Por Joaquina Samaniego, Graduada en Publicidad y Relaciones públicas y Máster en Dirección en comunicación en la Universidad de Málaga. Investigadora en el campo de los estudios mediáticos de género y el análisis crítico del discurso.
La nueva mujer que proponía Alexandra Kollontai en 1918 nace de la idea de superar a la mujer del pasado, que se encuentra anclada en las tradiciones patriarcales y no deja de ser un complemento extra del hombre. La nueva mujer tiene personalidad, toma decisiones propias y lucha por conseguir sus objetivos y metas. Una diferencia fundamental entre estas dos concepciones es que, para que se dé esta evolución del sujeto femenino, el amor debe dejar de ser concebido como la finalidad de la vida de la mujer, y pasa a ser ella misma, desde su completa individualidad, la que toma el control del desarrollo y finalidad de su existencia.
Sin embargo, a día de hoy el amor romántico sigue siendo un factor clave para la reproducción de desigualdades por parte de la sociedad. Muchas mujeres no solo creen que es una parte primordial de su vida, sino que siguen modificando proyectos propios porque las distancian de sus parejas. La importancia del amor en la construcción de la identidad subjetiva femenina propicia las desigualdades, ya que se desarrolla una subordinación interna en ellas que se reproduce en estereotipos que potencian la esfera privada, tradicional y doméstica. En este artículo cabe añadir que nos estamos refiriendo al amor heterosexual establecido entre un hombre y una mujer.
Según la feminista mexicana Marcela Lagarde en su artículo “Amor y sexualidad, una mirada feminista”, la maternidad, la filialidad, la conyugalidad, la familia, la amistad y la sexualidad, todo ello relacionado con el amor romántico, son construcciones asignadas a la mujer que potencian, en cierta medida, la imagen de estas como sujetos de entrega, servidumbre, sacrificio y sumisión a la relación amorosa. El mito de la esencia natural femenina desarrolla la opresión en el núcleo de la construcción de la imagen de la mujer y constituye una de las tradicionales formas de dominación del sistema patriarcal más arraigadas a lo largo del tiempo.
En las relaciones que estamos describiendo en este artículo en el otro extremo se sitúa la figura del hombre. Como el amor de las mujeres hacia los varones significa apoyo incondicional, gratificaciones, cuidados afectivos, sexuales o eróticos, estos reconocen y disfrutan de una posición de dominación que los ubica a la cabeza de la jerarquía de la pareja. Además, para el hombre tal circunstancia le otorga una posición ya no solo de superioridad en el ámbito doméstico, sino también en cuanto a su estatus en la esfera pública.
La heteronormatividad como sistema de opresión: ¿buscamos otras vías?
Como denunciaba la feminista francesa Simone de Beauvoir, las mujeres son seres creados para los hombres. Para ella, ni la maternidad ni el matrimonio debían de ser las vías para la búsqueda de la independencia individual femenina, ya que estas formas a priori de liberación familiar las conducían a una opresión amorosa y sexual derivada de la desigual posición de los sexos en la sociedad, de la dependencia de ellas sobre ellos y de la monogamia. Al igual que Beauvoir, Kollontai entiende al amor libre como una forma de búsqueda plena de la individualidad femenina. Para ella, es más que un mero cambio en la constitución de las relaciones de pareja, es una vía para desarrollarte como una mujer libre despojada de la subordinación del otro y alejada de la doble moral sexual del hombre; es esta la evolución hacia la nueva mujer que describíamos al principio del artículo.
Esta nueva mujer, con su dosis de individualidad, emancipación y confianza en sí misma, encontrará, como propone Lagarde, la mismidad, un concepto clave para las transformaciones más profundas de la realidad femenina debido al cambio en la concepción de su propia vida privada.
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