Por María Amparo Goas, estudiante de Trabajo Social y Criminología en la Universidad Pontificia de Comillas y con un curso de Género y Sexualidad con la British Columbia University
La situación socioeconómica de muchas personas se ha visto afectada de forma directa desde el inicio de la pandemia del COVID-19.
Todas las crisis económicas generan un gran impacto en la sociedad, en especial en la población con menos recursos para hacer frente a estas situaciones. De esta forma, quienes acaban en situación de calle tienen toda una situación de incertidumbre frente a ellas.
A pesar de que las personas que acaban viviendo en la vía pública por lo general son hombres, las mujeres que se encuentran en situación de calle cada vez son más numerosas. Esas calles muchas veces no son un lugar seguro para nosotras, pues el espacio público se encuentra copado por la presencia masculina y hay momentos en los que somos especialmente vulnerables.
Muchos movimientos feministas han denunciado este hecho, que las mujeres en la calle somos violentadas, acosadas y violadas, y a pesar de que nos hemos acostumbrado desde bastante jóvenes a volver a casa acompañadas y a tomar precauciones, en especial durante las horas en las que no hay luz solar. Las mujeres en situación de calle no tienen ese espacio seguro que proporciona el hogar.
De esta forma, una de las violencias más claras que viven las que no tienen un techo bajo el que refugiarse es la violencia sexual, pues el vivir en una sociedad patriarcal que fomenta la creencia de que nuestros cuerpos son un objeto de consumo para los hombres genera un imaginario que vulnera su integridad física. Su exposición a la violencia es mucho mayor, y carecen de una residencia segura en la que no sean “presas fáciles” de esta violencia.
La reivindicación de que las calles también son nuestras olvida que las mujeres sin hogar son las que realmente se encuentran al pie del cañón de la violencia sexual en la vía pública. Es por esto que la situación de calle de las mujeres conforma un espacio propicio para ser víctimas de la violencia patriarcal.
El vínculo entre el sinhogarismo y la violencia de género
La violencia de género se manifiesta de muchas maneras diversas: violencia física, sexual, psicológica e incluso económica. Cuando la violencia económica genera que la mujer tenga dependencia respecto a los recursos de su agresor se hace más difícil que abandone esa situación de violencia que sufre.
Así es como la dependencia económica y el miedo a acabar en situación de calle fomentan que mujeres que sufren violencia de género por parte de sus parejas mantengan las dinámicas de poder en las que se encuentran inmersas. El hogar no es un lugar seguro, pero la calle lo es menos.
Asimismo, en situación de calle, las mujeres sufren violencia por el mero hecho de serlo; las mujeres somos vistas como seres vulnerables a ojos de la sociedad, y las que se encuentran en situación de calle, por tanto, tienen una doble vulnerabilidad por la falta de recursos socioeconómicos para defenderse de la violencia.
Al ser la violencia de género una violencia estructural a nivel social se reproduce en todas las facetas de la vida cotidiana. Las mujeres que, por diversas situaciones, como es la situación de calle, son especialmente vulnerables a nivel social, tienen también mayores posibilidades de acabar sufriendo violencias con mayor frecuencia e impunidad.
Al final, son las propias mujeres sin hogar las que deben tomar protecciones para defenderse de agresiones misóginas que puedan sufrir. De esta forma, buscar alternativas a encontrarse en situación de calle puede suponer escenarios muy desagradables para ellas, como la prostitución por necesidad o el mantenimiento de situaciones de maltrato en el lugar de residencia, para evitar justamente tener que abandonarlo.
Si quieres seguir leyendo sobre la invisibilización de las mujeres sin hogar te invitamos a consultar el siguiente artículo de nuestro blog: https://perifericas.es/blogs/blog/mujeres-sin-hogar-invisibilizadas-y-excluidas