ENCONTRAR UNA VOZ PROPIA PARA ROMPER EL SILENCIO DE LAS MUJERES

ENCONTRAR UNA VOZ PROPIA PARA ROMPER EL SILENCIO DE LAS MUJERES

Por María Jesús Chaparro Egaña, madre, socióloga y feminista. Investigadora y consultora en igualdad de género 

Se ha dicho que las mujeres hablan más que los hombres y la neurociencia ha manifestado que las habilidades comunicativas están más enraizadas en ellas. Sin embargo, como bien sabemos, el hablar no va necesariamente correlacionado con el ser escuchadas.

Por otra parte, existen otros estudios que hablan del liderazgo femenino y afirman que las mujeres son más suaves, más integradoras y empáticas en el lenguaje, lo cual sin duda puede suscitar críticas y reflexiones a partir de posibles sesgos de género.

También, hemos escuchado que para comunicar mejor, y que se nos escuche, debemos ser asertivas, debemos dejar de lado el "lenguaje débil", ser claras y contundentes. Otra trampa relacionada con los sesgos de género.

Aunque lo importante aquí es que más allá de estereotipar la forma en que hablan las mujeres, es importante reflexionar sobre la necesidad de ser escuchadas, y encontrar la receta justa para ello.

Y esto no va sólo de identificar una forma clara, contundente o "suave" de decir las cosas, sino de que lo que digamos no sea pasado por alto, tras siglos en los cuales nuestra opinión fue considerada menos relevante o directamente invisibilizada o imposible de manifestar.

La experiencia de las mujeres a nivel general, incluso hoy en día y entre las generaciones más jóvenes, es que se sienten menos escuchadas que los hombres, fundamentalmente en el mundo laboral. Y esa experiencia se recrudece en aquellas que ocupan cargos rodeadas de hombres, ya sean cargos altos u otros.

Y es que, que tal y como menciona Rebecca Solnit, el silencio tiene género. No nos han escuchado y nos han silenciado como una herramienta para frenar la determinación y la creación de espacios públicos en los que podamos estar presentes.

 

Un asunto colectivo

Para que nos escuchen debemos entender que dicha reclamación forma parte de un fenómeno social complejo. Al tiempo, para lograr cambios debemos avanzar en echar mano a nuestros recursos y observar el entorno.

Podemos avanzar a la hora de identificar qué condiciones existen a nuestro alrededor en términos de igualdad o sensibilidad de género, ya que muchas veces no encontraremos el terreno comprensivo para ser escuchadas, pero eso no debe callarnos; también debemos evitar el "hepeating", práctica que hace referencia al hecho de que un hombre, después de que una mujer plantee una idea, la manifieste como propia y sea considerado por ello, ante lo que no hay que callar, sino reivindicar la originalidad de dicha idea propia.

En síntesis, debemos traspasar las resistencias a la intrusión femenina en espacios que han sido ocupados históricamente por hombres. Es preciso entender, en todo caso, que existen prejuicios que operan en este tema y que se refieren, por ejemplo, a que una voz fuerte es tildada de conflictiva, y una voz muy suave es tildada de débil. Por tanto, nuestro trabajo es encontrar la voz propia, la que sale de lo que creemos, sentimos y pensamos. La que va con el poder de la convicción y compromiso de lo que hacemos, además de la necesidad de llegar a acuerdos para lograr nuestros cometidos.

La mala noticia de todo esto es que nuestra forma de hablar no modificará las estructuras de poder que nos permitirán entrar y ser escuchadas en espacios públicos. Lo que modificará las estructuras son las personas que vayan comprendiendo la necesidad de aplicar una perspectiva de género al sistema y fomentar la igualdad.

Por tanto, debemos seguir hablando, comunicando con voz propia, no silenciarnos, pero tampoco creer que solo en nuestras manos está el cambio, sino ser conscientes de que estamos ante un fenómeno social y global.

Debemos confiar, eso sí, en que nutriendo espacios de poder con nuestras voces vamos a avanzar poco a poco en la modificación de estructuras. Porque los cambios pasan por la convicción y también por incorporar de manera cotidiana nuevas prácticas. Por tanto, el desafío se comparte entre nosotras y todas otras aquellas personas que estén comprometidas con la igualdad como sociedad.

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