Por Lara Rodríguez Pereira, graduada en Estudios Internacionales y estudiante de Máster en Cooperación al Desarrollo, con enfoque en género, derechos humanos y procesos de desarrollo
La “externalización de fronteras” en el contexto de las migraciones comprende una serie de medidas que, en términos generales, tienen por objetivo subcontratar y desplazar las tareas de control fronterizo y gestión migratoria de un Estado hacia terceros países, normalmente aquellos de origen o tránsito de migrantes. En el caso de España, entre estos países se encuentran Marruecos, Mauritania, Senegal o Níger.
Tales dinámicas de “control remoto” tienen frecuentemente una tendencia Norte-Sur impulsada desde los Estados tradicionalmente receptores de migración del Norte, como la Unión Europea y sus Estados miembros. De esta manera, la externalización incluye acciones como un refuerzo del papel de las fuerzas de seguridad del Estado, el estímulo de retornos “voluntarios” de migrantes, la firma de acuerdos unilaterales o bilaterales de cooperación en materia migratoria entre ambos países o el despliegue de tecnologías de control fronterizo acompañadas de incentivos monetarios para los que desempeñan las tareas de gestión.
Según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), la externalización de fronteras genera situaciones de vulnerabilidad, desprotección y vulneración de derechos. Conduce además a las personas migrantes y refugiadas a emplear rutas migratorias cada vez más largas y peligrosas y dificulta el acceso a la protección internacional.
Un impacto con perspectiva de género
Elsa Tyszler, en uno de los trabajos de referencia de esta temática, lleva a cabo una investigación etnográfica en Ceuta, Melilla y Marruecos durante casi tres años con mujeres africanas. Consigue mostrar cómo la externalización de fronteras genera una vulnerabilidad racial y de género que recrudece la violencia sufrida por las migrantes, impactando en su capacidad de migrar o no hacerlo. La autora muestra las consecuencias profundas de la externalización de fronteras de la Unión Europea que, a través de la securitización y blindaje de las fronteras, agudiza notablemente la violencia sexual y la dominación contra las mujeres. En sus propias palabras, “la externalización del control fronterizo de la UE en dirección a África agrava así la violencia contra las mujeres, porque contribuye a crear y mantener, a lo largo de la ruta migratoria, un continuum de espacios donde las mujeres negras tienen que enfrentar las relaciones de poder y dominación de sexo, “raza” y clase para poder cruzar fronteras seguras”.
El tránsito migratorio se configura al mismo tiempo como un espacio político de resistencia y resiliencia donde las mujeres renegocian las relaciones de poder. Entre el abanico de estrategias de resistencia y resiliencia que despliegan, muchas se asocian con un control de sus cuerpos. Por ejemplo, utilizan sus embarazos como una manera de obtener protección en las fronteras; recurren a realizar prácticas sexuales como fuente de ingreso económico, de transporte o de obtener protección masculina; detienen su sangrado menstrual para que los líderes de los campos les permitan embarcarse en tránsitos o “empalidecen” su color de piel para sortear los controles fronterizos Además, obtienen información sobre la localización de puntos de control para evitarlos o viajan acompañadas. Tomar el control sobre sus movilidades incurre en la pérdida de control de sus cuerpos o de una instrumentalización de los mismos.
Estas cuestiones no hacen sino recrudecerse cuando nos referimos a niñas o mujeres que viajan solas o con menores a su cargo. No obstante, cabe remarcar que estas estrategias dan respuesta no solo a la securitización y blindaje de las fronteras por parte de la Unión Europea, sino también al control masculino de los tránsitos y espacios migratorios. Así, se ejerce una violencia contra los cuerpos femeninos que, delimitados simultáneamente como medios de resistencia y blanco de violencias, emplean para navegar a través de estas formas de resiliencia y resistencia.
La alta recurrencia de la violencia sexual contra las mujeres en tránsito ha derivado en una naturalización de esta misma como una parte inherente de los viajes o forma de pago por los mismos. Se trata de un claro reflejo de las asimetrías de poder en clave de género, ya que la transgresión al “espacio público” de las mujeres migrantes las convierte en “sujetos sexualmente disponibles” expuestos a violencias y ataques. Existen también investigaciones sobre la extorsión y la prostitución forzada como una parte estructural de los trayectos a través del Sáhara protagonizados por mujeres. Además, existe una correlación entre los esfuerzos de la Unión Europea por securitizar sus fronteras y los lugares donde las mujeres experimentan la violencia.
El paulatino cierre de fronteras por parte de la UE ante la “crisis de refugiados” de 2015 ha convertido a los traficantes en actores claves para afrontar los desplazamientos, aumentando los riesgos de sufrir violencia sexual. En síntesis, la externalización de fronteras genera espacios donde las violencias y asimetrías de poder se refuerzan, generando formas de inseguridad específicas para las niñas y mujeres migrantes. Señalar las políticas puestas en marcha como carentes de una lente de género —como se ha acusado al nuevo Pacto de Migración y Asilo— es fundamental para que respondan a las necesidades y protejan los derechos de las mujeres y niñas que se embarcan en un proceso migratorio. Si la propia categoría de “género” no es tenida en cuenta, fuentes adicionales de violencia quedan tangencialmente ignoradas: es el caso de las mujeres trans, menores no acompañadas o mujeres con discapacidades o diversidad funcional.
Si te interesa entender el auge del fenómeno de la feminización de las migraciones, esta entrada de nuestro blog es para ti: https://perifericas.es/blogs/blog/la-feminizacion-de-las-migraciones-un-fenomeno-en-auge