Por Joaquina Samaniego, Graduada en Publicidad y Relaciones públicas y Máster en Dirección en comunicación en la Universidad de Málaga. Investigadora en el campo de los estudios mediáticos de género y el análisis crítico del discurso.
La multiculturalidad y sus teorías tienen años de recorrido. En un principio se destacó que el relativismo cultural era positivo para la sociedad, ya que la dotaba de diversidad y promovía diferentes valores en la religión y la cultura. Sin embargo, ya entrados los años 90, algunas voces críticas se empezaron a cuestionar si el paradigma de la multiculturalidad podría llegar a ser problemático y si, por ende, debíamos de empezar buscar puntos de vista alternativos que lo cuestionasen.
En este punto y en base a estas cuestiones tan interesantes, radica uno de los debates feministas más actuales, ya que existen tensiones entre la diversidad cultural y la igualdad de las mujeres, sobre todo desde que hacen su entrada en escena los feminismos decoloniales.
El feminismo actual comparte con el multiculturalismo la crítica a la homogeneización de las sociedades y la jerarquía entre las culturas. En este punto, y citando a la feminista Celia Amorós, definiré “multiculturalismo” como la forma en la que deben coexistir o relacionarse las diferentes culturas. El multiculturalismo no debe concebir a las culturas como homogéneas, estáticas y como totalidades autorreferidas, pues esta concepción en la época de la globalización es completamente falsa y reduccionista, ya que se producen constantes relaciones entre ellas, se realizan hibridaciones, es decir, interactúan entre sí.
Entre la tradición y la defensa de los derechos femeninos
Premiar a los pueblos reconociendo su idiosincrasia es parte fundamental del multiculturalismo, y por ello reconocer la identidad cultural de cada mujer es uno de los principios y necesidades del mismo y del propio feminismo. No obstante, tenemos que ser conscientes de que, al mismo tiempo, la identidad que en ocasiones se defiende a toda costa se nutre del bagaje patriarcal de la historia.
Al sexo femenino se le ha cargado con el deber de la identidad, limitándolo a la esfera privada y a la tradición, formando parte de esa “cultura subjetiva” de lo simbólico, frente a la posición masculina que conforma lo conocido como “cultura objetiva”, con responsabilidades mucho más universales, lo que les da a los varones un cierto margen para administrar los deberes simbólicos de la tradición. Según la académica irano-estadounidense Farzaneh Milani, las mujeres forman parte del núcleo de la identidad cultural de los pueblos y sobre nosotras cae el peso de la misma. Aunque se comiencen a feminizar las fronteras y nos estemos introduciendo en un mundo con mayores flujos migratorios, las marcas de la tradición siempre estarán sobre la piel de las mujeres.
Sin embargo, tampoco podemos caer en el error de despojarnos de la identidad cultural propia de nuestras raíces, sino que debemos readaptar y reasignar la sobrecarga identitaria a la que nos someten, así como formar nuestra “cultura feminista”, que nos despoje de las injusticias propias de las identidades culturales, un espacio donde se discutan todas las reglas propias de las civilizaciones que están cargadas de machismo, tanto las nuestras como las demás. Para finalizar y volviendo a parafrasear a Celia Amorós, “sin raíces, desde luego nos secamos, pero demasiado pegados a nuestras raíces no crecemos. “
La mediación intercultural es clave para aproximarnos a la realidad de otras mujeres respetando sus respectivas identidades. En este curso te enseñamos a hacerlo, además, desde una perspectiva de género específica: https://perifericas.es/products/mediacion-intercultural-desde-el-genero