Por María Amparo Goas, graduada en Trabajo Social y Criminología en la Universidad Pontificia de Comillas y con un curso de Género y Sexualidad con la British Columbia University
A pesar de que algo más de la mitad de las personas que en España terminan sus estudios de grado son mujeres, no existe una paridad en puestos de poder que refleje que nosotras accedemos a puestos igual de importantes, reconocidos y remunerados que los hombres.
De esta forma, el techo de cristal es una barrera que impide que las mujeres puedan acceder a los puestos superiormente jerárquicos en una compañía, quedando esos puestos para los trabajadores masculinos.
La cultura en la que vivimos es la que ha creado este fenómeno de exclusión de las mujeres de puestos de poder. La socialización de los cuidados nos define como mujeres, de forma que no se considera que estemos igual de comprometidas en nuestro trabajo que un hombre, puesto que nuestro principal interés como personas es, supuestamente, el cuidado de los y las menores y de otras personas dependientes que puedan convivir en los hogares.
Esta percepción social de que nuestro rol de cuidadoras nos define y orienta por encima del rol de trabajadoras es otra de las razones por las que no existe un buen sistema de conciliación laboral y familiar. Al no existir conciliación, lo común es que las familias heterosexuales con hijos no distribuyan de forma equitativa las tareas de cuidados, sino que la mujer reduzca sus horas de trabajo con tal de poder atender las tareas del hogar.
La división sexual del trabajo consiste precisamente en el hecho de relegar a las mujeres al plano del hogar y de los cuidados, mientras que los hombres se encargan de la vida en la esfera pública. De esta forma, el acceso al trabajo, la promoción laboral y las condiciones de trabajo óptimas quedan destinadas a los varones, recibiendo diferente valoración, prestigio y reconocimiento el trabajo de un sexo sobre el otro.
La creencia de que las mujeres no tienen capacidad de liderazgo se ve reforzada, a su vez, por los hombres que se encuentran en las estructuras de poder. Al observar que las empresas suelen estar lideradas por hombres, esta creencia se acrecienta, hasta el punto de seguir políticas que discriminan a las mujeres en los ascensos.
Las mujeres siguen enfrentándose en su día a día a una serie de prejuicios que no afectan a la vida profesional de los hombres. Por todo ello, las profesionales deben demostrar el doble para obtener el mismo reconocimiento que sus compañeros.
La doble jornada laboral
El papel de la mujer en el hogar ha quedado relegado a la asunción de la entera responsabilidad de cuidado y mantenimiento de dicho hogar. De esta forma, ellas son las encargadas de mantener el buen funcionamiento de la casa y de la familia.
Las mujeres que trabajan llegan a hacer jornadas completas fuera de su casa hasta que llegan al hogar, donde comienza su doble jornada.
La limpieza, preparar comidas, acostar a los y las menores y lavar y planchar la ropa son tareas que no requieren nacer mujer para poder ser realizadas, pero a pesar de eso son realizadas en su amplia mayoría por ellas. De esta forma, cuando el hombre llega al hogar familiar, puede descansar, ver la tele e incluso cenar, gracias a que hay una mujer que al llegar del trabajo se ha pasado el resto de la tarde realizando las tareas del hogar.
Las mujeres no solo realizan una doble jornada, sino que, además, la segunda jornada de trabajos que realizan de forma diaria no tiene ningún reconocimiento ni social ni económico. El mero hecho de no reconocer esta labor fomenta que se desvaloricen de manera general las tareas del hogar y, por ende, se considere que las mujeres que realizan estas tareas no han invertido ni tiempo ni esfuerzo en ellas.
La brecha salarial de género es otro de los elementos que contribuye a la discriminación femenina en el ámbito laboral: https://perifericas.es/blogs/blog/brecha-salarial-de-genero