la naturaleza, atentando contra los límites físicos de la vida.

Desde el Norte, nos encontramos atrapados y atrapadas en un consumo exacerbado que atenta contra la ecodependencia e interdependencia, y desde el Sur, sobre todo las mujeres deben asumir funciones desvalorizadas a pesar de ser imprescindibles tanto para la supervivencia digna como para la reproducción de la producción capitalista, como también apunta Yayo Herrero. "Las desigualdades inherentes a este sistema se ven reforzadas por patrones con un marcado componente de género, los cuales, apoyados en los nuevos medios de difusión en línea, generan nuevas formas de exclusión, jerarquización y diferenciación. Las mujeres que realizan las tareas fundamentales para que la vida siga siendo sostenible son, a menudo, ampliamente devaluadas. Este expolio del territorio se legitima en un modelo neodesarrollista sustentado en la desposesión, el extractivismo y el crecimiento ilimitado: la misma lógica que legitima tanto el territorio como el cuerpo como espacios explotables y sacrificables, concretados a través del extractivismo y el patriarcado. El patriarcado, como sistema de todas las violencias construido sobre el cuerpo de las mujeres, es el punto desde el cual la humanidad ha comenzado a explotar, sosteniendo a su vez otros sistemas como el capitalismo. La sostenibilidad de la vida requiere, de manera urgente, repensar y (re)construir nuevas formas de relacionarnos entre las personas y con el planeta, dado que la globalización, en esencia, sugiere que en un mundo interconectado, como apunta Hinkelammert, “el asesinato es un suicidio”.

El trabajo de cuidados está estrechamente relacionado con el ecofeminismo:  https://perifericas.es/blogs/blog/como-el-trabajo-de-cuidados-se-relaciona-con-el-ecofeminismo

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