Existe un imaginario social que define cómo debería ser una situación de violencia, delineando características específicas tanto del agresor como de la persona agredida. En este imaginario predominante, la violencia física se erige como el aspecto principal y más visible. No obstante, es fundamental reconocer que la violencia de género no se limita exclusivamente a manifestaciones físicas, y tampoco se presenta de manera aislada. Es decir, la combinación de diferentes tipos de violencia es una realidad más común de lo que se percibe a simple vista.
A lo largo del tiempo, las formas de violencia han experimentado adaptaciones y modificaciones, reflejando la complejidad de las dinámicas sociales. En este proceso de adaptación destaca la necesidad de comprender y abordar no sólo la violencia física, sino también otras formas más sutiles y, a veces, menos evidentes de violencia que pueden persistir en las interacciones cotidianas. En la era de la tecnología, la violencia de género ha encontrado un nuevo terreno de expresión: el ámbito digital. En particular, el control a través de la ubicación se ha convertido en una preocupación creciente dentro de las relaciones de pareja.
Las innovaciones tecnológicas han mejorado nuestras vidas de diferentes maneras, pero ¿es todo positivo lo que nos han aportado? Lo cierto es que no, pues también han creado nuevas oportunidades para el abuso y el control.
El monitoreo mediante la ubicación, previamente realizado de diversas formas como llamar al teléfono fijo para verificar la presencia de las mujeres en casa, ahora está disponible las 24 horas al día gracias a los dispositivos móviles y las aplicaciones de geolocalización.
¿Cómo se manifiesta este control en el contexto de una relación de pareja? Este tipo de violencia no siempre es evidente a simple vista y se puede integrar en la vida de las mujeres de forma sutil. Comienza con la solicitud aparentemente inocente de compartir la ubicación "por seguridad", pero con el tiempo, puede transformarse en una prisión digital.
La constante supervisión puede generar malestar, ansiedad, miedo y, en última instancia, conducir a la sumisión de la persona controlada. De igual modo, se puede integrar bajo la supuesta idea del amor romántico como un conjunto único de compartirlo todo, o como vía para la expresión directa de los celos en una relación: ”Si no me compartes la ubicación, igual es porque tienes algo que ocultar”. Todas estas muestras de “amor” o “seguridad” se traducen en un control directo, afectando a la privacidad de la persona vigilada. La libertad de movimiento se ve restringida y la autonomía se desvanece, creando un ambiente opresivo que dificulta la toma de decisiones independientes, ya que la mujer se encuentra bajo constante vigilancia y control. Este monitoreo continuo de la ubicación puede generar una sensación de estar atrapada, similar a encontrarse en una jaula digital.
La concienciación y la educación desde edades tempranas son fundamentales para abordar la violencia de género en el ámbito digital. Promover la seguridad en línea, fomentar el consentimiento digital y ofrecer recursos para poner límites son pasos relevantes para prevenir este tipo de violencia. Es necesario reconocer y hablar abiertamente sobre esta forma de control y vigilancia, pues la conciencia es el primer paso hacia el cambio. A través de la educación, la promoción de relaciones saludables e igualitarias y el uso responsable de la tecnología podemos aspirar a construir un mundo donde la intimidad digital no se convierta en un instrumento de opresión, sino en una herramienta de conexión respetuosa. Desafiar las normas que perpetúan la violencia es crucial en este escenario, abogando por un futuro donde la tecnología sea un puente hacia la información y conexión, y no una cadena invisible que someta a la vulnerabilidad y a la violencia.
Las redes sociales se han convertido en los últimos años en un caldo de cultivo perfecto para la violencia de género digital: https://perifericas.es/blogs/blog/redes-sociales-y-violencia-de-generoEl 14 de marzo está marcado en el calendario como el Día Internacional de las Altas Capacidades, una jornada que nos invita a reflexionar sobre un tema fundamental en el ámbito educativo y social pero todavía poco visibilizado. Y es que, ¿qué entendemos por altas capacidades? Este término se refiere a aquellas personas que muestran un rendimiento intelectual notablemente superior al promedio en diversas áreas, como la cognición, la creatividad, el liderazgo o el talento artístico.
A pesar de su importancia, las altas capacidades continúan siendo una asignatura pendiente en muchas sociedades y sistemas educativos. Los mitos y percepciones erróneas asociadas a estas habilidades pueden dificultar su detección y, lo que es más importante, su buen desarrollo. Algunos de los mitos más comunes son los siguientes:
La excelencia académica y el éxito en todas las áreas. Se tiende a asociar las altas capacidades únicamente con el rendimiento académico excepcional. Sin embargo, es importante reconocer que estas habilidades pueden manifestarse de diversas formas, incluidas la creatividad y otras habilidades no académicas.
Facilidad de detección. Existe la creencia errónea de que las altas capacidades pueden identificarse fácilmente a través de pruebas de coeficiente intelectual, donde se establece un umbral a menudo 130 o superior. Sin embargo, la obtención de un coeficiente intelectual elevado no es el único determinante, por lo que es necesario un proceso de identificación riguroso y colaborativo en el que participen familias, escuela y gabinetes especializados.
Dificultad de estas personas para relacionarse con su grupo de iguales. En realidad, estas dificultades pueden surgir debido a la falta de comprensión y apoyo por parte del entorno educativo y social. Es importante destacar que cada caso es único e individualizado, y se ve influenciado por una amplia gama de factores sociales, de personalidad, entre otros. Por lo tanto, no se puede establecer un patrón de comportamiento uniforme para todas las personas con altas capacidades.
Mayor número de niños que de niñas con altas capacidades. Como establece la maestra Gracia María Reche Morales, no existe ningún estudio que determine que el sexo es un factor diferencial en las altas capacidades. Eso sí, conforme avanza la edad, el número de niñas a las que se le detectan altas capacidades tiende a disminuir. A nivel mundial, de cada 10 niños/as detectados/as, aproximadamente 3 son niñas y 7 niños. Si no hay una diferenciación entre sexos, ¿por qué se detectan 4 veces más las altas capacidades en los niños? ¿Por qué existe esta disparidad?
Una explicación para el fenómeno anterior radica en que sí existe una disparidad evidente en la detección y el reconocimiento de estas capacidades. Esta discrepancia puede atribuirse a múltiples causas, muchas de las cuales están arraigadas en la asunción de ciertas cualidades y comportamientos asociados a cada género, derivadas de un proceso de socialización diferencial.
Por ejemplo, la autonomía suele fomentarse más en los niños, junto con el fomento de la autoestima, lo que puede verse reflejado en su participación dentro del aula y por consiguiente, en una mayor atención sobre ellos. En contraste, a menudo se educa a las niñas con mayor énfasis en la sumisión y en la adaptabilidad para "no llamar la atención", en lugar de enfocarse en el desarrollo de su autonomía y autoestima. Esta disparidad en la socialización puede generar barreras adicionales para las niñas, tanto en su desarrollo intelectual como académico, así como en una posible detección de altas capacidades.
Otros factores influyentes pueden ser las aulas con ratios elevados de alumnado por profesor/a, un entorno en el que resulta complicado que una persona atienda de forma individualizada a un gran número de alumnado. Además, las expectativas sociales limitadas, la escasez de visibilidad de referentes femeninos en campos dominados por hombres y los estereotipos de género arraigados en la educación y la sociedad en general también contribuyen a esta disparidad. ¿Qué se enseña en las escuelas? Con frecuencia, una perspectiva histórica y literaria androcéntrica, donde predominan las figuras masculinas y se prioriza la experiencia masculina, lo que dificulta que las niñas se identifiquen con las narrativas y los logros presentados en el currículo académico.
A esto se suma las expectativas que el entorno familiar y los/as profesores/as generan sobre ellas. Es decir, si se fomentan expectativas de logros más elevados para los niños que en las niñas, esto puede influir en la manera en que se perciben y se les brinda apoyo en su desarrollo.
No se trata de una diferencia innata en las capacidades entre sexos, sino de una serie de factores sociales y culturales que influyen en la detección y el desarrollo de las altas capacidades, especialmente entre las niñas. Es esencial reconocer y abordar estas barreras para promover la equidad y garantizar que todas las personas tengan la oportunidad de desarrollar todo su potencial a través de una educación inclusiva. Por lo tanto, es fundamental abordar las altas capacidades desde una perspectiva de género, reconociendo y desafiando los estereotipos y sesgos que pueden limitar esta detección.
Las separaciones sexistas se producen desde la educación en la primera infancia. Sobre ellas reflexionamos en el siguiente artículo: https://perifericas.es/blogs/blog/la-separacion-sexista-desde-la-primera-infanciaEl 8 de marzo, marcado en el calendario como el Día Internacional de las Mujeres o de las Mujeres Trabajadoras, hunde sus raíces en diferentes acontecimientos históricos liderados por ellas en el contexto de la Revolución Industrial. Con el transcurso del tiempo, el significado del 8 de marzo ha evolucionado, convirtiéndose en un símbolo de la lucha por la igualdad de género.
En este día se reconocen los avances logrados, pero también es un momento para dar voz a las desigualdades y desafíos pendientes. Unos desafíos que deben ser visibilizados no solo en una jornada conmemorativa, sino a lo largo de todo el año.
¿Es una fecha para celebrar? Sin lugar a dudas, es un momento para reconocer los logros alcanzados a lo largo de los siglos, para honrar la valentía y la determinación de las mujeres que han luchado incansablemente por la igualdad, por las que siguen luchando y por las que ya no pueden luchar. Esas pioneras han allanado el camino para que hoy nosotras podamos disfrutar de mayores oportunidades. Los diversos movimientos feministas, surgidos en distintas partes del mundo, han contribuido significativamente a estos logros desde sus propios postulados y reivindicaciones. Es el caso del feminismo chicano, el feminismo negro, el feminismo islámico…
Pero el 8 de marzo también es un día para levantar la voz, para denunciar las injusticias que persisten en todas las partes del mundo. La brecha salarial, las violencias de género, la falta de representación en puestos de liderazgo, la sobrecarga de cuidados, la feminización de la pobreza, los matrimonios forzados, los matrimonios infantiles, la mutilación genital... son solo algunas de las muchas formas en que las mujeres y niñas continúan enfrentando discriminación, opresión y desigualdad en los diferentes contextos y sociedades.
Echemos un vistazo más detenidamente a los datos y a la realidad para comprender mejor la situación. En 2023, fueron asesinadas en España 101 mujeres, en todo el mundo ellas tienen salarios el 20% inferiores a los de los hombres, sin olvidar que ciertos sectores que obtienen una mayor remuneración están masculinizados, obviando la presencia femenina. Si hablamos de carga mental y cuidados, 17 de cada 20 excedencias por cuidado son solicitadas por mujeres. Los datos reflejan que ellas siguen siendo las principales cuidadoras y sustentadoras del hogar, lo que imposibilita la conciliación entre el trabajo y las maternidades.
Cada año, cientos de mujeres son asesinadas por hombres: nos matan, nos acosan, nos violan. Sin embargo, se nos sigue cuestionando a nosotras, nuestra vestimenta, nuestra decisión de no denunciar, nuestra elección de ocupar ciertos espacios considerados “inseguros" por nuestro sexo. Se nos educa desde pequeñas en la prevención de los posibles daños que podamos sufrir. Pero ¿por qué no se educa a toda la sociedad en igualdad para erradicar los comportamientos y actitudes machistas? La socialización diferencial y la perpetuación de estereotipos de género son otros de los muchos desafíos pendientes.
Amnistía Internacional nos revela, además, que la pobreza tiene género y así seguirá siendo en el futuro más inmediato. Se estima que más de 340 millones de niñas y mujeres vivirán en extrema pobreza en el 2030, lo que representa aproximadamente el 8% de la población femenina mundial. Estas cifras son una clara señal de que aún queda un largo camino por recorrer hacia la igualdad.
Es crucial comprender que estos retos pendientes no son simplemente coincidencias aleatorias, sino el resultado de una sociedad desigual y jerárquica que perpetúa estructuras de poder que favorecen a ciertos grupos frente a otros. Los feminismos son necesarios, la lucha no se detiene y nosotras tampoco. No solo el 8 de marzo, sino todos los días del año.
Uno de los logros más notables del patriarcado es su habilidad para someter y controlar nuestros propios cuerpos. A lo largo de la historia, las cambiantes normas de belleza impuestas socialmente no solo han definido cómo debemos vernos, sino también qué cuerpos son considerados “válidos" y cuáles no. Esta presión constante para ajustarse a los cánones estéticos establecidos culturalmente conlleva la necesidad de modificar nuestros cuerpos, ya sea mediante la ropa que elegimos usar, el maquillaje, las operaciones estéticas u otras herramientas capitalizadas. Estas prácticas no solo buscan lucrarse a costa nuestra para alcanzar estándares irreales e inalcanzables, sino que también perpetúan un control sistemático y diario sobre nosotras.
La pregunta crucial que surge es: ¿Por qué no se alienta a valorar las diversidades y a aceptarnos tal como somos, en lugar de educarnos para encajar en ciertos cánones estéticos? Esta reflexión adquiere una relevancia especial en un contexto donde las estadísticas revelan un aumento notable en el número de intervenciones de cirugía estética. En España, se realizan más de 204.000 intervenciones al año (datos de 2022), siendo el 85% de estas intervenciones llevadas a cabo en mujeres. Entre las más demandadas se encuentran el aumento de pecho y las liposucciones.
En lugar de respetar la diversidad y promover la autoaceptación, se nos impulsa constantemente a modificar nuestros cuerpos para encajar en un molde predefinido de belleza. Esta presión puede manifestarse de diversas formas, desde someternos a operaciones quirúrgicas hasta recurrir a dietas extremas o invertir en productos cosméticos. Como resultado, las mujeres vivimos en un continuo estado de cuestionamiento de nuestro propio cuerpo. ¿Cómo podemos aceptarnos si hay una sociedad entera diciéndonos que está algo "mal" en nosotras? La lucha por la autoaceptación se convierte así en una batalla constante en la que nos enfrentamos a una cultura que nos dice que nunca seremos lo suficientemente buenas y guapas tal y como somos.
Las redes sociales y otros medios de comunicación desempeñan un papel crucial en la perpetuación y moldeamiento de estas conformaciones estéticas. Las campañas publicitarias son un claro ejemplo de este reforzamiento, pues las mujeres que las protagonizan suelen entrar dentro de unos estándares de belleza en los que la gran mayoría de nosotras no nos sentimos representadas. Aunque, bien es cierto, ha habido algunos cambios, se sigue perpetuando y normalizando una estética determinada, en muchos casos, a través de imágenes retocadas, ejerciendo una presión adicional sobre las mujeres para que se ajusten a estos estándares irreales.
Cabe señalar que hay diferentes activistas en redes sociales como nadie.hablara.de.nosotras, activistas gordas que luchan por mostrar una representación real y diversa en estos espacios. Sin embargo, son una minoría. Generalmente las redes sociales en lugar de ser un espacio de expresión y de diversidad, a menudo se convierten en una herramienta de control de nuestra autoestima, en muchas ocasiones incluso mostrando realidades falsas e inalcanzables debido al uso de Photoshop o de filtros de belleza.
La depilación, por otro lado, es una de las prácticas estéticas más extendidas y que generan controversia en nuestra sociedad. Se ha convertido en una norma cultural que dicta que ciertas partes del cuerpo deben estar libres de pelo, especialmente en las mujeres. Estas expectativas son impuestas desde edades tempranas, siendo diferente en los hombres. El pelo en ellos puede ser un símbolo de masculinidad, mientras que, por el contrario, en las mujeres se percibe como sucio y poco atractivo.
La depilación femenina va más allá de una mera cuestión estética: nos condiciona y se podría decir que es una imposición. ¿Quién no ha dicho alguna vez: "Me tengo que depilar para ir a la playa" o "Me tengo que depilar para este evento" o directamente “Me tengo que depilar”? Es probable que muy pocas mujeres puedan afirmar no haberlo hecho nunca. Pero, ¿realmente elegimos nosotras depilarnos? La depilación en algunos casos no es una experiencia agradable, implica ceras calientes, irritación de la piel, tirones…
Los cuerpos tienen pelos, estrías, poros y una amplia variedad de características únicas que los hacen ser cuerpos. Son nuestros compañeros de vida, el vehículo a través del cual experimentamos el mundo, sentimos emociones y vivimos nuestras experiencias más significativas. Solo cuando se empiecen a valorar todos ellos, sin jerarquizaciones ni sometimiento a presiones estéticas podremos construir un mundo más equitativo e inclusivo.
En nuestro día a día nos vemos rodeadas de noticias de diferentes medios, ya sean digitales, audiovisuales o impresos. ¿Qué influencia tienen estas informaciones en nuestra percepción del mundo que nos rodea?
Los medios desempeñan un papel crucial en la configuración de la percepción pública. Como todo agente comunicativo, su responsabilidad no se limita a informar sobre los hechos que acontecen, sino que también se extiende a la forma en que la sociedad interpreta y comprende esta diversidad de temas, incluida la violencia de género. Pero, ¿logran verdaderamente cumplir con esta responsabilidad de manera efectiva, o corren el riesgo de perpetuar estereotipos y prejuicios?
El Manual para el Tratamiento de la Violencia de Género en los Medios de Comunicación revela que estos se encuentran en una encrucijada entre la necesidad de informar de manera precisa y el deseo de atraer a una audiencia amplia. Esta dicotomía puede llevarlos, en ocasiones, a recurrir al sensacionalismo para captar la atención del público. Del mismo modo, esta guía nos revela datos como la prevalencia de la impunidad del agresor y una ausencia de personal especializado en materia de igualdad en la información de estas noticias.
Cuando observamos cómo los medios retratan la violencia de género, nos encontramos con una diversidad de representaciones que van desde la empatía hasta el sensacionalismo, el cuestionamiento y la victimización secundaria. La percepción pública de las víctimas se ve influenciada por estas narrativas mediáticas, generando un continuum de credibilidad en el que las mujeres que sufren algún tipo de violencia han de ser quienes de demostrarlo.
La distinción entre víctimas consideradas "buenas" y "malas" es un tema complejo que refleja las dinámicas sociales y culturales de nuestra sociedad. Estas etiquetas no surgen en un vacío, sino que son el resultado de una interacción compleja de factores sociales, culturales y económicos. La percepción de quién es considerada una "buena" víctima y quien es “etiquetada" como una "mala" víctima está arraigada en prejuicios y estereotipos de género que persisten en nuestra sociedad vinculados al ideal de “buena mujer” vs “mala mujer”.
Los factores que contribuyen a la construcción de esta dicotomía son diversos y se interseccionan entre sí: el nivel educativo, los recursos socialmente aceptados, el consumo de alcohol u otras sustancias, su lugar de procedencia, la vestimenta… Por decirlo de manera muy resumida, aquellas mujeres más cercanas a los roles tradicionales de género tienen más probabilidad de ser “etiquetadas” como una “buena víctima”.
Es fundamental señalar cómo los medios de comunicación, en ocasiones, no abordan la violencia de género como un problema estructural dentro de una sociedad desigual, patriarcal y jerárquica. A pesar de las estadísticas que revelan un porcentaje insignificante de denuncias falsas se sigue poniendo el ojo sobre nosotras y nuestra credibilidad.
Es indudable el poder de las palabras en la construcción de la narrativa sobre la violencia de género. Los medios de comunicación desempeñan un papel fundamental en cómo se percibe y se entiende este fenómeno social, desde la clasificación inicial como “víctimas” y la segregación posterior como "buenas víctimas" o "malas víctimas" hasta la perpetuación de estereotipos y prejuicios sobre ellas.
Es importante reconocer que la terminología utilizada y las representaciones mediáticas pueden afectar a la propia percepción de las mujeres que están en situación de violencia, así como a su credibilidad y la respuesta de la sociedad ante dicho fenómeno. También debemos ser conscientes de que los medios a menudo no abordan adecuadamente la complejidad y las causas estructurales de este problema, lo que lleva a culpar a las víctimas y estigmatizar a ciertos grupos, pues de forma frecuente se señala el origen migrante tanto del agresor como de la persona agredida. Esto puede conducir a la idea de que la violencia de género se perpetúa en ciertos colectivos pero no en otros, algo totalmente erróneo, ya que este tipo de violencia está presente en todos los grupos sociales y contextos.
El reto radica en tejer una narrativa más inclusiva, sensible y precisa, una que abrace la diversidad de vivencias de las mujeres y evite caer en la trampa de homogeneizarlas. Es frecuente que las experiencias de las mujeres sean agrupadas sin tomar en cuenta sus particularidades individuales, como si la violencia les afectara a todas por igual y se manifestara siempre de la misma manera. Es esencial recordar que el periodismo no solo refleja realidades, sino que también las moldea y las construye, teniendo la posibilidad de visibilizar aquello que durante mucho tiempo ha sido silenciado.
En este otro artículo reflexionamos sobre cómo los medios de comunicación representan a las mujeres víctimas de delitos violentos: https://perifericas.es/blogs/blog/como-representan-los-medios-de-comunicacion-a-las-mujeres-delincuentes-y-victimasDe sobra conocemos la situación en la que un señor, sin distinción de edad, está sentado en el transporte público con las piernas bien abiertas, dejando libre toda su masculinidad y “concediendo” al resto de personas de su alrededor entre 2 y 3 centímetros de espacio vital, situación a la que se denomina, con el término en inglés, manspreading. En este artículo vamos a exponer la otra cara de la moneda, porque para que ellos puedan expandirse en el espacio, otras personas se ven obligadas a contraerse.
Centrémonos, a modo introductorio, en las palabras expandir y contraer como conceptos clave que nos hacen dilucidar el hecho evidente de ocupar más espacio del debido en detrimento de que otras personas puedan quedar arrinconadas y abocadas a ceder parte de un lugar que, por pura y legítima equidad espacial, les corresponde.
Expuesto lo cual, ¿quién se contrae en un mundo patriarcal?, en un mundo donde lo importante, lo dado por bueno, la norma no escrita es lo masculino, sin duda alguna, la respuesta es “las mujeres”.
Ambas situaciones hacen referencia a comportamientos que, a priori, pasan inadvertidos si no se les presta atención, pues pertenecen a la esfera de lo que se ha dado en llamar micromachismos, no por su efecto mínimo, que como veremos es mayor y más significativo de lo que se pueda pensar, sino porque forman parte de situaciones sutiles, sibilinas y, por supuesto, ampliamente normalizadas en una sociedad hecha a medida para y por los hombres.
Volviendo sobre la imagen de contraerse, hemos acuñado el término womancompressing y lo hemos definido como la actitud de encogerse o contraerse, tanto en lugares públicos como privados, con el fin de ocupar el mínimo espacio posible, dejando de esta manera lugar para la expansión ajena. Imagínense con nosotras una escena en un autobús, dos personas sentadas en asientos contiguos: uno de ellos abre sus piernas tanto que la otra persona queda arrinconada, oprimida, se siente incómoda, esta persona se ve en la obligación de contraerse para dejarle ese espacio que, pese a reclamar implícitamente, parece no pertenecerle. La persona afectada por esta actitud tiene otra opción para no dejarse arrinconar, usar la fuerza y no ceder ante ese hurto espacial, pero para que esto ocurra primero debemos ser conscientes de estas situaciones, después identificarlas y posteriormente poder actuar de manera activa sobre ellas; por este motivo, nos hemos visto obligadas a conceptuar y contextualizar esta actitud.
Womancompressing es una denominación que creemos necesaria introducir en el glosario feminista como consecuencia directa del manspreading, pues si unos no ocuparan de más otras no se verían en la necesidad de contraerse, aunque es imposible hablar de womancompressing y limitarnos únicamente al espacio físico, porque cada uno de estos conceptos tiene implicaciones que van mucho más allá.
Lo que no se nombra no existe, y lo que no ocupa un espacio acorde a su envergadura tampoco tiene peso específico real. Esa ha sido la norma para las mujeres, la invisibilización, el no llamar la atención, pasar desapercibidas, permanecer en un discreto segundo plano. En definitiva, quedar relegadas a un puesto residual en pro del varón, quien ostenta un espacio que la sociedad, de manera estructural y consensuada por mayoría más que significativa de varones, le otorga. Esta situación, en diferentes aspectos de la vida, se ha repetido a lo largo de toda la historia, de tal manera que las mujeres hemos aprendido e interiorizado que debemos ceder ese espacio físico como si no nos perteneciera.
Como vemos, las implicaciones que puede tener la acción de womancompressing son muchas y muy variadas, pues no sólo se trata de encogerse cuando un desconocido se despatarra en el metro. Y es que quienes ocupan los espacios de manera ancestral no están dispuestos a ceder cuotas mínimas de privilegio. Tal es el caso de los denominados acantilados de cristal o, lo que es lo mismo, fingir ceder espacio de calidad y sin riesgos conocidos en situaciones de crisis para que se caigan otras al acantilado y sean ellos quienes retomen el entuerto subyacente (y falsamente desconocido) a modo de salvadores de capa que puño en alto salen victoriosos de la abrupta y burda trampa…
Que levante la mano aquella mujer que, con mayor o menor voluntariedad y en mayor o menor medida, no ha cedido en algún momento de su vida espacios a hijas o hijos, padres o madres, a parejas. Pocas serán las manos que se alcen con contundencia y con la seguridad de haber ocupado un espacio que por derecho le pertenece en completa plenitud y sin sentir usurpaciones o renuncias impuestas. ¡Palabra de mujeres que desean poner su granito de arena para que las generaciones venideras no se vean obligadas a ceder espacios!
Si quieres continuar aprendiendo sobre la reivindicación de la presencia de las mujeres en los espacios públicos, te invitamos a leer este artículo sobre una mirada feminista a los barrios: https://perifericas.es/blogs/blog/una-mirada-feminista-a-los-barrios]]>
El concepto de igualdad de remuneración por trabajo de igual valor es mucho más amplio que el de “igual remuneración por igual trabajo”. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su Convenio sobre igualdad de remuneración, 1951 (núm. 100), indica que la idea de “igual remuneración por trabajo de igual valor” tiene en cuenta los casos en los que hombres y mujeres realizan trabajos diferentes, y explica que los salarios mínimos en los sectores en que predominan las mujeres son, con frecuencia, más bajos que los salarios mínimos de los sectores en los que predominan los varones.
Esta tendencia a la infravaloración del trabajo femenino trae aparejadas diferentes consecuencias para la sociedad, y es uno de los factores que sostiene la existencia de la brecha de género en el mundo laboral. Por este motivo, la OIT sostiene que el principio de igual remuneración por trabajo de igual valor debe aplicarse necesariamente si se pretende abordar de manera efectiva la discriminación salarial y avanzar hacia la igualdad de género en el mundo.
A nivel estatal, España ha desarrollado su propio marco normativo, que impulsa y da sustento a las medidas a favor de la igualdad salarial: primero, con la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres (la “piedra angular” de las políticas de igualdad en España), que exige a las empresas que cuenten con un plan de igualdad la inclusión de auditorías salariales. Además, el Real Decreto 902/2020, de igualdad retributiva entre mujeres y hombres, nace con el objetivo de enfrentar el problema de la discriminación salarial, e introduce el concepto de trabajo de igual valor en la normativa, así como las herramientas necesarias para que las empresas lleven a la práctica la transparencia salarial.
Teniendo en cuenta lo anterior, podríamos afirmar que la igualdad salarial es un principio aceptado socialmente, con un sólido marco normativo tanto a nivel nacional como internacional. No obstante, parece que todavía existen diversos obstáculos a la hora de traducir ese reconocimiento a nivel práctico, es decir, en la vida cotidiana de las personas, las empresas y de toda la sociedad.
Actualmente, la brecha salarial de género representa un grave problema que no encuentra solución: la OIT calcula que las mujeres cobran aproximadamente un 20% menos que los hombres en todo el mundo. Este dato, sumado a la falta de representación femenina en puestos de poder, la carga de trabajo no remunerado y la escasa presencia femenina en ciertos sectores productivos, es uno de los grandes obstáculos con los que las mujeres se enfrentan en el mercado laboral actual.
Para seguir avanzando en el camino hacia la igualdad salarial, será clave tener en cuenta algunos puntos fundamentales:
Las empresas deben planificar los recursos humanos y financieros que necesitan para cerrar la brecha salarial, lo cual implica asignar un presupuesto con este objetivo específico. La transparencia en este aspecto es fundamental.
Evaluar el valor de cada trabajo. Es importante tener en cuenta las diferencias entre cada puesto de trabajo, con relación a las habilidades, la formación y la experiencia que requieren. Analizar cada puesto ayuda a observar el valor que aportan y si están ocupados por hombres o por mujeres.
Invertir en formación con perspectiva de género. Resulta clave tener presente que la lucha contra la desigualdad salarial se encuentra estrechamente vinculada con la lucha por la eliminación de los estereotipos y roles tradicionales de género. Formar e informar a las personas trabajadoras en estos temas es esencial.
Durante la tarde del 25 de enero, un grupo de personas convocadas por PeriFéricas en las charlas en abierto de la Escuela nos reunimos a escuchar a Teresa Carrillo García, autora de Retratos de otra mirada, su recientemente publicado libro de relatos. Una hora fue lo que duró nuestro encuentro, tiempo suficiente para que Teresa nos erizase la piel con la lectura de su libro, y también para que nos arrancase varias sonrisas que no pudimos evitar dejar escapar de nuestros rostros.
Los relatos del libro de Teresa, publicados en Bohodón Ediciones, están narrados en primera persona, introducen la otredad y tienen como marco (y como hilo conductor) la perspectiva de género, notablemente presente en toda la obra.
Con la fluidez y la potencia de la autora a la hora de contar historias, y con la participación de quienes fuimos parte del encuentro, se fue generando un espacio donde, poco a poco, se fueron escuchando voces de otras mujeres que contaban sus experiencias o comentaban aquello que despertaba en ellas los relatos de Teresa.
Quienes solemos trabajar en entornos digitales sabemos bien que los encuentros virtuales nos dan y nos quitan: nos dan la posibilidad de conectarnos con personas de diferentes partes del mundo, y de conocer realidades diversas a las cuales quizás de otra manera nunca tendríamos acceso. Pero al mismo tiempo, nos quitan la calidez del encuentro cara a cara, de la cercanía de los cuerpos, de las miradas sin pantallas de por medio.
En este caso, podría afirmar que Teresa supo romper esa barrera, vencer ese obstáculo: usando las palabras como peldaños, fue construyendo lentamente puentes que la acercaron a cada participante, y, con la calidez de sus relatos, llegó a conmovernos a todas y cada una. Cada historia nos dejaba con ganas de escuchar otra, a la vez que íbamos reflexionando sobre ellas en un espacio que se constituyó amoroso, respetuoso y cuidado.
Sin duda Retratos de otra mirada es una obra que es una caja de herramientas viva, como pusieron de manifiesto varias de las asistentes al asociarla a sus respectivos trabajos o contarnos cómo la van a emplear profesional o personalmente: cada relato puede pensarse como un recurso para abordar temas importantes, algunos muy complejos o difíciles de trabajar. Para quienes nos dedicamos al ámbito social, este libro sin dudas representa un valioso aporte a nuestra práctica cotidiana. Las historias nos sirven como herramientas para llegar a sitios donde de otra manera, muchas veces, es casi imposible hacerlo. Teresa lo sabe muy bien por su propio recorrido profesional como psicóloga, y por eso cada relato es una oportunidad de acercarnos a realidades con las que en muchos casos nos toca trabajar de cerca.
El libro se inicia con «El viaje de regreso», una narración donde la autora se acerca a las experiencias reales de mujeres de distintas partes del mundo. Luego, continúa con «Fronteras de dentro y de fuera», donde explora barreras (reales y simbólicas) de nuestros tiempos, y el impacto que estas tienen en la vida de las personas. Por último, encontramos «Lazos y otros nudos», donde Teresa nos invita a sumergirnos en lo más íntimo de los vínculos humanos y en las soledades.
Una verdadera propuesta de lectura para introducirnos en otras vidas, para mirar a través de otros ojos, para entender (al menos en una mínima parte) realidades ajenas que nos atraviesan y conmueven. Una obra imperdible hecha para compartir, para leer con otros y otras, para desarrollar la empatía y para seguir haciendo crecer las redes que nos conectan, incluso con las realidades más lejanas e impensadas.
Aunque los clubes de lectura han sido históricamente territorios de mujeres, en los últimos tiempos han emergido muchos que, tomando al feminismo como motor y como impulso, han buscado generar debates, diálogos y análisis en torno a lecturas feministas. Y si bien el objetivo general de los clubes de lectura suele ser generar un espacio seguro donde conversar sobre literatura, este tipo de clubes tiene la particularidad de proponer una perspectiva feminista que atraviese e impregne todo: desde la elección de las lecturas y sus escritoras hasta las reflexiones que emerjan a partir de cada encuentro.
Los clubes de lectura feministas son espacios fundamentales y necesarios. ¿Por qué afirmamos esto? Porque, históricamente, no hemos leído a mujeres. Ni en textos escolares, ni en espacios públicos, ni en ambientes laborales o institucionales… Las voces de las mujeres han sido silenciadas de muchas formas, y una de ellas fue el hecho de no leernos, ni siquiera entre nosotras mismas. El impacto de este silenciamiento también se ha hecho sentir con respecto a los premios y reconocimientos en el mundo de la literatura. Otra consecuencia ha sido la ausencia de referentes femeninos para las nuevas generaciones de escritoras, no porque no hayan existido, sino por su histórica invisibilización. Y bien conocemos las mujeres la gravedad que conlleva la falta de referentes que nos inspiren y nos ayuden a proyectar nuestros futuros.
En este sentido, y después de tanta historia de silenciamiento, un espacio de lectura feminista viene a recuperar y reconstruir ese recorrido literario de las mujeres: de las de antes, de las de ahora, de las que vendrán.
Pero crear un club de lectura feminista no es un camino simple. En muchos casos, encontrarse cara a cara con esas historias de mujeres que nos precedieron o que siguen viviendo entre nosotras (donde a menudo encontraremos elementos de desigualdad, discriminación, abandono, violencias) no siempre es fácil. Se requiere de una gran valentía y de un posicionamiento firme, basado en una perspectiva de género que ayude a mirar con “gafas violetas” esas realidades. Entender cómo y porqué llegamos hasta aquí en nuestra historia como mujeres es parte de lo que se construye en los clubes de lectura feministas.
Por su parte, las redes sociales han abierto un nuevo espacio para la visibilización de mujeres escritoras y para el encuentro de miles de lectoras de todas partes del mundo. Diferentes campañas e iniciativas que buscan impulsar la lectura de escritoras han tomado fuerza y protagonismo en los últimos años. Todo ayudó, por ejemplo, a que en España se celebre desde el año 2016 el Día de las escritoras, cada lunes más cercano al 15 de octubre (aniversario del fallecimiento de Teresa de Jesús).
Ensayos, bibliografías, novelas, poesía… La literatura de las mujeres es amplia, rica y diversa. La virtualidad hoy nos permite una modalidad de encuentro diferente, que no nos encuentra físicamente pero nos aporta otra gran riqueza: la posibilidad de dialogar con compañeras que han nacido o viven en diferentes partes del mundo, y que, desde sus experiencias y miradas, tienen ganas de habitar un espacio junto a otras mujeres.
Artista, poeta, feminista, fotógrafa, actriz, ilustradora… Estas son solo algunas de las posibles formas de nombrar todo lo que rupi kaur es. Aunque, en verdad, podríamos afirmar que es todo eso y mucho más a la vez. Dueña de un talento incuestionable y de una carrera que no para de crecer, en este artículo nos adentramos en la vida y obra de una artista que supo florecer y que con su trabajo inspira a nuevas generaciones.
Un 5 de octubre de 1992, en Hoshiarpur (Punjab, India), nació rupi kaur. A sus cuatro años se trasladó junto a su familia a Canadá, donde aún vive. Durante su infancia, Rupi creció viendo a su padre escribir poesía y a su madre dibujar y pintar, vivencias que serían claves para el desarrollo de su actividad artística. Además, de niña vio a familiares y amistades sufrir violencia y abuso sexual, y también presenció diferentes actos de racismo contra su padre y su madre. Estas experiencias la llevaron a desarrollar lo que ella misma definió como un “modo de supervivencia constante”, que luego se tradujo de muchas formas en su obra.
Durante el instituto, rupi comenzó a difundir sus textos de forma anónima y a recitar su poesía. En 2014 saltó a la fama al compartir su trabajo en Instagram, y ese mismo año publicó su primer libro de poesía, Milk and Honey, que resultó un gran éxito y fue traducido a 25 idiomas. En esta obra, la autora indaga sobre temas vinculados a la feminidad, la inmigración y la identidad.
quiero disculparme con todas esas mujeres
a las que he llamado guapas
antes de llamarlas inteligentes o valientes
siento que sonara como algo tan simple
como si aquello con lo que has nacido
fuera de lo que tienes que estar más orgullosa cuando tu
espíritu ha aplastado montañas
a partir de ahora diré cosas como
eres fuerte o eres extraordinaria
no porque no piense que eres guapa
sino porque creo que eres mucho más que eso
Otras maneras de usar la boca
The Sun and Her Flowers es su segundo libro, publicado en 2017, donde también se adentra en los caminos de temas profundos y centrales, como las pérdidas, los traumas, la migración y las revoluciones.
necesitamos más amor
no de los hombres
sino el nuestro
y el de las demás
El sol y sus flores
En 2020 publica su tercer libro, Home Body, que se ha visto influenciado por la pandemia del Covid-19 y por la necesidad de la autora de expresar su rechazo a la presión que siente por el éxito comercial. Se trata de una obra que explora temas como el amor propio y la aceptación, en un viaje emocional profundo.
Healing through words, su cuarto libro, se publicó en 2022. Se trata de una obra particular y muy atractiva: contiene ejercicios guiados por la propia autora, que permite a las personas adentrarse en el mundo de la escritura terapéutica. La propuesta tiene que ver con explorar diferentes temas. el daño, el amor, la ruptura y la sanación; y el objetivo es inspirar la creatividad y la curación emocional.
La escritura automática, a la que a menudo nos referimos como “monólogo interior”, es una forma de escucha profunda en la que dejas que tus pensamientos fluyan sobre el papel en tiempo real. No importa la calidad de la escritura. El único propósito es escribir sin miedo.
No hay dudas de que rupi kaur es una artista audaz, valiente, elogiada y criticada en partes iguales, que con su obra cuestiona e incomoda. Una artista que ha logrado usar su propia historia para construir con ella puentes de palabras que la acercan a las personas que la leen. Una autora que nos toma de la mano y nos lleva a recorrer caminos diversos, algunos oscuros y complejos, otros llenos de sol y flores. No importa si es a través de sus libros, sus redes sociales u otros formatos: embarcarse en su poesía siempre es un verdadero placer, y un viaje que vale la pena hacer.
Escritoras como rupi kaur contribuyen a romper una tradición milenaria de canon literario eurocéntrico y masculinizado: https://perifericas.es/blogs/blog/en-busca-de-las-escritoras-perdidas]]>
Al adentrarnos en el análisis del deseo desde la óptica de los feminismos negros, aunque no sólo desde ellos, podríamos realizar la audaz afirmación de que el deseo es un constructo colonial y racista. ¿Cuáles son las bases que ratifican esta aseveración?
Nos hemos llegado a creer que el deseo es un impulso incontrolable regido por apetencias individuales. Sin embargo, al realizar un análisis a nivel colectivo no es difícil encontrar creencias compartidas a ese respecto, como que todas las brasileñas son fogosas o que todos los hombres negros son unos sementales a causa de sus enormes genitales. Es importante analizar si es realmente posible que el deseo pueda ser un impulso primario carente de contenido social y, a la vez, que a nivel colectivo se nos inculque la hipersexualización de ciertas identidades. Además, no es casualidad que las identidades hipersexualizadas sean colectivos colonizados y racializados desde la opresión, tales como mujeres y hombres negros, mujeres latinas, etc.
Desde una perspectiva heteronormativa y monógama no se buscan los mismos atributos en una persona con la que comprometerse de manera seria (ennoviarte, casarte…) que en una persona con la que se pretende un encuentro sexual con mayor o menor asiduidad.
En el primer caso, para buscar a esa “media naranja” o al “amor de nuestra vida”, una de las características reseñables será el atractivo físico. De esta manera, el canon de belleza se convierte en una especie de ley fundamental utilizada a la hora de buscar pareja, si bien, como no podría ser de otra manera, recae con mayor contundencia en la mujer. Al hacer una búsqueda rápida en Google sobre mujeres u hombres más guapos del mundo o de la historia descubrimos que los atributos considerados más bonitos suelen ser aquellos conferidos a la blanquitud, tales como nariz alargada, ojos claros o pelo rubio. No es casualidad que estas características físicas sean más comunes en las clases dominantes autoproclamadas como estándares de belleza.
Esclavitud y perspectiva de género
En el caso de la hipersexualización de los cuerpos negros y racializados, la lógica colonial subyacente está relacionada con la esclavización. Como bien relata la afroestadounidense bell hooks en su libro Acaso no soy yo una mujer:
“Al esclavo negro lo explotaban principalmente como bracero en los campos, mientras que a la negra esclava la explotaban como bracera en los campos, criada en el hogar y como criadora, aparte de ser objeto de abusos sexuales por parte del hombre blanco.”
Por ello es importante ser conscientes de que la idea de que las negras seamos consideradas “más guarras” proviene de las violaciones sistemáticas, diarias y continuas a millones de mujeres negras esclavizadas durante siglos, incluidas mis ancestras.
Muchas veces se pretende invisibilizar las consecuencias de la época de la esclavización en la actualidad aludiendo a que es una realidad demasiado antigua en nuestra Historia. Sin embargo, mi historia familiar es un reflejo de la cercanía temporal de esta abominación, ya que mi abuela, la cual participó activamente en mi crianza, fue la primera en nacer libre de esa parte de mi árbol genealógico en varias generaciones. No nos olvidemos de que el Reino de España fue uno de los últimos en abolir la esclavización. Por tanto, cuando remarco que la hipersexualización de nuestros cuerpos negros proviene de esta época, no de “historia antigua”, pretendo acentuar cómo la visión social sobre nuestras corporalidades sigue teniendo una mirada colonial y racista.
Al compartir vivencias con otras identidades racializadas comenzamos a entender la violencia sistémica que entraña. Por poner un ejemplo, hace un tiempo escribí un artículo para la Revista Negrxs en donde reflexionaba sobre cómo la hipersexualización de mi cuerpo ha limitado mi libertad como mujer sexualmente activa.
La constante hipersexualización experimentada en las personas con cuerpos negros es una realidad diaria. Debemos entender de dónde provienen estas opresiones para poder romper con ellas y así construir un mundo más justo.
El curso online "Feminismos negros" impartido por Vicky Campoamor, autora de este artículo, te encantará si te ha gustado lo que has leído en este texto: https://perifericas.es/products/curso-online-feminismos-negros
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La problemática de la drogodependencia se sigue abordando, en muchos casos, desde una mirada androcéntrica, asociando el uso de drogas a “lo masculino”. De esta forma, se sitúa a los hombres como la norma y a las mujeres como “lo otro” en todo lo que tiene que ver con este tema. Así, se reducen las posibilidades de realizar una lectura de la categoría “género” como lo que verdaderamente es: un eje de subordinación que impacta tanto en la forma en que las personas usan las sustancias como en las consecuencias que esto tiene en sus vidas.
Y es que el patriarcado ha funcionado como un factor de riesgo (y no como factor protector, como se pensaba tiempo atrás) para las mujeres en relación con las drogas: las ha invisibilizado, estigmatizado mucho más que a los hombres que consumen, y ha obstaculizado su acceso a recursos de prevención y abordaje de las problemáticas derivadas del consumo.
Como es sabido, los estereotipos y roles de género, que ordenan comportamientos y asignan lo que “se espera” de las personas en función de su género, todavía siguen vigentes en nuestra sociedad. El impacto que tienen estos roles y estereotipos se manifiestan en diferentes ámbitos de la vida de las personas, y también en distintos temas que condicionan su salud y bienestar. Uno de esos temas es, precisamente, el uso de sustancias.
Pero… ¿Qué consecuencias concretas tiene dicha realidad? Algunas podrían ser las siguientes:
• Que no se le preste la atención que merecen los consumos de mujeres, ignorando la evidencia que confirma ambos sexos usan drogas.
• Que se someta a mujeres con problemáticas de consumo a un mayor rechazo o sanción social que a los hombres con la misma problemática.
• Que no se tengan en cuenta las particularidades propias de los tratamientos de mujeres vinculados a estas problemáticas, pese a todos los datos que existen actualmente al respecto, como por ejemplo, que las consecuencias que se derivan del consumo son diferentes en ellas que en ellos.
En todo caso, la perspectiva de género en lo referente al consumo de drogas no tiene que ver, simplemente, con establecer diferencias entre hombres y mujeres, ni con desagregar datos por sexo (aunque esto es importante, podemos decir que no implica necesariamente hablar de género). Incorporar esta mirada es entender que lo que realmente aporta es toda una estructura y un marco desde el cual interpretar el impacto que esas diferencias tienen para las personas, comprendiendo que las mismas están inscritas en un contexto social que sigue sosteniendo y reproduciendo desigualdades de género.
Entonces, ¿qué implica analizar el consumo de drogas desde una perspectiva de género?
• En primer lugar, implica abandonar la mirada androcéntrica que sitúa a los hombres como la “norma” desde la cual se realizan análisis y comparaciones con respecto a las mujeres, que serían “algo” específico, es decir, situándolas una vez más en un eje de subordinación.
• Además, incorporar esta perspectiva exige tener en cuenta las particularidades que la categoría “género” introduce en los motivos para iniciarse en el consumo (y también para mantenerse), los factores de riesgo, los factores protectores, los patrones de consumo y las consecuencias en la vida de las personas y del entorno.
• Por último, implica tener en cuenta las desigualdades que el género conlleva a la hora de acceder a programas y/o servicios de prevención, u otros recursos que permitan abordar la problemática.
De esta forma, la perspectiva de género aporta, una vez más, la posibilidad de realizar análisis más profundos y complejos, partiendo de una comprensión de las desigualdades existentes y de su impacto, para avanzar hacia lecturas de la realidad que permitan, verdaderamente, aportar herramientas y recursos para el beneficio de toda la sociedad.
Las mujeres con drogodependencias siguen estando invisibilizadas y estigmatizadas en nuestra sociedad: https://perifericas.es/blogs/blog/la-invisibilizacion-y-el-estigma-de-las-mujeres-con-drogodependencias
]]>En el año 1942, en Parma (Italia) nacía Silvia Federici, quien años después se convertiría en una gran profesora, pensadora, activista, y en una de las mentes más brillantes del feminismo. El trabajo reproductivo y de cuidados que realizan las mujeres en todas partes del mundo ha sido el tema central de sus estudios y producciones, tema al cual la autora ha dedicado gran parte de su vida y de su obra. Con su famosa frase “eso que llaman amor, es trabajo doméstico no remunerado” marca un antes y un después en las formas de pensar y entender las relaciones entre el trabajo productivo y reproductivo, poniendo en tensión las estructuras más básicas que organizan y sostienen nuestras sociedades.
Entre sus principales obras podemos encontrar Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2004) y Revolución en punto cero: trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (2013), obras sumamente importantes para el feminismo, que abren las puertas a reflexiones y debates sobre el reconocimiento del trabajo doméstico y lo que la autora llama la “lucha por los comunes”.
Uno de los temas que atraviesa la obra de Silvia Federici es el estudio y el análisis de la persecución a las mujeres que fueron acusadas de realizar brujerías. Mujeres que de las que sabemos poco, pero cuyas historias son ejes centrales para comprender muchos factores que determinan nuestras realidades actuales. En una entrevista reciente, la autora nos recuerda que hoy existe lo que ella llama una nueva “caza de brujas”: nuevas persecuciones a mujeres en diferentes partes del mundo, muchas de las cuales son ejecutadas a partir de los cambios que ha generado la globalización y el avance del capitalismo. Un capitalismo que intensifica los conflictos sociales existentes y cuyas principales víctimas son las mujeres, en especial las mayores, que dejan de ser “productivas” y pasan a ser vistas como una carga para la sociedad.
Uno de los temas más estudiados por Silvia Federici a lo largo de toda su vida ha sido la economía de los cuidados. Sus interesantísimos aportes son la base sobre la cual hoy seguimos pensando, escribiendo y construyendo saberes. Con sus obras pioneras, Silvia ha abierto un camino que luego recorrerían muchas otras investigadoras feministas, y que siguen resonando en nuestra actualidad.
¿Cómo se organizan los cuidados en nuestra sociedad? ¿Quién cuida a quién? ¿De qué manera lo hace? ¿Qué recursos entran en juego a la hora de hablar de cuidados? ¿Qué importancia se les otorga a las tareas domésticas y de cuidados a nivel social, político y económico?
“Las mujeres hemos estado siempre aisladas en el proceso de la reproducción. Nos hemos sentido muy derrotadas y sin esperanza. Pero cuando empezamos a juntarnos y a participar del movimiento feminista, a comunicar nuestro sufrimiento, conocimiento, experiencia… se crea una infraestructura que nos da la fuerza para continuar, que nos hace comprender por qué luchamos, que nos da un poco de felicidad. Porque cuando estás sola en tu casa ya no puedes imaginar, la imaginación se corta. Saber que no estás sola enfrentándote a tus problemas es una cosa muy diferente”.
Según la autora, una de las claves para poder construir una verdadera sociedad de cuidados es romper con la falsa dicotomía que separa la esfera pública de la privada, el trabajo productivo del reproductivo, el trabajo asalariado del no asalariado. Según Silvia Federici, crear una sociedad de cuidados significa luchar para revalorizar y poner la vida en el centro. Para esto, es necesario comprender que hoy en día la vida está muy desvalorizada e invisibilizada… Y el escaso valor que se le otorga al trabajo reproductivo es una clara muestra de ello.
Silvia Federici nos invita, una y otra vez, a pensar en otros modos de relacionarnos y de cuidarnos entre personas, a la vez que reivindica un feminismo que sea capaz de combatir todas las formas de exclusión que siguen existiendo actualmente. En definitiva, se trata de apostar por un feminismo que construya una sociedad basada en el bien común.
En pleno siglo XXI, las mujeres seguimos siendo las grandes cuidadoras del mundo. Sobre ello reflexionamos en el siguiente artículo: https://perifericas.es/blogs/blog/las-mujeres-cuidadoras-del-mundo
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La maternidad, territorio de interrogantes y contradicciones, continúa siendo uno de los temas más atravesados por roles y estereotipos de género. De hecho, hasta hace no mucho tiempo, no era habitual que las mujeres conversasen honesta y abiertamente acerca de sus malestares y conflictos vinculados a este tema. El mandato de lo que “debe ser” una buena madre, sumado a la supuesta felicidad y “plenitud” que trae la maternidad a la vida de una mujer, hace que muchas se hayan visto cargadas de culpa por no poder encajar en dichos estándares.
Por suerte, son cada vez más las mujeres que levantan su voz para relatar sus experiencias reales, para compartir lo que realmente ha significado en sus vidas la maternidad, sin filtros ni pinceladas de romanticismo, sino con toda la autenticidad y crudeza que el tema merece. Rachel Cusk es una de ellas, y lo ha mostrado a través de su obra Un trabajo para toda la vida: sobre la experiencia de ser madre, editado en España por Libros del Asteroide.
“Muchas veces pienso que la gente no tendría hijos si supiera lo que le espera, y me pregunto si, como especie, llevamos incorporado un mecanismo darwinista de bloqueo de nuestra capacidad de expresión, de nuestra facultad para exponer la verdad sobre esta cuestión”
La autora relata en la obra, escrita en 2001, su mirada sobre lo que puede significar la experiencia de ser madre, tomando como punto de partida su propia historia. Una mirada crítica, penetrante y despojada de romanticismos, que coloca el foco de atención en el trauma que ha significado para ella el nacimiento de su primera hija, alejándose de estereotipos y roles de género que coartan a las mujeres.
Las repercusiones del libro (teniendo en cuenta la época en la que fue escrito) no tardaron en llegar. En el año 2005, Rachel escribe un prólogo para la nueva edición, que busca ser una respuesta a las grandes críticas que había recibido tras su publicación:
"A los periodistas que me acusaron de ser una madre inepta y poco cariñosa, a los detractores que aún emplean mi nombre como sinónimo de odio a los niños, a los lectores para quienes la sinceridad es equiparable a la blasfemia porque su religión es la de la maternidad, únicamente puedo sugerirles que se lo tomen un poco menos en serio. A fin de cuentas, el sujeto que gobierna este libro es yo, no tú. La mayoría de quienes me criticaron eran mujeres, por eso aprovecho esta oportunidad para lanzar una sana advertencia a las personas de mi propio sexo. Señoras, esto no es un manual de cuidados infantiles. En estas páginas tienen ustedes que pensar por sí mismas. No les digo cómo deben vivir; tampoco estoy obligada a promocionar su visión del mundo".
De esta forma, la autora deja muy claro cuál es el espíritu de su libro: lejos de una posición que busca la aprobación o el reconocimiento, lo que pretende es relatar la transformación que ella misma ha vivido al ser madre, con sus matices, contradicciones, inquietudes, alejándose de un “deber ser” preestablecido, demostrando así que la realidad no es simple y edulcorada, como tantas veces se ha retratado.
Podríamos pensar que las críticas que ha recibido este libro tienen que ver con la crudeza de su esencia, tan real y necesaria en contextos en los cuales aún se romantiza el “mundo de la maternidad” y todo aquello que lo rodea. Ella misma se plantea:
“No deberían sorprenderme los violentos contrastes que caracterizan mis sentimientos por mi hija, pero así es. Como a la mayoría de la gente, el amor me ha creado problemas toda la vida”
En síntesis, estamos frente a un ensayo que trata sobre la identidad, sobre las transformaciones que trae la maternidad, sobre las formas de relación con sus propios cuerpos que tienen hombres y mujeres… Y que coloca un signo de interrogación sobre los relatos construidos y consolidados en torno a “lo maternal”.
Alejandra Pizarnik fue una escritora y traductora argentina, y una de las mentes más brillantes de la literatura del siglo XX. En su poesía podemos encontrar huellas de una vida breve pero intensa: una infancia perdida, carencias, anhelos, y un profundo interés por la muerte que recorre toda su obra. Pizarnik abandonó la vida, pero a su paso nos ha dejado un legado artístico que continúa vigente… y más vivo que nunca.
Flora Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires, el 29 de abril de 1936. Hija de Elías y Rejzla (una pareja de inmigrantes ucraniano-judíos, que debieron cambiar su apellido al llegar a Argentina) y hermana de Myriam Pizarnik. La infancia de Alejandra se vio atravesada por sus múltiples crisis asmáticas, una tartamudez que arrasó con su autoestima, y una conflictiva relación con su hermana mayor, que encarnaba el ideal de “hija perfecta” dentro de su familia. Además de las constantes comparaciones con su hermana, Alejandra padecía su condición de extranjera en Argentina, lo cual la condujo a volcarse desde muy joven en la literatura, donde supo encontrar su hogar y refugio.
“¿He tenido yo una infancia? No, creo que no. No tengo ni un recuerdo bueno de mi niñez…el solo hecho de recordarla me cubre de cenizas la sangre”.
De joven, su paso por la universidad fue fugaz: se matriculó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y en la Escuela de Periodismo, pero abandonó ambos estudios al poco tiempo, para dedicarse exclusivamente a la escritura. En 1956 publicó su primer libro, La última inocencia, luego de una etapa de expansión creativa, pero al mismo tiempo atravesada por sus problemas de asma y tartamudez. Alejandra intentó buscar soluciones para sus síntomas en el psicoanálisis, experiencia que despertó en ella el interés por el inconsciente, la vida onírica y diversos temas como la muerte, la infancia y la identidad, que empiezan a nutrir y a enriquecer su obra.
En el año 1960, con 24 años, Alejandra decidió mudarse a París, donde viviría los siguientes cuatro años. En aquella ciudad, la escritora encontró un refugio emocional y nuevas motivaciones que impulsaron su trabajo. Además, estudió Literatura Francesa e Historia de la Religión en La Sorbona, donde forjó su amistad con el escritor Julio Cortázar y con el poeta Octavio Paz. Ya de vuelta en Buenos Aires, a partir de 1965, la escritora publicó tres de sus principales obras: Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) y El infierno musical (1971).
A partir de 1967 la vida de Alejandra Pizarnik se volvió oscura, y también su obra. Luego de la muerte de su querido padre, la escritora comenzó a sufrir diversas crisis depresivas y de ansiedad. De manera simultánea, su magnífico trabajo era reconocido a nivel internacional mediante la concesión de las becas Guggenheim (1969) y Fulbright (1971). Pero ni el éxito ni la ayuda médica fueron capaces de evitar que, en el año 1972, la artista de 36 años se quitara la vida, dejando como legado un gran rompecabezas de cartas, poemas, cuadernos, borradores y dibujos.
“Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía. Es una sensación que no comprendo perfectamente; es algo vago, lejano, pero lo sé y lo aseguro”.
Su trabajo perdura en el tiempo, y sigue despertando pasiones y preguntas sin respuesta. En su obra podemos encontrar su propio espíritu: brillante, intenso, creativo. Porque Alejandra vuelve a la vida cada vez que la leemos, cada vez que la recordamos, cada vez que nos dejamos llevar y nos perdemos en los maravillosos caminos de su poesía.
En sus orígenes, el teletrabajo no fue pensado como una medida para favorecer la conciliación de la vida personal, laboral y familiar de las personas. Su aparición respondió a otros objetivos: en un primer momento, en la década de los setenta, se planteó como una alternativa que lleve el trabajo a las personas (y no a la inversa), para reducir costes económicos y también el impacto ambiental del transporte. Posteriormente, en los años noventa, el teletrabajo vuelve a aparecer en el centro de la escena, esta vez de la mano de la globalización y como herramienta para mejorar la competitividad y la productividad de las empresas en todo el mundo. El enorme desarrollo tecnológico de la época ofrece un contexto ideal para la instalación de nuevas modalidades de trabajo a distancia, que encuentran la oportunidad y el protagonismo que no habían conseguido años atrás.
En el año 2020 el teletrabajo vuelve a instalarse con fuerza como medida derivada de la pandemia del Covid-19, y de la necesidad de que las personas sigan siendo productivas desde sus hogares. En este escenario, esta modalidad ofrece una alternativa viable para garantizar la continuidad de actividades laborales y económicas. Podemos afirmar, entonces, que el teletrabajo no nace con la pretensión de promover la conciliación, sino que, entre los frutos que se van desprendiendo de la flexibilidad que aporta esta modalidad, se aprecia una libertad en la regulación de los horarios laborales que genera un escenario positivo para compaginar dichas actividades con la vida personal-familiar.
Ahora bien, ¿qué sucede si observamos todo esto desde una perspectiva de género? Encontraremos que, lamentablemente, el teletrabajo podría ser un “arma de doble filo”, que encierre nuevamente a las mujeres en sus hogares, ubicándolas como principales responsables de las tareas domésticas y de cuidados. El hecho de estar físicamente en casa, teletrabajando, puede generar escenarios complejos que acaben reproduciendo estereotipos de género, una vez más.
Y esto es así porque, a diferencia de lo que ocurre cuando un hombre teletrabaja, se espera que una mujer pueda ocuparse, en el mismo tiempo laboral, de las tareas domésticas y de cuidados. En el imaginario colectivo todavía se ve a esta modalidad de trabajo como el “escenario ideal” para ellas, debido a que la conciliación todavía es tratada como un “tema de mujeres”. Por supuesto, estas lógicas significan un retroceso en materia de igualdad.
No estamos afirman do que el teletrabajo no funcione como medida de conciliación, al contrario, puede hacerlo, siempre y cuando, eso sí, se aplique desde un enfoque corresponsable y con perspectiva de género. Lo que nos interesa destacar es que el riesgo de esta medida radica en retroceder en la manera en la que pensamos en la conciliación, volviendo a conjugarla en femenino, y perdiendo la dimensión corresponsable en ese camino.
Lamentablemente, esto es precisamente lo que parece estar ocurriendo hasta ahora: los datos presentados por el Parlamento Europeo en 2022 (en un estudio sobre teletrabajo, cuidados y salud mental durante la pandemia) indican que el gran aumento de los trabajos no remunerados y del teletrabajo ha impactado negativamente en la salud mental de las mujeres. Las cifras de este estudio muestran que, si bien la pandemia afectó a todas las personas, las mujeres han sufrido mayores consecuencias que los hombres, por ser ellas quienes han reconocido tener mayores problemas para concentrarse en sus responsabilidades laborales (debido a las responsabilidades del hogar) y quienes han asumido mayor carga de tareas no remuneradas.
La variable de ajuste para que el teletrabajo sea realmente una herramienta de conciliación no puede ser, de ninguna manera, la salud mental de las mujeres. Esa salud es la que está en juego si no cambiamos la perspectiva. El verdadero desafío radica, entonces, en pensar en el teletrabajo (con todos los beneficios que puede aportar a las personas y a las empresas) como herramienta de conciliación que no reproduzca estereotipos de género, sino desde una mirada centrada en la corresponsabilidad, que no encierre a las mujeres, otra vez, en los roles que durante tanto tiempo nos han encorsetado.
Las mujeres hemos sido, tradicionalmente, las cuidadoras de la unidad familiar, y esos roles siguen repitiéndose en tiempos de teletrabajo: https://perifericas.es/blogs/blog/las-mujeres-cuidadoras-del-mundo
]]>El despertador de Mariana suena a las 6:00am. Antes de abrir los ojos, repasa mentalmente la agenda del día: Mateo debe llevar pinturas y pinceles para una actividad escolar, Juan tiene examen de biología (hay que repasar una vez más los conceptos mientras desayuna), y, además, ambos tienen cita con el dentista por la tarde. Importante: hoy vence el plazo para hacer el primer pago del viaje de fin de curso de Juan, y Mateo necesita zapatillas nuevas para básquet. Hay que pasar también por la veterinaria a buscar la medicación del perro, y luego por la gasolinera. En algún momento del día también hay que completar el formulario que han solicitado los del seguro y hacer la compra. ¡Ah! y a última hora deberá acompañar a su madre al médico, porque resulta que ya no quiere ir sola, dice que su memoria falla y que necesita que alguien acuda junto a ella… Mariana respira profundo, abre los ojos y se pone de pie para comenzar.
Este podría ser el comienzo de un día habitual en la vida de una mujer de mediana edad, que trabaja dentro y fuera de su hogar, que se ocupa de tareas domésticas y de cuidado (de niños y niñas, y también de personas mayores) y que, además de todo esto, carga sobre su espalda con el peso de los mandatos, estereotipos y roles de género aún vigentes en nuestras sociedades. Porque, de una u otra manera, es un peso que las mujeres todavía transportamos y que genera múltiples efectos en nuestras vidas. Todo esto es, precisamente, lo que llamamos carga mental.
La carga mental es precisamente esa lista de tareas pendientes que nos acompaña desde primera hora de la mañana hasta el final del día. Son recordatorios cotidianos, pequeñas alarmas que se encienden en distintos momentos y que nos recuerdan todo lo que debemos resolver. No la vemos, pero nos va colapsando poco a poco, de manera tal que por las noches acabamos agotadas y sin fuerzas. Y lo decimos en femenino, porque esto nos sigue pasando mayoritariamente a mujeres. Por supuesto que muchos hombres también se encargan de tareas como estas, pero las estadísticas nos indican que, lamentablemente, no son la mayoría.
En su libro (Mal) Educadas, la escritora argentina María Florencia Freijo define la carga mental como esa enorme cantidad de tareas de logística, coordinación y previsión de tareas que tenemos las mujeres en el día a día, y los malabares que hacemos para cumplir con ellas. Además, explica que nuestra educación nos prepara para, al final de cada día, asegurarnos de haber cumplido con aquello que nos correspondía hacer y que se espera de nosotras, aunque muchas veces en el camino perdamos la atención sobre nuestra propia felicidad. Los costos (reales y simbólicos) que implica la carga mental, y que pagamos diariamente las mujeres, son altísimos.
A todo lo anterior se suma el peso de los mandatos y roles de género, porque son ellos los que nos silencian y no nos permiten ser conscientes de las situaciones injustas que vivimos a diario, debido al reparto poco equitativo de esa carga. Y, si bien actualmente podemos afirmar que el mandato tradicional de ser mujeres bellas, amables y sonrientes fue poco a poco desterrado, el problema es que en su lugar parece haberse instalado otro mandato, de la misma naturaleza y fuerza opresora que el anterior: el de la mujer “superpoderosa”, que lo puede todo y que acaba sus días agotada y sobrecargada, pero “felizmente empoderada”.
Un empoderamiento poco saludable que hace que ahora, además de ser las principales responsables de las tareas domésticas y del cuidado de otras personas, tengamos que ser también exitosas en nuestra vida profesional, pero sin descuidar nuestra imagen física y nuestra sexualidad. Ningún esfuerzo será suficiente si lo comparamos con estos niveles de exigencia. Las 24 horas del día no alcanzan, y nuestra energía tampoco… y bajo esta lógica es imposible que lo hagan.
La única salida posible a estos rígidos mandatos es permitirnos la pregunta, el cuestionamiento, el signo de interrogación sobre lo que antes era estanco, inamovible. Solo ese cuestionamiento nos permitirá pensar otras formas de educación para nuevas generaciones, una forma de educación que es posible, pero que requiere de una profunda revisión de todos esos mandatos, roles y estereotipos que, todavía hoy, nos siguen encorsetando.
La Navidad es uno de los momentos del año donde la carga mental de las mujeres alcanza su punto álgido: https://perifericas.es/blogs/blog/mujeres-y-carga-mental-navidena
]]>Pese a los grandes esfuerzos de distintos movimientos de mujeres alrededor del mundo, la problemática de la violencia de genero sigue existiendo, e incluso adopta nuevas formas en cada época y contexto. Ejemplo de esto son las violencias que hoy encontramos en entornos digitales, como el ciberacoso (envío de mensajes intimidatorios o amenazantes), el sexteo (envío de fotos o mensajes de contenido explícito sin consentimiento de la destinataria) o el doxing (publicación de información privada de la víctima). Si bien las modalidades pueden cambiar, la base sobre la que sostienen las violencias contra las mujeres sigue siendo la misma: una estructura patriarcal que nos educa (y mal-educa) en función de estereotipos y roles de género, y que reproduce desigualdades incansablemente.
Lo que llamamos “iceberg de la violencia” es precisamente esto: un gráfico que representa dicha estructura, de manera tal que podemos observar claramente cómo, en su parte oculta, se encuentran las llamadas “micro-violencias” que sufrimos a diario: comentarios y bromas sexistas, pequeñas humillaciones cotidianas, ridiculizaciones, micromachismos... En su parte superior y visible se ubican las violencias más crudas y extremas: amenazas, golpes, insultos, violaciones y feminicidios. Lo que esta imagen nos enseña es que no debemos olvidar que aquello que nos horroriza (como una noticia de otra mujer que ha sido asesinada en manos de su pareja o expareja) se sostiene gracias a esas otras violencias, que en muchos casos naturalizamos o minimizamos, pero que son las semillas a partir de las cuales nace todo lo demás.
Podemos afirmar que, afortunadamente, la disponibilidad de datos e información concreta sobre violencia contra las mujeres ha aumentado considerablemente en los últimos años. Hoy sabemos que no se trata de casos aislados: los números nos explican que lo que parece personal es, en verdad, un problema colectivo, porque nunca puede ser individual algo que nos sucede a todas. Y es que las mujeres, en mayor o menor medida, contamos con experiencias de violencias que han atravesado algún momento de nuestras vidas. Algunas dejan marcas visibles, otras no, pero son igualmente dolorosas. Algunas se presentan de forma sutil, casi imperceptible, y otras son claramente identificables.
Las estadísticas nos hablan de un problema que parece estar lejos de ser erradicado: en España, este año ya han sido asesinadas 52 mujeres a manos de la violencia machista. Además, el 11% de las que tienen 16 años o más han sufrido a lo largo de su vida algún tipo de violencia física o sexual por parte de sus parejas o exparejas (porcentaje que equivale a 2,2 millones). En los casos en los que los agresores son otros hombres (sin vinculación sentimental con la víctima) la cifra llega al 24,4% (es decir, 4,9 millones de mujeres). Este panorama nos habla de que estamos frente a un problema que atenta directamente contra los derechos humanos, y que es necesario reconocer como tal para actuar en consecuencia.
Si seguimos profundizando en el análisis de los datos actuales, encontramos que las mujeres víctimas de violencias machistas tardan aproximadamente ocho años y ocho meses (de media) en comunicar la situación que están viviendo. Entre los motivos más frecuentes que explican esas tardanzas encontramos el miedo a la reacción del agresor (50%), la creencia de que eran situaciones que podían resolver ellas solas (45%), el no reconocimiento de sí mismas como víctimas (36%), el sentimiento de culpa y/o responsabilidad por la situación (32%) y la pena por el agresor (29%).
Tener en cuenta los motivos expuestos es una de las claves a la hora de desarrollar estrategias eficaces para acabar con las violencias contra las mujeres. Los datos son el reflejo de nuestra realidad, y es necesario apoyarnos en ellos para conseguir verdaderos avances en este duro camino. El recrudecimiento de las violencias en todo el mundo y el aumento de casos de violencia sexual en adolescentes (que cada vez se presentan en edades más tempranas) son razones más que suficientes para no bajar la guardia, permanecer atentas y no dar pasos hacia atrás.
Porque el camino es largo, pero es todo nuestro.
En este otro artículo del blog reflexionamos sobre la violencia de género en las redes sociales, un fenómeno por desgracia cada vez más presente en nuestra sociedad: https://perifericas.es/blogs/blog/redes-sociales-y-violencia-de-genero]]>
Lo que habitualmente llamamos “confianza en una misma” tiene que ver con todo aquello que nos permite abordar los desafíos de la vida, ir hacia adelante, apostar por nuestros sueños y no quedarnos atrapadas en una duda eterna. Gracias a esa confianza es que podemos embarcarnos en proyectos propios, con la certeza de que somos capaces de conseguir nuestros objetivos.
Cuando esta confianza nos falta, aparece el conocido “síndrome de la impostora”, definido por las autoras Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot como una serie de factores internos que obstaculizan nuestro desarrollo personal y profesional. Algunos de esos factores pueden ser el miedo al fracaso, la excesiva autocrítica (sobre nuestro trabajo, por ejemplo) y las dudas sobre nuestras propias capacidades/habilidades para desarrollar determinadas actividades.
En el mundo laboral, muchas mujeres se encuentran con un doble desafío: por un lado, vencer a las “impostoras” que llevan dentro y, por otro, intentar sortear las incontables barreras de género que existen actualmente en el mundo del trabajo (y fuera de él), como por ejemplo: una educación sexista que nos prepara, desde muy pequeñas, para criar, cuidar y ser las principales responsables de las tareas domésticas, una brecha salarial que nos empobrece cada día más, dificultades para conciliar nuestra vida personal y laboral, exposición a distintos tipos de violencias en nuestros propios lugares de trabajo, el famoso (y todavía resistente) “techo de cristal”, con el que nos seguimos encontrando en muchas empresas… entre otras. Lamentablemente, la lista sigue siendo interminable.
De esta forma, factores internos y externos interaccionan y se retroalimentan los unos a los otros, creando, en muchos casos, complejos escenarios para las mujeres que buscan insertarse y/o desarrollarse profesionalmente.
El mundo del emprendimiento no está exento de barreras para el desarrollo de las mujeres. Todas aquellas que hayan emprendido alguna vez, seguramente conocen la incertidumbre, los interrogantes y, en muchos casos, el miedo que supone “lanzarse a la piscina”, apostando por un proyecto profesional propio. Claramente hay ciertos factores inherentes al hecho de emprender, que hacen que pueda ser un proceso complejo para (casi) cualquier persona: la inversión (de tiempo, dinero y energía) que representa, las preguntas acerca de si funcionará o no, las opiniones o experiencias ajenas, que a veces obstaculizan el camino más de lo que ayudan, entre otros.
Ahora bien, desde una perspectiva de género podemos decir que las mujeres emprendedoras muchas veces experimentamos, además de estas cuestiones generales, un diálogo interno con nuestras “impostoras” que nos obliga, una y otra vez, a revisar nuestras ideas, poner en duda nuestro valor y desconfiar de nuestra preparación o cualificación para realizar un determinado trabajo. Sumado a esto, las dificultades que encontramos las mujeres en el mundo del trabajo (detalladas anteriormente), también se hacen presentes en el emprendimiento. Y así vamos: surfeando las olas que la aventura de emprender nos presenta a las mujeres en la actualidad.
Lo interesante aquí no es sólo identificar estas barreras, sino intentar tenerlas muy presentes a la hora de “juzgarnos” a nosotras mismas, y buscar ser cada día un poco más amorosas con nosotras, cuidadosas en las formas en las que nos tratamos, y entendiendo que, a veces, los malos momentos no tienen que ver con nuestra falta de competencia o con no habernos esforzado lo suficiente, sino con muchos (muchísimos) otros elementos de nuestro entorno, que no siempre podemos controlar.
Se trata de avanzar reconociendo nuestras limitaciones personales, pero también poniendo en valor todas las habilidades y recursos que hemos desarrollado en el camino del emprendimiento (que seguramente sean muchos), entendiendo la estructura social-cultural que nos educa, coarta y obstaculiza, pero trabajando (cada día un poco más) por construir otras formas de ser, estar y de vincularnos, principalmente entre mujeres. Porque eso que llamamos “confianza en una misma” se construye a diario, y es un camino que es mucho más bonito cuando se transita acompañada.
¿Eres emprendedora y quieres acceder a claves y consejos para mejorar tus proyectos y hacerlos más igualitarios? Tenemos una newsletter especializada en estos temas: https://perifericas.es/pages/formacion-entidades]]>¿Qué es una familia monoparental en España? Se define como una persona progenitora, con hijos o hijas a cargo, que convive al mismo tiempo con otras personas con quienes no tiene un vínculo matrimonial ni forma una unión estable de pareja.
La mayoría de las familias monoparentales en España son lideradas por una mujer, de ahí que se denominen familias monomarentales de manera más específica.
Los números en nuestro país son concluyentes: 89,13 % de familias con una persona progenitora lideradas por mujeres, mujeres contra un 10,87 % de hogares monoparentales encabezados por hombres. Por tanto, esta realidad tiene cara de mujer y debe ser, en ese sentido, observada y analizada desde la perspectiva de género.
En ese marco, la Federación de madres solteras (FAMS) ha venido trabajando para visibilizar la situación de estas familias, y solicitando que el concepto monomarental sea incorporado en el lenguaje público, considerando la realidad de estas familias y el rol de la mujer en ellas.
Las familias monomarentales tienen derecho a ayudas públicas en caso de acreditar su situación. Por ejemplo, el ingreso mínimo vital, y la prestación por maternidad (incluso sin haber cotizado lo suficiente), pensión de viudedad, pensión y prestación de orfandad. Existen ayudas por nacimiento de hijo, adopción y por discapacidad. También hay deducciones de impuestos por encontrarse ante esta situación.
No obstante, estas ayudan no resuelven los problemas mas complejos que viven las familias monomarentales; en estudios realizados recientemente se identifica que entre los problemas fundamentales que tienen que enfrentar estas familias se encuentran los económicos, la conciliación de la vida laboral con el cuidado de sus hijos e hijas, la sobrecarga de responsabilidades, los laborales y los relacionados con la vivienda.
El problema de base es la necesidad de subsistencia, considerando que estamos ante una sola persona a cargo de la familia. En ese sentido, las familias monomarentales están mas expuestas al riesgo de exclusión y pobreza, sobre todo considerando el perfil de las madres que no han escogido este modelo de familia.
Comprender los desafíos a los que se nfrentan las familias monomarentales y entender cómo están conformadas, es hacerse cargo de las desigualdades de género a las que muchas de ellas están expuestas. La necesidad de trabajar fuera de casa porque solo una persona debe sustentar a la descendencia, combinando ese aspecto profesional con el trabajo doméstico, las escasas ayudas y redes de apoyo…. Todos estos elementos sitúan a estas madres en una posición vulnerable, que las expone en muchos casos a trabajar menos horas fuera de casa, tener trabajos mas inestables o con condiciones precarias, por ejemplo a media jornada o con salarios por debajo del mínimo, por tener la necesidad permanente e imperante de hacerse cargo de sus hijos e hijas.
Velar por más y mejor empleo y generar sistemas de cuidado que permitan que trabajen de manera mas estable (o bien que puedan estudiar y seguir formándose), es algo en lo que hay que avanzar dentro del Estado español.
Entender las problemáticas de estas familias nos permite generar políticas y medidas que puedan resolver cuestiones esenciales de su calidad de vida, pues más allá de la necesidad económica, la falta de tiempo libre o de ocio, la carga mental y de responsabilidad afectan a esta calidad de vida y a las capacidades de agencia de las mujeres integradas en este tipo de familias.
Según la OIT las mujeres representan un 48% de las personas migrantes internacionales, y cada vez son más las que migran solas, aun siendo jefas de hogar y madres en sus respectivos países de origen. Este fenómeno se le llama “la feminización de la migración”.
En muchos casos las mujeres migran para reunirse con sus familias, pero también para escapar de la violencia. La discriminación y la violencia por motivos de género, identidad de género y orientación sexual se encuentran entre las razones que impulsan la migración de mujeres y personas LGBTIQ+.
Las mujeres migrantes y los migrantes LGBTIQ+ a menudo son más vulnerables a la violencia y la explotación durante el propio proceso de movilidad, y pueden enfrentar múltiples formas de discriminación según el contexto de su migración. Pueden ser discriminados por ser inmigrantes (especialmente si son irregulares o indocumentados), debido a su género, identidad de género u orientación sexual, y posiblemente también por otras razones, como su edad o etnia.
Al mismo tiempo, la migración puede empoderar a las mujeres y migrantes LGBTIQ+, permitiéndoles convertirse en agentes de cambio y desarrollo para ellos, sus familias y las comunidades.
En ese marco, existen desafíos que se refieren a comprender la realidad de las mujeres migrantes desde la perspectiva de género, para comprender qué normas y estereotipos pueden estar afectando los procesos migratorios. Eso ayudaría a visibilizar la experiencia migratoria femenina, donde las razones para migrar, como hemos visto, son variadas y se distinguen claramente de las de los varones en muchos casos. Por ello es importante comprender las necesidades y atribuciones económicas de la migración femenina, poner como objetivo de estudio relevante el estudio de esa migración y valorar la experiencia de las mujeres científicas en el estudio de la migración femenina (para que sean también ellas quienes analicen y recojan los testimonios de otras mujeres desde ese punto de vista de género).
Considerando la relevancia estadística de la migración femenina es necesario poder poner en valor esa experiencia y comprender las implicaciones sociales y laborales que tiene el género en la migración.
Un elemento necesario a incorporar en dicho análisis es la situación de origen, ya que las cifras de mujeres que dejan sus países de origen son de enorme relevancia: en España, por ejemplo, las mujeres migrantes que llegan superan en cantidad a los hombres que provienen del mismo lugar en diversos países, por ejemplo en los de Latinoamérica. Es interesante y necesario poder mirar las razones por las cuales las mujeres migran, dependiendo de sus lugares de origen, situación socioeconómica, raza, entre otros. La mirada interseccional de la experiencia migratoria es un elemento esencial en la forma cómo se aplica la perspectiva de género en este tema.
Otro elemento que se debe tener en cuenta es la importancia de analizar cómo las mujeres migrantes se insertan social y laboralmente; en ese sentido, analizar y observar la situación sobre qué tipos de trabajo tienen, en qué condiciones trabajan, y cómo eso se proyecta, son factores nos ayudan a entender cómo llevan adelante ese proceso de inserción social y laboral.
Son varias las razones, como hemos visto, del porqué es esencial analizar el fenómeno migratorio desde la perspectiva de género. Esta es una invitación a poner este tema en la discusión pública y que las organizaciones sociales y académicas sigan avanzando en generar información y evidencia científica que oriente en la toma de decisiones, políticas y medidas sobre este asunto.
Todo ello con el fin de generar un proceso migratorio y de inserción social y laboral de mujeres migrantes, más inclusivo y más equitativo.
El curso online "Trata y derecho de asilo de mujeres migrantes" aporta muchas claves para entender los retos, desafíos y empoderamiento de este colectivo: https://perifericas.es/products/curso-online-trata-y-derecho-de-asilo-de-mujeres-migrantesEl cambio climático es un problema no sólo ambiental, sino también social, ya que modifica fenómenos climáticos, aumenta patrones epidemiológicos, incrementa la pobreza y la desigualdad . Todo ello afecta especialmente a los colectivos mas vulnerables, fragilizando también el acceso a los derechos humanos.
En ese marco, se entiende que el cambio climático tiene un impacto en la justicia social, ya que aumenta la pérdida de empleos, aumenta los riesgos ocupacionales y operacionales, aumenta el costo de materiales y genera mayor escasez de recursos e incerteza de suministros.
En este sentido, la OIT plantea que para hacer frente a los retos que este problema presenta se debe avanzar “hacia economías y sociedades más ecológicas, resistentes y neutras desde el punto de vista climático”. En ese marco, propone transiciones justas, en base a una economía inclusiva, con trabajo decente y “sin dejar a nadie atrás”.
El concepto Transición Justa se ha formalizado a nivel internacional y se materializa en acuerdos internacionales, como el de París (COP21) y la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible (2015). La transición justa revela la relación entre los desafíos de sostenibilidad y el mundo del trabajo. En ese sentido, se plantea que el trabajo necesita un medio ambiente sano y estable, sensible al deterioro medioambiental, ya que este afecta y amplifica la desigualdad. Por tanto, en el marco de una acción climática urgente, que permita sostener y evitar el cambio climático, se requiere una transformación estructural, que incorpore un cambio industrial y de los patrones de consumo. Y es ahí donde las mujeres jugamos un papel fundamental.
El concepto de Transición Justa ha ido avanzando cada vez más a una aproximación que no sólo incorpora el cambio en las industrias y los “empleos verdes”, sino que camina hacia una mirada integral de los efectos del cambio climático, poniendo especial énfasis en el impacto en la justicia social y la situación laboral.
Una de esas aproximaciones, que aquí nos interesa especialmente y que se ha transformado en un eje para los desafíos de la transición justa en los próximos años, es la Transición Justa con Equidad de Género, que ha sido abordada por autoras como María Luisa Velasco. Esta transición tiene por objetivo buscar un equilibrio territorial y social, pero que no olvide que mujeres y hombres viven este proceso de manera distinta y que deberían beneficiarse de los cambios de manera igualitaria.
Esto se sustenta en varios factores explicativos: primero, que el cambio climático es un proceso injusto, ya que afecta mayormente a colectivos mas desiguales y vulnerables; segundo, que una de las desigualdades sociales mas evidentes es el género. En ese sentido, el enfoque ecofeminista es una forma de luchar contra esas desigualdades, tanto de las mujeres como del mundo natural contra la dominación masculina. Tercero, es necesario considerar la discriminación que han tenido tradicionalmente las mujeres en el mundo laboral, con especial énfasis en las áreas científicas y de investigación (STEM), lo que las margina a la hora de participar del diseño de posibles soluciones para este problema.
En ese marco, algunas de las “salidas” podrían ser las siguientes: primero, entender cómo impacta este fenómeno en las mujeres y de qué manera están contribuyendo a su solución, y entender las maneras de participar de este cambio.
Segundo, en base a esa información se trataría de generar estrategias inclusivas que acojan estas perspectivas.
Tercero, se han de poner en marcha planes de incorporación y fomento de la participación de mujeres de las áreas STEM en los grupos de investigación, conglomerados de estudios y espacios de toma de decisiones en esta materia.
Por último, hay que comprender el rol de agentes de cambio de las mujeres en este proceso, en distintos ámbitos y niveles, lo que permitirá desarrollar respuestas a las necesidades mas pertinentes, justas y sostenibles en el tiempo.
El ecofeminismo es fundamental para conseguir promover una Transición justa que tenga la perspectiva de género como eje clave: https://perifericas.es/blogs/blog/ecofeminismo-para-que
Las cuotas políticas de género son una expresión de acción positiva que tiene por objetivo garantizar la integración de mujeres en cargos de elección popular, partidos políticos o posiciones a nivel estatal. Estas cuotas políticas de género pueden ser adoptadas de manera transitoria o permanente, teniendo de base la equidad como principio movilizador de la medida.
En muchos casos las cuotas políticas de género están enfocadas mayormente a mujeres, considerando la infrarrepresentación que tienen estas en cargos políticos o directivos. En el caso de la Unión Europea, de manera más concreta, se han adoptado medidas temporales para compensar la desigualdad de la representación de las mujeres en la vida política.
El funcionamiento de las cuotas políticas de género se basa en un mecanismo que pretende garantizar en el grupo de candidatos y candidatas un número paritario de mujeres.
Dichas cuotas políticas presentan numerosos aspectos positivos. Sin duda, uno de los más destacados y evidentes es que abren espacio para que mujeres que no tendrían posibilidad de estar en la toma de decisiones lo estén. En ese sentido, ejemplifican un acto de justicia a la hora de comprender que la presencia de las mujeres ha sido invisibilizada durante siglos por una hegemonía donde el espacio de poder (público) ha estado tradicionalmente ostentado por lo masculino. Las mujeres no hemos estado en esos espacios, no porque no lo hayamos querido – basta con observar el rol de las mujeres como dirigentes sociales, barriales, comunitarias – sino porque hay ciertos espacios que se nos han negado.
Por otro lado, algunas de las principales criticas a las cuotas políticas de género se relacionan con que se establece el género como una variable condicionante por sobre el mérito de los candidatos y candidatas, y en ese sentido, puede haber personas que ocupan cargos sin ser necesariamente las más votadas o las más válidas. Desde otros ámbitos se argumenta, asimismo, que las cuotas pueden ser acciones simbólicas, pero que no garantizan la equidad e igualdad que tienen por objetivo.
¿Qué elementos se pueden poner sobre la mesa para reaccionar a estas críticas? En primer lugar, es innegable el hecho de que las cuotas están presentes porque hay un sistema patriarcal que ha hecho que, durante siglos, el mérito de las mujeres haya estado invisibilizado. Por tanto, no se puede abordar el mérito como un concepto inocuo que no tiene una raíz social y de poder en el sistema.
Por otra parte, para cambiar las prácticas del sistema y tener a mujeres como referentes que abran caminos es necesario que se implementen ciertos cambios. En ese sentido, las cuotas políticas de género deben cumplir un plazo determinado para que tengan impacto a medio y corto plazo.
En el caso de la segunda crítica que se refiere a que son acciones simbólicas que no garantizan grandes cambios, es preciso mencionar que es ocupando lugares de participación política donde las mujeres irán sintiendo que es un lugar común para ellas, y es desde ahí que cada vez podrán sentirse más cómodas desplegándose en esos espacios. Por tanto, si el contexto es hostil al inicio (o simplemente simbólico), eso no quita para que sigamos ocupando espacio, hasta que se haga costumbre.
En ese marco las cuotas nos ofrecen una medida concreta para avanzar en equidad e igualdad, para que las mujeres vayan ocupando espacios de los cuales han sido marginadas históricamente. El tránsito durante todo el proceso no es fácil, y los efectos nos los veremos de manera inmediata; no obstante, si sabemos que vamos en la dirección correcta, generando espacios equitativos, sin duda debemos seguir por esa senda.
Lo que parece evidente es que las cuotas políticas de género se configuran como una de las vías para generar mayor participación de mujeres en espacios políticos. Participación que es necesaria, que es referencia y que es justa.
Los presupuestos sensibles al género son otra herramienta clave que tenemos para continuar garantizando la igualdad en el ámbito público: https://perifericas.es/blogs/blog/que-son-los-presupuestos-sensibles-al-genero]]>
A lo largo de mi trayectoria profesional he pertenecido a diversos grupos de trabajo, por funciones, por proyectos, por ideales, pero hasta hace dos años no había pertenecido a una comunidad de mujeres.
Esta comunidad se constituyó como un espacio innovador, que diera visibilidad al talento femenino, y que proyectara, desde nuestros proyectos profesionales, nuestra capacidad para aportar al resto del territorio.
Comenzamos a definir nuestra misión, objetivos y metas, comenzamos a debatir sobre cuál sería nuestro sueño respecto a esta comunidad. En ese tránsito nos dimos cuenta que de lo primero que teníamos que hablar era de “por qué habíamos llegado hasta aquí”.
Nos dimos cuenta que la necesidad de hablar sobre las experiencias de discriminación, marginación y resiliencia era algo compartido. Cada una había tenido que vencer muchos obstáculos en su carrera profesional.
Y es ahí donde quiero llegar, a cuáles fueron las principales ventajas de esta experiencia de crear una comunidad solo para mujeres.
Primero, el espacio seguro. Poder tener un espacio donde la experiencia vital hace sentido y genera empatía. Sentir que lo que has vivido, en tus luchas, barreras y logros, es una experiencia generalizada.
Segundo, ser consciente de lo que somos capaces las mujeres. Aprender de la tremenda capacidad de lucha femenina, y al tiempo, rodearse de mujeres diversas, fuertes, que comparten sus formas de llegar a cumplir sus metas. En ese sentido, se trata de valorar los diversos caminos existentes para llegar a los sueños.
Tercero, vivir la sororidad. Vernos como un equipo y no como competencia. Valorar las diversas capacidades y talentos y ver oportunidades de crecimiento y desarrollo mutuo, con ideas, propuestas, intercambios.
Cuarto, segurizarnos. En estos grupos de mujeres el incentivo, la sensación de compañía, el reconocimiento de la otra por tu trabajo, esfuerzo y logro fortalece la confianza, el autoconcepto y la autoestima.
Quinto, empoderarnos estratégicamente. Se trata de generar nuevas oportunidades para nuestros proyectos, lo cual genera un beneficio claro. El networking en estas comunidades se transforma en un curso natural, propio de la empatía, colaboración y apoyo.
Sexto, colaborar con nuestros territorios. Generar comunidades de profesionales, emprendedoras que trabajan en un territorio específico, permite colaborar no sólo con la economía de ese territorio (potenciando negocios y proyectos sociales de este). El aporte de las mujeres a la hora de “hacer comunidad” no sólo queda en estos aspectos profesionales, sino que también colaboran con la comunidad y el tejido social, mostrando diversos roles que estas asumen por sus territorios y barrios.
Séptimo, potenciar nuestras capacidades emprendedoras. En esta comunidad identificamos muy pronto nuestras habilidades y cogimos herramientas y aprendizajes para seguir profesionalizando proyectos e ideas y llevarlos a lo concreto, muchos de ellos con éxito.
Octavo, promover la igualdad de género. Nuestra voz que se nutre de esa fuerza y espacio seguro, promueve el liderazgo y talento femenino, visibiliza la experiencia de las mujeres y fortalece espacios públicos que disminuyen brechas. La unión hace la fuerza, dicen, y esta unión instaló en el “ojo público” a un grupo de mujeres, fuertes, inspiradoras, que son referencia para muchas personas.
En síntesis, crear y conformar esta comunidad de mujeres trajo a mi vida una tremenda experiencia de aprendizaje y proyección profesional. Pudimos juntas constatar la necesidad de generar espacios que nos den seguridad, confianza y voz para seguir forjando nuestras ideas y proyectos.
La invitación, por tanto, es a participar y promover espacios de mujeres, donde nos potenciemos mutuamente, generemos redes en nuestros círculos y redes profesionales, proyectemos juntas objetivos comunes y crezcamos.
Se trata de vencer las barreras que nos pone el sistema patriarcal, que nos silencian y condicionan, y pasa sin duda por buscar sororidad, escucha, seguridad y confianza en nuestras aliadas.
La menopausia, proceso de transición biológica que afecta a casi la mitad de la población, es un tema tabú, invisibilizado y menospreciado tanto en sus efectos potencialmente positivos como negativos.
Sabemos que para muchas mujeres enfrentar la menopausia supone temores, lo cual acaba implicando para ellas acudir a consulta y enfrentar el hecho de que comenzar a vivir este proceso puede significar para ellas un verdadero calvario. Los cambios hormonales y el hecho de dejar atrás una etapa de plenitud sexual biológica pueden generar mucho vértigo.
Es cierto que la menopausia supone una revolución, como tantas que tenemos en nuestras vidas, y como toda revolución tiene ventanas y desafíos.
Los principales desafíos asociados a este proceso se relacionan con los cambios hormonales, y con esto me refiero no sólo a los temidos y desagradables sofocos, sino también a los cambios en la vida sexual, el estado de ánimo, y principalmente a los cambios en nuestro cuerpo.
La pérdida de sensaciones, la sequedad vaginal, la falta de tonicidad son elementos que vemos venir y que nos asustan. Mas allá de que eso sea real, y que los sintamos en mayor o menor grado, existen formas de abordarla que hacen mas llevadera esta etapa. Las recomendaciones sobre alimentación, ejercicios, hormonas, descanso, entre otros, se deberían sumar a espacios para compartir y contener la experiencia que permitan mantener o mejorar nuestra calidad de vida en este tránsito vital.
Lo que sí se transforma en una oportunidad y una clave es conocer nuestro cuerpo y los ciclos que tiene, conocer nuestros deseos, nuestros tiempos y nuestras expresiones, pues todos estos elementos serán clave para acompañarse entre el cuerpo, la mente y el corazón en esta nueva etapa. También es importante generar vínculos en los cuales poder confiar, conversar y compartir. Procuremos que esta revolución sea contenida por nosotras mismas y nuestros afectos.
Otro desafío es enfrentar la vergüenza y el temor porque nos vean viejas o incapaces en lo sexual, unos miedos que enfrentamos muchas veces solas, por el tabú que este proceso significa todavía en nuestros días, en los que la felicidad y la plenitud siguen estando asociadas a la juventud, la belleza física y la sexualidad activas.
Esas tiranías de la juventud, de la belleza y la relación (artificial) de la menopausia con la vejez sin duda dificultan que podamos conversar y abordar dicho proceso con mas naturalidad.
En ese sentido, es preciso que la sociedad vaya incorporando el proceso de manera más normalizada, de tal modo que todo ello nos permita tener mejores condiciones para compartir la experiencia y aprender de ella, al mismo tiempo que vivirla con menos presión. Y es que invisibilizar los procesos sexuales femeninos pueden generar que sus efectos sean mas complejos de lo que debieran ser.
La importancia de crear vínculos
En ese marco, la importancia de construir redes y vínculos con los cuales compartir el proceso es importante, pero también las personas que son parte del sistema sanitario debieran considerar este proceso como uno clave en la vida de las mujeres y que requiere ser acompañado, visibilizado y reivindicado.
El llamado es a no renunciar a vivir este tránsito acompañadas, por redes, afectos y profesionales de la salud que nos ayuden tanto en los efectos físicos, como en los psicológicos y también sociales. Es importante que esta revolución que vivimos podamos contarla, compartirla y resignificar la experiencia en conjunto. Nuestra esperanza de vida nos obliga a incorporar este tránsito como un hito relevante de la segunda mitad de la existencia, pues a las mujeres la menopausia nos acompañará y no debemos resignarnos en silencio a simplemente sufrirla: afrontemos los cambios, tomemos decisiones, informémonos, cuidémonos a nosotras y a otras, y hablemos, hagamos de esta revolución parte de la vida propia y de las demás; en definitiva, avancemos en que este proceso sea visibilizado y acompañado a nivel social. Hagamos de este tránsito una revolución interna y externa.
La gerontología feminista ofrece herramientas para envejecer de una manera activa y teniendo en cuenta los condicionantes de género que, como mujeres, nos afectan en ese proceso: https://perifericas.es/blogs/blog/gerontologia-feminista-envejecimiento-y-genero
]]>La cárcel como dispositivo de control se aplicó tradicionalmente a las mujeres sin considerar su situación particular ni las razones por las cuales delinquían, notablemente diferenciadas de las de los varones. Hoy, las políticas penitenciarias basadas en el cumplimiento igualitario para ambos sexos se basan en la idea es que hay más hombres que mujeres en las cárceles, y ese planteamiento ha traído problemas de infraestructura, gestión y oportunidades para ellas.
La evidencia científica confirma que las mujeres que cometen delitos en su mayoría lo hacen desde una situación de discriminación y exclusión. La pobreza no es el único factor, sino que la socialización en la marginalidad que muchas de ellas sufren desde la infancia trae consigo problemas educativos y de inserción en el mercado laboral, al tiempo que acentúa la posibilidad de sufrir situaciones de abuso, maltrato...
No obstante, también es fundamental la manera en la que el sistema jurídico español concibe el sistema de castigo y lo aplica a las mujeres, porque además de penar en exceso delitos de salud pública y criminalizar la pobreza, los sistemas de justicia han ignorado las razones de vulnerabilidad por las cuales las mujeres cometen delitos, lo cual perpetúa su situación de exclusión también a nivel penitenciario, condenando a muchas de ellas a una situación imposible de revertir.
Por esto, lejos de lograr el cometido de rehabilitación por el que fue creada, la cárcel continúa siendo lugar de exclusión y reproductor de desigualdades, y las relaciones patriarcales y de poder que las mujeres sufren en sus realidades cotidianas son trasladadas también a estos espacios. Al falso discurso resocializador, reeducador o reintegrador de estas instituciones se le suma la dificultad que pone el código penal para las alternativas o incluso la libertad condicional.
Teniendo en cuenta que, además, la mayoría de las mujeres presas lo son por delitos no violentos (consumo de drogas, robo, etc), se hace necesaria la introducción del enfoque de género, que permite reconstruir la base sobre la que se asienta el sistema penal y encontrar alternativas a la privación de libertad que tengan en cuenta las historias y experiencias de vida de las penadas y que sean efectivas en cuanto a la resocialización.
Por un lado, las mujeres han sido invisibilizadas en el discurso del derecho, y se ha estereotipado a aquella que comete delitos, presentándola como una mala esposa, madre, ciudadana, etc. y obviando factores relevantes de su realidad que hace que los cometa; todo ello hace urgente también la necesidad de analizar, desde un punto de vista jurídico y académico y no solamente penal, la situación de estas mujeres desde una perspectiva de género, que permita situarlas en su contexto, analizando sus historias de discriminación y exclusión.
Es importante mencionar que las mujeres no sólo delinquen como consecuencia de la discriminación y exclusión, sino que se ven enfrentadas a un sistema penal que no las considera en su particularidad, un sistema androcéntrico que hace invisible el rol social femenino, como manifiesta Elisabet Almeda, investigadora con una larga trayectoria en esta temática.
Todo lo hasta aquí expuesto sitúa a las mujeres en una doble cárcel, al tener que enfrentarse al mismo tiempo a la propia prisión y a una sociedad que no comprende su situación al no aplicar el enfoque de género, y que por consiguiente no colabora en su reinserción, invisibilizando las razones por las cuales delinquen y la influencia del género en cómo llegan a esa situación. Solo aplicando dicho enfoque se podría terminar con la doble prisión de las encarceladas, logrando una inserción más favorable en sus respectivos entornos una vez que han cumplido sus penas.
Se ha dicho que las mujeres hablan más que los hombres y la neurociencia ha manifestado que las habilidades comunicativas están más enraizadas en ellas. Sin embargo, como bien sabemos, el hablar no va necesariamente correlacionado con el ser escuchadas.
Por otra parte, existen otros estudios que hablan del liderazgo femenino y afirman que las mujeres son más suaves, más integradoras y empáticas en el lenguaje, lo cual sin duda puede suscitar críticas y reflexiones a partir de posibles sesgos de género.
También, hemos escuchado que para comunicar mejor, y que se nos escuche, debemos ser asertivas, debemos dejar de lado el "lenguaje débil", ser claras y contundentes. Otra trampa relacionada con los sesgos de género.
Aunque lo importante aquí es que más allá de estereotipar la forma en que hablan las mujeres, es importante reflexionar sobre la necesidad de ser escuchadas, y encontrar la receta justa para ello.
Y esto no va sólo de identificar una forma clara, contundente o "suave" de decir las cosas, sino de que lo que digamos no sea pasado por alto, tras siglos en los cuales nuestra opinión fue considerada menos relevante o directamente invisibilizada o imposible de manifestar.
La experiencia de las mujeres a nivel general, incluso hoy en día y entre las generaciones más jóvenes, es que se sienten menos escuchadas que los hombres, fundamentalmente en el mundo laboral. Y esa experiencia se recrudece en aquellas que ocupan cargos rodeadas de hombres, ya sean cargos altos u otros.
Y es que, que tal y como menciona Rebecca Solnit, el silencio tiene género. No nos han escuchado y nos han silenciado como una herramienta para frenar la determinación y la creación de espacios públicos en los que podamos estar presentes.
Para que nos escuchen debemos entender que dicha reclamación forma parte de un fenómeno social complejo. Al tiempo, para lograr cambios debemos avanzar en echar mano a nuestros recursos y observar el entorno.
Podemos avanzar a la hora de identificar qué condiciones existen a nuestro alrededor en términos de igualdad o sensibilidad de género, ya que muchas veces no encontraremos el terreno comprensivo para ser escuchadas, pero eso no debe callarnos; también debemos evitar el "hepeating", práctica que hace referencia al hecho de que un hombre, después de que una mujer plantee una idea, la manifieste como propia y sea considerado por ello, ante lo que no hay que callar, sino reivindicar la originalidad de dicha idea propia.
En síntesis, debemos traspasar las resistencias a la intrusión femenina en espacios que han sido ocupados históricamente por hombres. Es preciso entender, en todo caso, que existen prejuicios que operan en este tema y que se refieren, por ejemplo, a que una voz fuerte es tildada de conflictiva, y una voz muy suave es tildada de débil. Por tanto, nuestro trabajo es encontrar la voz propia, la que sale de lo que creemos, sentimos y pensamos. La que va con el poder de la convicción y compromiso de lo que hacemos, además de la necesidad de llegar a acuerdos para lograr nuestros cometidos.
La mala noticia de todo esto es que nuestra forma de hablar no modificará las estructuras de poder que nos permitirán entrar y ser escuchadas en espacios públicos. Lo que modificará las estructuras son las personas que vayan comprendiendo la necesidad de aplicar una perspectiva de género al sistema y fomentar la igualdad.
Por tanto, debemos seguir hablando, comunicando con voz propia, no silenciarnos, pero tampoco creer que solo en nuestras manos está el cambio, sino ser conscientes de que estamos ante un fenómeno social y global.
Debemos confiar, eso sí, en que nutriendo espacios de poder con nuestras voces vamos a avanzar poco a poco en la modificación de estructuras. Porque los cambios pasan por la convicción y también por incorporar de manera cotidiana nuevas prácticas. Por tanto, el desafío se comparte entre nosotras y todas otras aquellas personas que estén comprometidas con la igualdad como sociedad.
Parece evidente que una de las salidas a las desigualdades que viven las mujeres es la corresponsabilidad dentro del hogar. La corresponsabilidad puede definirse como el reparto equilibrado de las tareas domésticas y de las responsabilidades familiares, su organización, el cuidado, la educación y el afecto de personas dependientes dentro del hogar, con el fin de distribuir de manera justa los tiempos de vida de mujeres y hombres.
Pero para que esta corresponsabilidad se desarrolle y las familias, independientemente de su composición, tengan la oportunidad de ser corresponsables, es necesario que se ejerzan roles sociales y responsabilidades públicas asimismo por parte de otros actores de la sociedad: es decir, que exista una corresponsabilidad social. Y ello resulta a menudo muy complicado en el marco de los contextos patriarcales en los que seguimos viviendo.
Es necesario avanzar hacia un mercado laboral con mayor compromiso con la calidad de vida de las personas, no sólo desde la generación de medidas y políticas de conciliación en momentos puntuales o de cara a la galería, sino también desde verdaderas apuestas por la igualdad.
En ese sentido, algunas fórmulas para que empresas y organizaciones pueden colaborar con la corresponsabilidad podrían ser las siguientes: potenciar el talento femenino, diseñar medidas de flexibilidad de entrada y salida, permitir el teletrabajo, facilitar las jornadas intensivas, entregar beneficios sociales…
Todo ello, sin duda, mejoraría notablemente la calidad de vida de las plantillas y su implicación con las entidades y empresas en las que se insertan. Pero probablemente lo esencial es fomentar la equidad en el uso de estas medidas de conciliación y prevenir que las mujeres sean las que mayormente las empleen, reduciendo sus jornadas de trabajo o renunciando a sus puestos tras la maternidad, lo cual evidentemente repercute de manera directa en sus salarios (a la baja) y sus posibilidades de ascenso dentro de los entramados organizacionales. Fomentar y animar a los hombres a usar dichas medidas puede ser la clave para un cambio significativo hacia una creciente corresponsabilidad de las familias.
Esto es relevante porque los efectos que puede tener para las mujeres no abordar la equidad se relacionan con seguir reproduciendo lógicas de discriminación y roles de género asociados al cuidado y al trabajo doméstico.
Experiencias de organizaciones que avanzan en medidas diseñadas desde la corresponsabilidad social permiten comprobar que aquellas que apuestan por esta transformación de la cultura organizacional aumentan los índices de satisfacción por parte de trabajadores y trabajadoras, el clima laboral mejora, y, además, se transforman en espacios laborales más eficientes y con mayor cohesión interna. En definitiva, logran que sus plantillas presenten un mayor y mejor compromiso hacia la propia organización.
El llamado es a apostar por cambios culturales que permitan replantearse la manera en la que entendemos la relación trabajo, vida personal y familiar desde la igualdad y equidad de género y también desde el bienestar, donde exista una mayor cultura de conciliación, donde quienes lideran equipos de trabajo incorporen una mirada interseccional, que genere relaciones de confianza y diálogos sociales para avanzar en construir propuestas que respondan a necesidades e intereses mutuos.
Por último, para que las personas puedan conciliar en la lógica de corresponsabilidad, necesitamos cada vez más organizaciones comprometidas y sensibles a la igualdad de género, que apuesten por la equidad entre hombres y mujeres, que asuman compromisos sociales, que comprendan que la conciliación es parte del desarrollo humano de todas las personas y que preocuparse por la calidad de vida de los trabajadores y trabajadoras es una apuesta de justicia y bienestar.
La brecha salarial de género es uno de los problemas que podrían reducirse apostando por una verdadera corresponsabilidad social: https://perifericas.es/blogs/blog/brecha-salarial-de-genero¿Quién no recuerda en la infancia a la madre, tía, abuela o madre de una amiga preocupándose del frío, del calor o de la comida? Las mujeres son las que cuidan, de eso no hay duda: la evidencia científica lo respalda y lo identifica como un elemento que puede promover la desigualdad de género cuando nosotras somos relegadas al espacio privado y ellos al público, como tantas veces sigue sucediendo. Para abordar esas desigualdades es importante comprender que el cuidado tiene que dejar ser algo privado y doméstico y pasar a ser algo social, porque sus consecuencias son sociales.
Son las mujeres, quienes, en su vida, experimentan el cuidado como un proceso al cual no renuncian, independiente de los ciclos de su existencia. En ese sentido, el lugar donde viven si habitan en una ciuda, los barrios, son un elemento importante para generar mejores condiciones para cuidar y cuidarse, ya que es ahí donde tejen redes y alianzas.
No obstante, y pese a esa necesidad, históricamente los barrios no han sido pensados desde las necesidades de las mujeres, por tratarse de espacios públicos, dejándose sólo el hogar, en tanto que espacio privado, como el lugar por norma para que ellas puedan estar. En ese sentido, Simon de Beauvoir explica que parte del “yo femenino” se desarrolla entre cuatro paredes, adscritas a una pequeña soberanía que es la del hogar, donde no podemos ser solidarias, hacer redes y tener contención.
Por todo ello, en los barrios no se han fomentado generalmente los espacios de uso público como una forma para que las mujeres de desplieguen, se expresen, habiten. Esto hace necesario re-pensar la ciudad y los propios barrios desde el feminismo, generar espacios inclusivos que respondan a las necesidades de las mujeres y que aborden desigualdades, que fomenten el encuentro y el cuidado desde lo social. Que entiendan, en definitiva, las diferencias en los usos del espacio público desde el ser hombre o mujer, y que ayuden a comprender cómo ese espacio público puede ser un elemento de privilegio u opresión.
El foco de la mirada feminista en los barrios pasa por fomentar la posibilidad de ser disfrutados y de facilitar la igualdad de oportunidades para todas las personas, especialmente las mujeres, quienes tradicionalmente como hemos visto se han visto excluidas de transitar libremente y en soledad por plazas y calle.
Para lograr lo anterior, es vital generar espacios de participación donde la mirada de las mujeres sea protagonista y aplicar al desarrollo del barrio una mirada que vaya mas allá de la economía, y que sea expresión de las necesidades de sus habitantes.
Los barrios feministas promueven el uso de los espacios públicos, donde las mujeres puedan estar, cuidar y cuidarse; promueven también las distancias cortas, que exista equipamiento que permita resolver las necesidades de la vida cotidiana, que entregue oportunidades de participación ciudadana y que sobre todo se generen espacios seguros para la vida en la calle, donde se tejan redes, comunidades y donde exista percepción de seguridad. Piensa, por ejemplo, en esas calles poco iluminadas por donde no te atreves a pasar por la noche o en las entradas de portales con recovecos diversos. Sin duda, no han sido creadas desde el punto de vista de un urbanismo con perspectiva de género.
Promover barrios feministas no solo genera espacios para las mujeres -comprendiendo sus necesidades de comunidad y red-, sino que también mueve los límites simbólicos de la participación del espacio público, y genera condiciones para una mayor incidencia femenina en la vida urbana, para que ellas puedan idear, impulsar y gestionar procesos para mejorar sus vidas y las de los demás, ya que ese cuidado que portan lo vuelcan en dichos barrios.
Los presupuestos sensibles al género son una apuesta feminista para avanzar en equidad en las políticas públicas. Permiten visibilizar el efecto que tiene el diseño de las inversiones públicas en hombres y mujeres. En ese sentido, tienen como objetivo primordial contribuir a la igualdad de género y garantizar los derechos de las mujeres.
Para generar presupuestos sensibles al género se debe tener claridad e información respecto a las necesidades, desigualdades y brechas a abordar. En ese contexto, ONU Mujeres, desde la década de los 80, ha trabajado por promover la “armonización legislativa con los instrumentos internacionales”, para que los países avancen en iniciativas en esta materia con una mirada integrada e inclusiva.
Dichos presupuestos han superado la mirada tradicional de la economía de base patriarcal, reivindicando la necesidad de incorporar el género como un elemento base de medición de desigualdades y de logro de equidad.
Para identificar los efectos de esta iniciativa en las mujeres, es preciso mencionar que los presupuestos sensibles al género deben ser diseñados desde las necesidades y desigualdades de cada lugar y contexto, con participación ciudadana, permitiendo así identificar las necesidades de manera pertinente.
En ese sentido, se requiere tener buena información que sustente la decisión, y también articular estos presupuestos con marcos normativo, lógicas institucionales, culturas locales..., para evitar miradas que tengan solo el contexto occidental como centro.
Una de las principales expresiones de los presupuestos sensibles al género son los gastos para cubrir necesidades específicas de las mujeres, las iniciativas que fomenten la igualdad de oportunidades o el diseño del gasto público desde la perspectiva de género.
Algunos de los logros que han tenido las iniciativas presupuestarias sensibles al género pasan por generar una mayor capacidad para determinar el valor de los recursos públicos, comprender la importancia de obtener información desagregada por sexo, que revele las desigualdades y diferencias, y hacer frente a la supuesta “neutralidad de género” en las políticas públicas, que nunca es tal.
Por otro lado, existen dificultades en el marco de la implementación de estos presupuestos, asociadas a la falta de información, falta de compromiso, falta de profesionales capacitados en esta herramienta, falta de presupuesto, falta de voluntad política, escasa participación y transparencia en estos procesos.
Como vemos, los presupuestos sensibles al género no son del todo fácil de implementar; no obstante, hay experiencias que demuestran la importancia de avanzar en ello para lograr una mayor igualdad en el trabajo reproductivo y la conciliación familiar y laboral. Suiza ha podido a través de esta herramienta cuantificar la carga de trabajo reproductivo, permitiendo diseñar políticas y medidas sobre el uso del tiempo, ayudas directas a las mujeres, generación de medidas que fomenten el empleo femenino, entre otros ejemplos de los efectos positivos que pueden tener la aplicación de los presupuestos sensibles al género.
Para el caso español, una medida ilustrativa de presupuesto sensible al género es el Programa Concilia del Ayuntamiento de Barcelona. Se trata de un servicio de canguro municipal que se ha implementado a partir de la detección del problema del cuidado y la conciliación familiar y laboral y del impacto que eso tenía en familias monomarentales sin tejido comunitario, perjudicando sus ingresos y la permanencia de esas madres en el mercado laboral, así como su autonomía económica. Este programa actualmente ha realizado ya 23.229 servicios en dos ediciones y responde a la necesidad de poder compatibilidad horarios laborales inestables, de tener tiempo libre o disponibilidad para buscar trabajo o formarse, algo especialmente complicado para el caso de las madres monomarentales. Lo relevante es que surge de una prueba piloto que se diseña a partir del estudio de datos segregados por género.
Tanto esta iniciativa como otras demuestran la necesidad de generar presupuestos sensibles al género, que visibilicen las desigualdades que viven las mujeres, abordándolas con medidas pertinentes que nos permitan avanzar hacia una mayor igualdad y disminución de brechas.
La economía feminista tiene en cuenta las desigualdades y retos que se han planteado en este post: https://perifericas.es/blogs/blog/que-es-y-que-propone-la-economia-feminista]]>