LA INVISIBILIDAD DE LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA

LA INVISIBILIDAD DE LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA

Por Escuela de feminismos alternativos PeriFéricas.

La medicina se presenta ante nuestros ojos, de un primer vistazo, como una ciencia absolutamente aséptica y objetiva. Y, sin embargo, solamente con indagar un poco más en sus postulados, tratamientos y discursos podemos comprobar que sigue fundamentándose en postulados profundamente androcéntricos. Pocas veces la relación entre salud y género se tiene en cuenta, por ejemplo, a la hora de estudiar la mayor prevalencia de las enfermedades depresivas en mujeres. Pero si hay una cuestión que afecta al sexo femenino de manera directa y que sigue estando infrarrepresentada en manuales médicos y prácticas sanitarias cotidianas, esa es la violencia obstétrica. Conlleva secuelas psicológicas notables y constituye todo un ataque contra los derechos reproductivos femeninos. Entonces, ¿por qué sabemos tan poco de ella? El mantenimiento de estructuras sanitarias que siguen teniendo al hombre como centro es la causa fundamental de este silenciamiento.  

¿Qué es la violencia obstétrica?

  Comencemos por el principio. ¿Qué se entiende por violencia obstétrica? Podemos definirla como la apropiación del cuerpo y los procesos reproductivos femeninos por parte de los prestadores de salud. ¿Qué implica esa apropiación? Fundamentalmente, un abuso de la medicalización y una patologización de los procesos que son en realidad naturales (como es el caso del parto o la menstruación). La consecuencia es que las mujeres que sufren este tipo de violencia experimentan una gran pérdida de autonomía a la hora de decidir sobre procedimientos que les afectan directamente. Un caso claro: el de la episiotomía, esa incisión que se practica en el perineo de la futura madre con el fin de evitar un desgarro de los tejidos en el parto y, en teoría, facilitar la expulsión del bebé, pero que en ocasiones se realiza sin el consentimiento expreso de la parturienta. Hay voces que la califican incluso de “mutilación genital”, pues implica el corte de parte del perineo para agrandar el canal vaginal. Diversas estadísticas han mostrado que la episiotomía se aplica en más de la mitad de los partos que se producen en hospitales públicos españoles, muchas veces sin comunicación previa. Los diversos ejemplos de trato vejatorio sobre la mujer que incluye la violencia obstétrica se extienden a las cesáreas innecesarias, el exceso de tactos vaginales, la medicalización excesiva durante los embarazos e incluso la lactancia… La violencia obstétrica en el parto es quizás la más conocida, pero también se extiende a otras etapas de la vida: tiene que ver asimismo con las representaciones reduccionistas y negativas que constantemente se ofrecen en relación con el aborto o la menopausia, y que acaban generando todo un imaginario colectivo que coarta y preocupa a millones de mujeres.  

violencia obstetrica

Consecuencias psicológicas de la violencia obstétrica

  Las consecuencias psicológicas de esos tipos de violencia son notables, y un auténtico ataque contra los derechos humanos de la mitad de la población del mundo. Pensemos, por ejemplo, en cómo la episiotomía afecta en muchos casos a la salud sexual de las madres, provocando numerosos problemas en sus relaciones de pareja. La vulnerabilidad psicológica que cualquier mujer experimenta cuando no se respetan las decisiones que conciernen a su propio cuerpo también es notable, especialmente si va acompañada de humillaciones, falta de información sobre los tratamientos médicos y, en general, limitaciones a la autonomía femenina sobre el cuerpo y la sexualidad. La violencia obstétrica se manifiesta en diversos aspectos emocionales que, sin duda, tienen consecuencias psicológicas. Los comentarios por parte del personal médico que ridiculizan o minimizan la experiencia de dolor en el parto, embarazo o postparto y el hecho de ignorar los deseos y opiniones de la futura madre son ejemplos claros. Cuando no se respetan esas necesidades emocionales, en los casos más graves pueden llegar incluso a aparecer secuelas psicológicas traumáticas que afectan al vínculo posterior con el bebé y a la salud mental de la madre. Los casos de estrés postraumático son tristemente frecuentes entre aquellas que han sufrido violencia obstétrica en el parto, al igual que las pesadillas o la irritabilidad. Todas esas consecuencias empeoran todavía más ante la falta de reconocimiento de la violencia obstétrica en el ámbito público e institucional, lo que provoca que todavía resulte incómodo para muchas afectadas hablar de ello. Iniciativas como “El parto es nuestro” hacen que sean cuestiones cada vez más presentes en el debate general, pero queda todavía mucho por hacer. La visibilización del problema y el trabajo a nivel sanitario desde una perspectiva de género parecen claves fundamentales para comenzar a luchar contra esta violencia, tan silenciada como grave en sus consecuencias.  

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